9 de septiembre de 2012

LA CARTA DEL ABAD


Querido Ramón:

«Yo me encuentro dentro de Dios trino, desde mis 34 años, cuando se me permitió ver al mismo Dios, que me enseñaron, en unas dimensiones de amor, en evolución constante hacia él, que todavía me seduce en los últimos años de mi vida, como si lo estuviese palpando. Nuestro medio divino…»

Son éstas palabras que me transmites en tu carta, palabras hermosas, palabras que abren a esperanza a crecer en la fe, y sobre todo a vivir en amor, ya que «Dios es amor», y nosotros estamos inmersos en él, o como escribes «dentro de él», pues es algo que nos sugiere la Sagrada Escritura: «en él vivimos, nos movemos y existimos» (Hech 17,27).

Tú escribes que te «enseñaron Dios en unas dimensiones de amor» y «en evolución constante», y que esto, hasta el día de hoy, después de muchos años vividos, te ha seducido y te sigue seduciendo.

Pero ¿puede seducirnos algo más profundamente que el amor?, ¿puede haber algo en la vida de la persona humana que tenga más eco que el amor?

Lo que sucede es que tenemos muchos sustitutivos del amor. Abrimos, volcamos, nuestro corazón en cosas, en experiencias… que no llenan el corazón, sino que lo agotan. Nos derramamos hacia fuera, cuando el punto de partida lo tenemos dentro. Nos lo recuerda un apasionado buscador de Dios: «¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Tú estabas dentro de mí y yo estaba fuera, y allí te buscaba». (San Agustín, Confesiones X,XVII)

Nos encontramos dentro de él, nos envuelve su amor, como envuelven los brazos de la madre a su hijo recién nacido. Al hijo que acaba de nacer y que le colocan en su regazo, para que pueda escuchar la voz materna, tomar de ella su alimento… crecer bajo la mirada amorosa de la madre.

Esta debe ser nuestra experiencia de Dios. Que cada día que amanece lo contemplemos como un regalo de Dios. Un Dios en quien vivimos, nos movemos y existimos. Un Dios que nos regala vida nueva, que nos devuelve la alegría de la luz, la belleza de la creación… para crecer. Para crecer espiritualmente, porque así entiendo esa «evolución constante hacia él», que escribes. Dios nos crea para vivir con nosotros, con su criatura humana, una relación de amor. Y esta relación comienza y se desarrolla a partir de lo más íntimo de nuestro ser, desde el corazón. Como la madre y el hijo tienen una relación profunda, más allá de lo que aparece, un lazo espiritual que no se ve, pero se percibe, sobre todo, y siempre, por parte de la madre. Así es el lazo entre Dios y la persona humana; pero, por parte nuestra, tenemos de crecer espiritualmente, para hacernos conscientes de esta realidad que da una tonalidad diferente a la vida. Es lo verdaderamente apasionante de la vida: el crecimiento espiritual. Es la verdadera riqueza que ya nunca se pierde.

Y para esto Dios ya ha puesto ese principio de vida espiritual dentro de la persona humana. Ha puesto en ella su Espíritu. Espíritu de vida, de amor… Si nosotros nos volvemos hacia él, que viene a ser lo mismo que volvernos hacia el corazón, Hacia dentro, como dice san Agustín, viviremos la experiencia de «un Dios que viene en persona, para que se despeguen nuestros ojos, se abran nuestro oídos, broten manantiales en lo reseco», en una palabra tener la experiencia de un crecimiento espiritual.

Ramón, gracias por tu testimonio. Sigue creciendo, un abrazo,

+ P. Abad