27 de abril de 2010

NUESTRA SEÑORA DE MONTSERRAT

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Ac 1,12-14; Sl 86; Ef 3-6.11-12; Lc 1,39-47

Como los Apóstoles, muchos han hecho de su canto, su poesía, su silencio… plegaria viva junto a Santa María.

«Rosa d'abril, Morena de la Serra
de Montserrat estel,
il·lumineu la catalana terra,
guieu-nos cap al cel».

Iluminad la catalana tierra y todas las tierras que os miran con devoción y espíritu filial. Y tú, devoto de la Madre de Dios de Montserrat «considera que la maternidad de la Virgen María se extiende a todos los pueblos de la tierra, porque de todos los hombres la ha hecho madre su Santísimo Hijo cuando estaba clavado en la cruz». (Torras i Bages)

Y todos los pueblos vienen a buscar la luz de esta madre amable para el camino de la vida, como sugieren las palabras de Juan Pablo II: «Resuenan con plena actualidad en la liturgia las palabras del Profeta: "Y vendrán muchedumbres de pueblos, diciendo: Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob y Él nos enseñará sus caminos e iremos por sus sendas, porque de Sión ha de salir la ley y de Jerusalén la palabra del Señor"».

Reeditamos la lectura de los Hechos. Rodeando a Santa María, estrechamente unidos en la plegaria, recordando hechos, gestos, palabras del Hijo, del Amigo, del Maestro… Para que continúe engendrándose en la Iglesia la imagen del Hombre nuevo, y arraigando la imagen del Resucitado, principio de una humanidad nueva. Un nuevo nacimiento de Maria, madre de la Iglesia, como sugiere el poeta, Carlos Riba:

«De nou m'infantes,
Entranya pura, i sento
que sóc més noble,
fill amb el Fill, i flama
amb els vivents que vetllen».

Y con la fuerza del Espíritu se pondrán en camino, como María se pone en camino hacia la casa de Isabel, como escribe san Ambrosio: «Alegre en el deseo, para cumplir un piadoso y religioso deber, e impulsada por el gozo, fue a la montaña. En adelante, llena de Dios, ¿acaso no podía elevarse apresuradamente hacia las alturas? Los cálculos lentos son ajenos a la gracia del Espíritu Santo».

«Es providencial —dice Juan Pablo II—, con todo, que la celebración litúrgica de la fiesta, gravite en torno al misterio gozoso de la Visitación, que constituye la primera iniciativa de la Virgen Madre. Montserrat encierra, por consiguiente, lecciones valiosísimas para nuestro caminar de peregrinos».

Caminar con la fuerza pacificadora de la Palabra con alegría hacia los hermanos, para compartir alegrías, penas, dolores. María nos recuerda que somos peregrinos que llevamos el amor dentro, porque Él nos ha amado el primero y ha derramado su Espíritu en nuestros corazones. Y nos impulsa mediante este amor a ir hacia la montaña, esta montaña llamada a ser la gran sardana fraternal de todos los pueblos o el gran banquete mesiánico. Y en la montaña nos levantamos para mirar a santa María y dejarnos mirar por ella. La delicadeza de María, su humildad; la superior viene a la inferior, para ayudar al inferior.

«Por amor nos destina a ser hijos suyos por Jesucristo, para alabanza de su gloria».

«Nuestra peregrinación nos lleva a la plenitud de la filiación divina. Nuestra vocación es ser hijos en el Hijo: "Bendito sea Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con toda bendición espiritual en los cielos: por cuanto que en El nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante El, y nos predestinó en caridad a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia"». Juan Pablo II nos hace así una invitación a tener despierta la conciencia de nuestra meta.

Pensemos, sí, en el final del camino, pues esto aviva la esperanza, pero cuidemos también el estilo de nuestro camino, un camino que no hacemos solos sino con otros hermanos, con los cuales tenemos que ir preparando aquel banquete del Reino, donde estamos llamados a sentarnos y vivir una gran fiesta, como si de bailar una gran sardana, la danza de la fraternidad, se tratara.

Y si estamos llamados por amor, y a estar consagrados por el amor, necesitamos ir viviendo el amor en el camino, pues el Reino ya está entre nosotros, la vida eterna ya ha comenzado. María es una buena ayuda para vivir con sensibilidad con ternura

Y con esta sensibilidad, con esa ternura iremos despertando el amor, que ya está en nosotros. En el camino vamos encarnando el proyecto de Dios que nos ha predestinado a estar consagrados en el amor. Un proyecto que María nos ofrece plenamente realizado.