8 de septiembre de 2012

LA NATIVIDAD DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet 
Miq 5,2-5; Salm 12,6; Rom 8,28-30; Mt 1,1-16.18-23 

Joan Maragall escribe en una estrofa de los Gozos de la Virgen de Nuria:

«Cau la nit pertot arreu… 
Nostre cor torna's psalteri 
pressentint el sant misteri 
tremolós de vostra veu. 
Deu ànima a les tenebres! 
Deu-nos la fe de la Nit.» 

Amanece la noche, suele amanecer con las nuevas de cada día en los medios de comunicación. Pero en el corazón de la noche vibra el corazón humano vibra con la melodía del salterio, abriendo el Misterio del Amor sobre el mundo, vibra el corazón con el deseo de que la fe arraigue en la Noche, como repetición de aquella Noche en que los ángeles cantan el Misterio del Amor manifestado en la naturaleza humana. La manifestación de este Misterio revelado en la carne la hace posible otra manifestación, otro misterio, otro Nacimiento, el de Santa María. Por esto nos invita san Juan Damasceno: «Celebremos con alegría la fiesta natalicia del gozo de todo el universo. Tenemos razones muy válidas para honrar el nacimiento de la Madre de Dios, por medio de la cual todo el género humano ha sido restaurado».

Y en un bello panegírico sobre el Nacimiento de María, escribe san Andrés de Creta: «La presente festividad es para nosotros el principio de las solemnidades. Es coronamiento por lo que concierne a la ley y a las sombras (cf. Hebr 10,1), y es una puerta de entrada por lo que se refiere a la gracia y a la verdad (cf. Jn 1,17). Aquí hallamos el resumen de los beneficios de Cristo para con nosotros, la manifestación de los misterios y la transformación de la naturaleza: Dios se hace hombre y al hombre se le concede la deificación. En efecto, a la resplandeciente y manifiesta presencia de Dios entre los hombres, por estar tan llena de maravillas, le correspondía una introducción gozosa que precediera al gran don de nuestra salvación. La presente solemnidad del nacimiento de la Madre de Dios viene a ser un preludio, y la perfecta unión del Verbo con la carne es el término».

Textos todos estos que nos ponen en sintonía con la sabiduría de la Palabra, y con la liturgia de este día centrada sobre todo en el misterio de un Dios que en el vértigo de su amor por la humanidad se reviste de humanidad y nace hombre. Para abrirnos el sendero del amor, para ponernos en el camino de la salvación.

La oración colecta nos habla de «las primicias de la salvación» que comienzan a emerger con la Natividad de María.

El evangelio nos coloca en este largo y complejo camino de la Genealogía de Jesucristo donde el amor de Dios recoge todo, tiene en cuenta todo lo humano, lo fuerte y lo débil, lo santo y lo pecador. Por eso Pablo con verdad y todo acierto nos podrá recomendar que «a los que aman a Dios todo les sirve para el bien». La sabiduría del amor es una sabiduría penetrante que sabe llegar incluso en el pecado, en el mal, hasta su núcleo más íntimo, donde aletea el amor de Dios. A los que aman a Dios, como hace nuestro Dios, todo les sirve para el bien.

«¡Oh que maravilla! Ella es la mediadora entre la sublimidad divina y la baja condición de la carne y es constituida madre del Creador». (San Andrés)

Y así nos lo presenta el cuadro evangélico de Nazaret, donde hemos escuchado como se empieza a correr el telón del insondable misterio de Dios, gracias al sí de Santa María, acompañada por la aceptación fidel de san José.

«Cae la noche en el mundo… 
Nuestro corazón se convierte en un salterio 
presintiendo el santo misterio».

En la Noche de Belén, en la Noche del mundo amanece el Misterio, gracias a que el corazón de María es un vibrante salterio, una bella melodía donde san José pone el silencio. Y el canto y la música llena la noche del mundo. Y hay en el ambiente un aire de paz que conmueve hasta lo profundo.

«Cae la noche en el mundo…»

«Con razón se ha de celebrar el misterio de este día y a la madre del que es la Palabra de Dios se ha de ofrecer también el obsequio de las palabras, porque ella en nada se complace tanto como en la Palabra y en la reverencia prestada por medio de las palabras». (San Andrés)

En la reverencia a esta Palabra y en el respeto a las palabras es cuando nuestro corazón será un salterio, presintiendo la luz del santo misterio.