21 de diciembre de 2012

ANTIFONAS OH, día 21, 2012

OH SOL NACIENTE,
resplandor de la luz eterna,
Sol de justicia,
VEN a iluminar a los que yacen en
tinieblas y en sombras de muerte.


Escucha las palabras del Maestro, Sol naciente, acógelas, no endurezcas el corazón, que en su bondad nos muestra el camino de la vida (cf. RB, Pr.1). El camino de la vida es el camino del amor. ¡Y son muchos los que mueren sin amor! ¡Escucha, las palabras del Maestro!
Y el Maestro nos dice: Yo, el Señor, te llamó para la justicia, te cojo de la mano, te hago luz de las naciones (Is 42,6).
De esta forma, toda la vida es un camino, un camino dialogado, un permanente diálogo de amor entre Dios y su criatura, que nos refleja de manera muy viva el libro del Cantar de los Cantares:

¡Qué bella eres, amor mío,
qué bella eres!
Palomas son tus ojos
a través de tu velo...
¡Toda hermosa eres, amor mío,
no hay defecto en ti!
¡Hermosa mía, vente!
(Ct 4,1)

Y la amada, seducida por este amor de su Creador, responde:

¡Oh, ven amado mío,
salgamos al campo,
pasemos la noche en las aldeas!
(Ct 7,12)

Se diría que él está extasiado por la belleza de su criatura, cuando la contempla como la obra de su amor. «Y vio Dios que era bueno, bello». La palabra hebrea utilizada en la narración de la creación, en el Génesis, expresa ambos matices: la bondad y la belleza de lo creado a los ojos del Creador. Bello es lo que nutre el deseo que levanta puentes hacia el Eterno, buscando así un diálogo amoroso cuya iniciativa lleva Dios, y que nos llevará a una profunda intimidad con la divinidad:
¿Quién es ésta que asoma como el alba,
hermosa como la luna,
refulgente como el sol...
(Ct 6,10)

Para exclamar ella:

No miréis que estoy morena
es que me ha quemado el sol
(Ct 1,6)
Ella, la esposa, que canta con admiración el nombre del esposo, que admira su figura, que guarda su palabra, se siente iluminada por el Sol de justicia. Este Sol quema e ilumina. Esta negrura nuestra, siempre supone una parte de incredulidad, de desobediencia que nos quita atractivo en las obras y calor en el corazón; que pone en nuestro espacio interior oscuridad y noche. Pero siempre amanece un nuevo día con el Sol de justicia y resplandor de la luz eterna, que nos invita a levantarnos y abrir nuestros ojos a la luz deífica que nos susurra palabras de amor: quien es ésta que asoma como el alba, hermosa, refulgente... Y retorna el diálogo amoroso. En este diálogo de amor él describe a su amada:
¡Qué bella eres, amor mío,
que bella eres!
Palomas son tus ojos,
a través de tu velo...
Tus labios, cinta escarlata,
y tu hablar todo un encanto.
Tus mejillas, dos cortes de granada,
se adivinan tras el velo.
¡Toda hermosa eres, amor mío,
no hay defecto en ti!
Me has robado el corazón,
con una sola mirada...
(Ct 4)

Es la belleza de la criatura que seduce a Dios, hasta el punto que le lleva a revestirse de la fragilidad de nuestra naturaleza, para ensalzar todavía más la dignidad, la grandeza, la belleza de su obra. Y ella, enferma de amor, deseando que le bese con los besos de su boca, mira al esposo y nos dibuja el retrato que tiene de él en su corazón:

Mi amado es moreno claro,
distinguido entre diez mil.
Su cabeza es oro, oro puro.
Sus ojos como palomas
a la vera del arroyo.
Sus labios son lirios.
Sus manos, torneadas en oro.
Su porte es como el Líbano,
esbelto como sus cedros.
Su paladar, dulcísimo,
todo él un encanto...
(Ct 5, 10s)

Así transcurre este singular diálogo amoroso entre Dios y su criatura, contemplación de la bondad y de la belleza de la creación, tensión apasionada del deseo, hasta llegar al éxtasis del abrazo:
Su izquierda está bajo mi cabeza,
me abraza con la derecha.
(Ct 2,6; 8,3)

En él todo es luz, claridad que permanece, Sol que no tiene puesta... De aquí el deseo mutuo:
Os conjuro, muchachas de Jerusalén,
por las gacelas y las ciervas del campo,
que no despertéis ni desveléis
a mi amor hasta que quiera.
(Ct 2,7; 3,5; 8,4)

Los dos amantes están pendientes uno de otro. Incluso en el sueño ella está pendiente de él: Yo dormía, velaba mi corazón (5,2). Y él, parece vivir solamente para su criatura:
Yo soy para mi amado, objeto de su deseo (7,11)

Pero el amor despierta, y acaba el diálogo amoroso de manera sorprendente:

¡Huye amado mío,
imita a una gacela
o a un joven cervatillo,
por los montes perfumados!
(Ct 8,14)

Sucede que el amor verdadero no tiene un final, no hay en él un capítulo último. El misterio de amor, de la relación amorosa es un misterio que envuelve a las personas que se aman, en una historia que recomienza cada día, como el sol, que amanece cada día. El amado tiene que huir como una gacela o cervatillo, para poder volver saltando y brincando por montes y vegas (2,8-9). El amor dura y crece cuando recomienza con la luz del nuevo día. Cada día, para los enamorados, es una invitación a vivir la seducción del amor; y esta fidelidad, en la seducción amorosa, nos abre al resplandor de la luz eterna. Cada día debe iniciarse un diálogo de amor y de luz:

¡Llévame en pos de ti: ¡Corramos!...
Levántate, amor mío,
hermosa mía, y vente...

Cada día debemos encender esta luz, esta alegría, esta paz en el corazón; cada día debe ejercitarse el corazón en lo que es propio suyo: amar, abrirse a un nuevo diálogo de amor; cada día debemos mirar a este punto de referencia insustituible que es Santa María, que vivió en permanente fidelidad en esta apasionante aventura del amor de Dios con su criatura, y de la respuesta fiel de ésta a su Creador, al Amado. Cada día viviendo agradecida el regalo de Dios, y ofreciendo el suyo a su Creador.
Estimulados por el ejemplo de su amor, cada día será bueno y necesario avivar nuestro deseo del amado:

¡Oh Sol naciente que, antes de irrumpir con tu luz, te encerraste en el seno de María, como en una arca sagrada y la iluminaste con el resplandor de tu luz eterna.
Oh Sol naciente, cuyo primer esplendor provocó el «Sí» de la madre dando el respiro al mundo que lo esperaba. Hoy mantiene viva su esperanza.
Oh Sol naciente, que envolviste con tu vida y con tu luz a la madre, dejándote cubrir y envolver —a su vez— por ella.
Oh Sol naciente, que brillaste con luz propia en la mañana de la Resurrección y nos hiciste hijos y hermanos... ¡VEN A ILUMINAR!