23 de septiembre de 2012

LA CARTA DEL ABAD


Querida Rosa Mª:

He vuelto a recordar una carta tuya de hace unos meses donde apuntabas a cosas importantes para nuestra sociedad: «si te fijas, hoy nadie habla de vida interior, ni de sobriedad, ni de ascetismo… Las personas con vida interior saben afrontar mejor cualquier situación de crisis (económica, afectiva, de salud), es un escudo muy bueno para este tipo de situaciones».

No se habla de vida interior, porque falta esa vida interior. Alguien ha escrito: la interioridad no es espacio ni es tiempo; sencillamente, es. Es un vivir silenciosamente nuestra cualidad humana más profunda. Los ojos abiertos en plena naturaleza en un día de sol luminoso, o ante la inmensidad del mar, o desde la cima de las montañas. Altura y profundidad, y muchos y variados caminos para llegar a ella.

La interioridad nos envuelve, estamos en ella y somos ella. Se vive en y por el silencio de lo exterior y lo interior. Pero un silencio que no es solo callar, sino un auscultar o quizás un contemplar que emerge de esa interioridad. El silencio sería un medio, un canal para conectar con nuestra interioridad, cuya estructura está en toda persona humana. Pero es necesario actualizar esa capacidad. Esta actualización viene por el ejercicio del silencio. Y aquí nos encontramos con la gran dificultad: la de ejercitarnos en dicho silencio.

Gran obstáculo, el ejercicio exterior que domina en la vida de la sociedad, un ritmo trepidante que nos proyecta hacia el exterior. Y entonces nos topamos con el conflicto.

Así leo en la Escritura: «¿De dónde salen las luchas y los conflictos entre vosotros?, ¿no es acaso de los deseos de placer que combaten en vuestro cuerpo? Codiciáis lo que no podéis tener; y acabáis asesinando. Ambicionáis algo y no podéis alcanzarlo; así que lucháis y peleáis. No lo alcanzáis porque no lo pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, para derrocharlo en placeres».

Somos un poco como niños, vivimos corriendo, todo lo queremos ya ahora, te piden una colaboración y tiene que ser para mañana, o pasado, o ¡ya! Si, es verdad se hacen reuniones para programar, para decidir previamente ciertas actuaciones; pero la reflexión es mínima, y si se trata de programación religiosa, hasta la misma oración es breve, para cumplir, pero raramente se parte de una oración profunda donde buscamos la «luz de lo alto, que nos dé sabiduría, paz». Total que luego todo se resuelve en más acciones.

Necesitamos esa «sabiduría de lo alto, que es pura, amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia, buenas obras, constante, sincera». Y todo esto no se resuelve mediante una programación ni siquiera de varios días, sino a través de una profundización de nuestra vida, que nos permita arraigar todos estos valores en el interior, como vida nueva. Y en este ejercicio se necesita la «compañía» del silencio.

Evidentemente, nadie habla de vida interior, incluso en la Iglesia, o bien poco y mal; ni de sobriedad, o ascetismo.

Quizás será necesario que la crisis se agudice, que nos lleve a una situación en la que no haya palabras, sino tan solo silencio, un silencio que nos permita clamar desde la sima de nuestro abismo de miseria humana, y a la vez nos haga conscientes de que dentro de nosotros encontramos los caminos para la experiencia de una vida nueva.

Que nunca te falte la sabiduría de lo alto que debe nacer en tu corazón. Un abrazo

+ P. Abad