11 de abril de 2010

DOMINGO II DE PASCUA (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
Hech 5,12-16; Salm 117,2-4.22-27; Apoc 1,9-13.17-19; Jn 20,19-31

Reflexión: Pascua (2)

La Pascua del Señor, es la fuente de los Misterios. La Noche de la Vigilia Pascual, madre de todo el Misterio cristiano.

Como nos enseñan los Santos Padres, del costado de Cristo en la cruz brotaron los sacramentos mediante los cuales se nos comunica la vida de Cristo Resucitado. Participamos por ellos en su vida. Cristo muere para comunicarnos plenamente su vida. Rompe los límites de nuestra naturaleza humana, para ser glorificado y darnos su Espíritu, que entrega al Padre en el último aliento de la cruz, para derramarlo en nosotros y ponernos también en un camino de glorificación.

Ahora todo ha sido consumado. Se ha llevado a término el sacrificio que consuma su vida en el amor extremo, que da la vida, para comunicárnosla a nosotros. Lo que se anticipa el día de antes en la Eucaristía de la Última Cena, memorial de su Pasión, se cumple en la cruz, y se renueva incesantemente en el misterio de la Eucaristía hasta que Él vuelva en su gloria.

La vida que brota de la muerte es la esencia más íntima de todos los Misterios. Es también el contenido esencial del Misterio Pascual.

El Bautismo con la Confirmación realiza en cada cristiano el paso de este mundo a la vida de Dios; y la Eucaristía ofrece a la Iglesia la oportunidad de experimentar de nuevo la Muerte del Señor juntamente con Él y entrar así en la vida eterna de Cristo en Dios.

Cuando está transmitiendo la vida en el centro de la vida de la Iglesia está aquella Acción del Señor y Esposo que hizo que en la creación brotara nuevamente la vida: su Muerte de cruz, que venció a la muerte de la naturaleza, y su Resurrección por la que introdujo a la creación entera en la vida divina. Por eso, la Pascua es la fiesta principal de la Iglesia, como la Madre de los vivientes.

Pascua es el comienzo de la santidad. La Pascua nos vuelve a la santidad, a la participación de la santidad de Dios. La Pascua, Muerte y Resurrección del Señor, es la fuente única de toda santidad. Porque la santidad es fruto de la cruz. La consecuencia final del amor que llega hasta el extremo de su donación. Gracias a la Cruz la naturaleza humana quedó sumergida en la plenitud de la santidad de Dios. La santidad del Señor resucitado es la santidad de su Iglesia. Por eso no puede haber ya en ella nada que no sea santo. La Iglesia vive permanentemente en la Pascua, por eso tiene que ser necesariamente una Comunión de santos. Pero esto no quiere decir que sea perfecta en sus miembros. Están, deben estar en el deseo ardiente de ir haciendo este camino de santidad.

Palabra

«Los apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo». El primer gran signo fue la imagen de ser una comunión en el amor después de Pentecostés. Una comunidad que daba una imagen correcta del Crucificado-Resucitado.

«Los fieles se reunían de común acuerdo en el pórtico de Salomón». La imagen de una comunidad que iba creciendo gracias a un correcto enfoque de su vida: plegaria común previa, compartir, solidaridad…

«Lo que veas escríbelo en un libro y envíaselo a las siete iglesias de Asia». Y así lo hizo escribiendo no todo, como dice Juan en su evangelio, sino todo aquello que es necesario y suficiente para suscitar nuestra fe.

«No temas: Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive. Estaba muerto y ya vez, vivo por los siglos de los siglos». El que vive, y tiene el dominio de las fuentes de la vida, y todo tiende a ese punto nuclear que es el Cristo Resucitado, dueño y señor de las fuentes de la vida.

«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así os envío yo». ¡Paz! Este es el saludo del Resucitado. Necesitamos pacificar nuestro corazón, para seguir sirviendo hoy este mensaje de paz.

«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos». El Espíritu, es el Espíritu de amor de Jesús Resucitado. Nos enseña, y nos ilumina para perdonar como hace Jesús en la cruz con quienes le crucifican. No todos, lamentablemente, los hacen así.

Sabiduría sobre la Palabra

«Fijaos bien, queridos hermanos: el misterio de la Pascua es nuevo y antiguo, eterno y pasajero, corruptible e incorruptible, mortal e inmortal. Antiguo según la Ley, pero nuevo según la Palabra. Pasajero en su figura, pero eterno en la gracia. Corruptible por el sacrificio del cordero, pero incorruptible por la vida del Señor. Mortal por su sepultura en la tierra, pero inmortal por su resurrección de entre los muertos. La Ley es antigua, pero la Palabra es nueva. La figura es pasajera, pero la gracia eterna. Corruptible el cordero, pero incorruptible el Señor, quien, inmolado como cordero, resucitó como Dios». (Melitón de Sardes, Hom.sobre la Pascua)

«El Primogénito es, además, justicia, santificación, amor, redención, y otras cosas parecidas. Si nuestra vida estuviese sellada con estas características, daremos tales señales de la nobleza de nuestro nacimiento, que quienes las vean en nuestra vida atestiguaran nuestra fraternidad en Cristo. Él mismo es quien nos ha abierto la puerta de la resurrección, y por esta razón se ha convertido en primicias de los que duermen; todos nosotros resucitaremos en un abrir y cerrar de ojos con la trompeta final (1Cor 15,52). Esto es lo que Él ha hecho patente por las cosas que obró en sí mismo y en otros que habían sido vencidos por la muerte». (San Gregorio de Nisa, Sobre la vocación cristiana)

«Importa conocer para quién se muere y para quién se vive, pues hay una muerte que hace vivir y una vida que hace morir». (S. León Magno, Sermones)