2 de septiembre de 2012

LA VOZ DE LOS PADRES


TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 32º del tiempo ordinario (Año B)

Del comentario al salmo ciento veinte y cinco, de San Agustín, obispo
¿Qué ha querido decir el Maestro con esta sentencia: «Nada de lo que entra dentro del hombre desde fuera no puede contaminar, sólo lo que sale de dentro del hombre lo puede contaminar?» Hermanos, ¿cómo salen de la boca todas las impurezas enumeradas a continuación para el evangelio: fornicaciones, asesinatos, blasfemias, y el resto? ¿Cómo salen de la boca sino porque salen del corazón, como lo dice el Maestro? No es cuando hablamos que nos ensucian. De otro modo, si alguien pensaba el mal sin hablar, sería puro, ya que nada saldría de su boca! No, porque Dios ya ha oído lo que ha proferido la boca del corazón. Escuchad, hermanos, este ejemplo que os propongo. Pronuncio la palabra «robo». Acabo de mencionar el robo: ¿estoy contaminado de robo? La palabra ha salido de mi boca, pero el robo no me contaminado por ello. Al contrario, un ladrón es en todavía en la cama, no se ha levantado todavía para cometer su hurto; vela, y espera que los demás duerman, pero para Dios ya es un ladrón; ya es un hombre impuro: porque el crimen ha salido de la boca de su corazón.

¿Cuándo el crimen sale de esta boca del corazón? Cuando su voluntad ha tomado la decisión. ¿Has decidido hacer algo? Tal dicho, y hecho! ¿No has cumplido exteriormente el daño que meditabas? Es, quizás, que el otro no merecía perder lo que te proponías tomarle. Él no ha perdido nada, pero tú serás un día condenado como ladrón. Has resuelto de matar a un hombre, lo has dicho en tu corazón: tu boca interior ha pronunciado el homicidio; este hombre vive todavía, pero tú recibirás el castigo del homicidio, lo que importa es saber qué eres ante Dios, y no lo que parece que eres a los ojos de los hombres.

Sabemos, sin duda, debemos saber y no debemos olvidar que hay una boca del corazón, que hay una lengua del corazón. Es esta boca la que se llena de alegría, según el salmo. Es por esta boca que interiormente oremos a Dios, con los labios cerrados pero con la conciencia abierta. Todo es silencio, pero un grito sube del corazón. ¿A los oídos de quién? ¿De un hombre? No, a los oídos de Dios. No temas: aquel que escucha sabe tener piedad. Por el contrario, cuando nadie sentiría el mal que tú meditas, si sale de la boca de tu corazón, no te creas paso en seguridad; Dios lo oye y ya te condena.

Guarda del mal la boca de tu corazón, y serás inocente. Inocente será la lengua de tu cuerpo, inocentes tus manos; tus ojos y tus oídos serán inocentes. Todos tus miembros combatirán por la justicia, bajo el imperio del Justo, que posee tu corazón.