9 de diciembre de 2012

LA CARTA DEL ABAD

Carta a Santa María:

«Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra». Esta es tu respuesta al ángel, esta es tu respuesta a Dios. Una palabra breve que dispone tu presencia ante el Señor, y después… el silencio. Un punto de silencio en tu corazón, como surco abierto de otoño que acoge la Palabra que viene a ti cargada de vida, de una fuerte nostalgia de vida y de esperanza de primavera.

Un punto de silencio, un ahondarse en el silencio de admiración, en el silencio de entusiasmo. En el silencio, nos enseñas que no hacen falta muchas palabras, solo la mirada y caminar en compañía.

Tú nos enseñas que el silencio es sobre todo para mirar dentro y contemplar la Palabra, considerar la Palabra. Y esperar...

Tú nos enseñas que el silencio es para caminar en compañía, porque el silencio nos enseña que nunca estamos solos, porque ese punto de silencio interior es el espacio donde nace el rumor de la Fuente, de donde brotan aguas abundantes de vida. Ese momento único, en que empiezo a estar a solas con él, como en una singular maternidad de la cual sigue teniendo necesidad esta sociedad convulsa.

Tú, Virgen Inmaculada, Madre de la Iglesia, eres el primer silencio que pregona la presencia del Amor. Un Amor que te eligió antes de crear el mundo, que te creó bendita, tabernáculo para guardar el Amor, para guardar todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia.

Dios ha hecho que tu resplandor llegue a todas partes, y ¿Quién mejor que tú puede llevar el nombre de «Posesión pacifica del Bien»? De quién podemos afirmar mejor «¿Gloria del culto a Dios?»

Hoy, quiero contemplarte en tu fiesta. Mirarte, y sentir tu mirada en mi interior que me pacifique. Mirarte y sentir tu mirada silenciosa como una voz en el desierto de mi espacio interior. Para aprender a mirar, para que mi mirada aprenda a ser acogedora, más que juzgadora. Acoger. No juzgar. Aprender a contemplar.

Necesito esa mirada tuya, que aprendió de ti tu Hijo, para pasar entre nosotros con la fuerza irresistible de la mirada, que arrastraba tras de sí, que sanaba, que pacificaba…

Un mirada con la fuerza de la voz, capaz de sacudir la tierra más árida. Una mirada con la fuerza de una voz que anima a caminar. A hacer camino juntos

Tú caminaste siempre con el Amor. Tu mirada se posaba en el Amor y caminabas con él. Tú sigues caminando con el Amor, en el camino y en la vida de la Iglesia.

Yo necesito tu mirada sobre mí; tu mirada que sea voz, palabra en mi espacio interior, y tu, llena de gracia, elegida por Dios desde el principio, reconciliación de Dios con los hombres, tesoro de vida inmaculada, concédeme tener un corazón sencillo para responder siempre al Huésped de mi alma: «Hágase en mí según tu Palabra».

+ P. Abad