18 de abril de 2010

DOMINGO III DE PASCUA (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
Hech 5,27-32.40-41; Salm 29,,2-6.11-13; Apoc 5,11-14; Jn 21,1-19

Reflexión: Pascua (3)

La Pascua no es simplemente una fiesta entre otras: es la "fiesta de las fiestas", "solemnidad de las solemnidades", como la Eucaristía es el Sacramento de los sacramentos (el gran sacramento). San Atanasio la llama "el gran domingo" (Epist fest. 329), así como la Semana Santa es llamada en Oriente "la gran semana". El misterio de la Resurrección en la cual Cristo ha aplastado a la muerte penetra en nuestro viejo tiempo con su poderosa energía, hasta que todo le esté sometido.

En el Concilio de Nicea (año 325) todas las Iglesias se pusieron de acuerdo para que la pascua cristiana fuese celebrada el domingo que sigue al plenilunio (14 del mes de Nisán) después del equinoccio de primavera. La reforma del calendario en Occidente (llamado "gregoriano" por el nombre del papa Gregorio XIII, el año 1582) introdujo un desfase de varios días con el calendario oriental. Las Iglesias occidentales y orientales buscan hoy un acuerdo para llegar de nuevo a celebrar en una fecha común el día de la Resurrección del Señor.

El año litúrgico es el desarrollo de los diversos aspectos del único misterio pascual. Esto vale muy particularmente para el ciclo de las fiestas en torno al Misterio de la Encarnación (Anunciación, Navidad, Epifanía) que conmemoran el comienzo de nuestra salvación, y nos comunican las primicias del misterio de Pascua. (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1169)

En la Vigilia Pascual, que es ya el Domingo de Resurrección, nace el día nuevo que la Iglesia prolonga en renovada alegría por una semana; y luego viene el "tiempo pascual", que los antiguos llamaban "las siete semanas del santo Pentecostés (San Basilio), "el amplio y gozoso espacio" (Tertuliano).

Palabra

«Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres». Una actitud que los apóstoles tienen muy clara una vez que son iluminados por la luz del espíritu de Jesús. Una luz que se proyecta sobre la persona, la vida, la muerte y resurrección de Cristo. Esta luz hará de los discípulos de Jesús creyentes de "una sola pieza". Y ya no van a poder decir sino la experiencia que están viviendo y que les tiene cogida toda su existencia.

«Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen». Demuestran estas palabras que su vida está movida por una sabiduría nueva, que promueve en todo ellos una vida de profunda comunión, donde experimentan la fuerza del Espíritu y el impulso a ser testigos de lo que están viviendo, con firmeza y sin temor alguno.

«Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza y la alabanza». Para nosotros, los creyentes es quien debe atraer nuestras alabanzas, nuestra adoración. Y Él alimentará nuestra vida, le dará consistencia, fuerza, sentido…

«Amén». Los cuatro vivientes responden con esta palabra en su adoración, en su postración ante el Cordero, contemplando su misterio. Es la respuesta que está llamada a dar nuestra vida. un "amén" a Cristo, un amen, a su misterio, un amén que me debe llevar a vivir la vida del Resucitado.

«Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar…». Tiene que ir configurándose una nueva mirada, una mirada del corazón, en los amigos de Jesús para reconocerlo. Para volverlo a conocer. En el horizonte del pasado permanece la experiencia histórica que han vivido con Él, y esto permanece como punto de referencia necesario, clave en el despertar de la fe en el Resucitado. Pero ahora la Resurrección proyecta la humanidad hacia el futuro, y será necesaria esa "nueva visión".

Sabiduría sobre la Palabra

«Yo tomo de las entrañas del Señor lo que me falta, pues sus entrañas rebosan misericordia. Agujerearon sus manos y pies y atravesaron su costado con una lanza y a través de estas hendiduras puedo libar miel silvestre y aceite de rocas de pedernal, es decir puedo gustar y ver qué bueno es el Señor». (San Bernardo)

«Oh Jesús, ¡rompe las nubes con tu relámpago! ¡muéstrate a nosotros como el Fuerte, el Centelleante, el Resucitado! ¡sé para nosotros el Pantocrator que ocupaba en las viejas basílicas la plena soledad de las cúpulas! Nos hace falta nada menos que esta parusía para eliminar y dominar en nuestros corazones la gloria del mundo que se eleva. Para que contigo venzamos al mundo, aparécenos envuelto en la Gloria del mundo». (Teilhard de Chardin)

«Buscad siempre su rostro. ¿Cuál es el rostro del Señor? Su presencia, así como el rostro del viento y del fuego es su presencia». (San Agustín)

«Respetad, pues, respetad esta mesa en la cual comulgamos todos; respetad a Cristo inmolado por nosotros; respetad el sacrificio que se ofrece… Después de haber participado de tal mesa y haber comulgado el mismo alimento ¿vamos a empuñar las armas unos contra otros? Esto es lo que nos hace débiles». (San Juan Crisóstomo)