12 de abril de 2010

LECTIO DIVINA

SALMO 20 (19)

Oración por el rey antes de la batalla

2 Que te escuche el Señor el día del peligro,
que te sostenga el nombre del Dios de Jacob;
3 que te envíe auxilio desde el santuario,
que te apoye desde el monte Sión;
4 que se acuerde de todas tus ofrendas,
que le agraden tus sacrificios;
5 que cumpla el deseo de tu corazón,
que dé éxito a todos tus planes.
6 Que podamos celebrar tu victoria,
y en el nombre de nuestro Dios alzar estandartes
Que el Señor te conceda todo lo que le pides.
7 Ahora reconozco que el Señor
da la victoria a su ungido,
que lo ha escuchado desde su santo cielo,
con los prodigios de su mano victoriosa.
8 Unos confían en sus carros,
otros en su caballería;
nosotros invocamos el nombre
del Señor Dios nuestro.
9 Ellos cayeron derribados,
nosotros nos mantenemos en pie.
10 Señor, da la victoria al rey
y escúchanos cuando te invocamos.

Ideas generales sobre el salmo

Oración por el rey antes de una batalla. Un grupo que puede ser el pueblo o un ejército se dirige al rey con una serie de peticiones, y acabando con la esperanza de una victoria. Una voz singular expresa la convicción de que el Señor escucha: como si antes se hubiese pronunciado un oráculo en nombre de Dios. De nuevo toma la palabra el grupo para afirmar por contraste su confianza en el Señor. Concluyen con una petición, que viene a ser como un estribillo.

Tiene tres partes:

1) vv. 2-6 el pueblo reza por el rey, expresando nueve deseos…

2) vv. 7-9 un sacerdote responde a las oraciones del pueblo, garantizando que el Señor va a responder y le va a conceder la victoria.

3) v. 10 el pueblo se dirige al Señor pidiendo que dé la victoria al rey.

Era habitual, cosa normal, que los reyes fueran a la guerra, pues el rey tenía que defender a su pueblo. Por eso dice la Biblia: «Al año siguiente, en la época en que los reyes van a la guerra». (2Sam 11,1)

La lucha por la tierra era una lucha por la vida. Cuando se pierde la tierra, se pierde el derecho a ser persona. Por eso había leyes para poder recuperar la tierra. (cf. Lev 25,8-13)

Por la tierra se une a su familia, a su clan… Por eso se busca conservar siempre la herencia de los padres… Así el ejemplo de Nabot que no quiere vender su viña al rey Ajab. (1Re 21,3)

La fecha de composición del salmo parece ser antes de Salomón, con quien se introducen los carros de combate, y aquí parece que Israel no tiene (v. 8). La redacción actual apuntaría al final de la Monarquía, por la espiritualidad concentrada en el nombre de Dios.

Lee

Lee el salmo atendiendo a los diferentes personajes que nos ofrece el salmo. Y considera el protagonismo de cada uno de ellos. ¿Te sientes, de alguna manera, identificado con alguno de ellos?

Una segunda lectura se podría hacer considerando si se da o se ha dado en tu vida alguna de estas circunstancias que presenta el salmo.

Medita

v. 2 «Día de peligro», para el pueblo… Se invoca el nombre de Dios. Cuando Dios encarga a Moisés una misión difícil le pide que le revele su nombre (Ex 3,13-16). El nombre de Dios mismo que está actuando, es su misma fuerza en acción.

«Nuestro auxilio es el nombre del Señor» (Sal 124,8). «Sálvame por tu nombre» (Sal 54,1). «El nombre de Dios es una torre fuerte, a él se acoge el honrado y es inaccesible». (Prov 18,10) «El que invoca el nombre del Señor es protegido» (1Sam 17,45). «La salvación no se halla en nadie más, porque bajo el cielo Dios no ha dado a los hombres ningún otro nombre que pueda salvarnos…». (Hech 4,12)

Y se invoca el "nombre del Dios de Jacob", porque Jacob es el padre de todas las tribus, y posiblemente es un peligro de todo el pueblo, y hacen una llamada a todas las tribus de Israel.

Escribe Paul Claudel, comentando este v. 2: «Pueblo, ponte de rodillas, inclina la cabeza, y que te cubra la sombra de Dios, y el nombre del Dios de Jacob, como una mano amiga, extendida sobre ti».

v. 3 Alusión al santuario, al templo de Sión, centro de la vida religiosa, política, militar. Sión es un punto firme de apoyo: «Los que confían en el Señor son como el monte Sión: no tiembla, está asentado para siempre» (Sal 125,1).

Que te envíe auxilio "desde dentro" y también "desde fuera": el santuario de Dios es tu propio corazón. Eres templo del Espíritu de Dios. El "monte Sión", sería el templo donde se reúne la asamblea. La Iglesia, donde se va edificando el templo de Dios.

v. 4 Se puede considerar este salmo como "una relación comercial con Dios", como si el hombre se asegurara la protección divina con sus ofrendas y sacrificios. Esta creencia es rechazada por los profetas. El amor de Dios por el hombre es libre. Su generosidad desborda toda ofrenda y sacrificio nuestro.

Escribe san Jerónimo: «que todas las plegarias y los sacrificios de los hombres entren en tu plegaria y en tu sacrificio». Es decir vive una plegaria solidaria.

Pero también inmola a Dios en tu corazón "ese enemigo" que tú conoces bien. Aquí podrías preguntarte cómo te ejercitas en la purificación de tu corazón.

v. 5 El pueblo y el rey aparecen íntimamente unidos. Un gobernante así es un verdadero representante de su pueblo. En este caso podríamos decir que la autoridad viene de Dios.

«El Señor se ha buscado un hombre a su gusto…» (1Sam 13,14). «Por tu palabra y según tus designios has sido magnánimo con tus siervos» (2Sam 7,21).

Escribe Eusebio de Cesarea sugiriendo la relación de este verso con Jesucristo: «A partir de aquí todo lo que sigue es profético, Dios te dará todo lo que has pedido, Él llevará tu deseo hasta su acabamiento: sabemos que este deseo es la salvación del mundo, de todos los hombres».

v. 6 La comunidad o el pueblo quiere motivar al rey que va a la guerra, con la imagen del triunfo. Esperan la fiesta, comida, música, danza… Todo se va a realizar en el nombre de Dios. No se entienden las fiestas al margen de Dios. A Éste le agradecen todos los beneficios.

«La confesión del nombre de Dios no solo no nos llevará a la perdición, sino que nos engrandecerá». (San Agustín)

«Que el Señor te conceda todo lo que le pides».

El rey no pide nada personalmente. Todo lo que pide lo pide para el pueblo y en nombre del pueblo. Por ello, también el pueblo se atreve a pedir a Dios que conceda al rey todo lo que le pida. Plegaria de Jesús en la Ultima Cena por todos los suyos: Jn 17.

v. 7 El rey es el «ungido del Señor». El espíritu del Señor le ha penetrado de tal manera que le hace ser pontífice, "puente" entre Dios y su pueblo.

«Lo ha escuchado». Es un tiempo de pretérito perfecto. Pero la acción todavía no ha tenido lugar, pero la oración se hace con tal confianza que antes de realizarse se da por hecha. Algo parecido pasa cuando Jesús resucita a Lázaro. (Jn 11,41)

¿Quiénes son hoy los "ungidos" de Dios? Los pobres, los desposeídos, los marginados… Con ellos se ha identificado de una manera especial Dios al revestirse de nuestra naturaleza.

Encontramos en este sentido una interesante sugerencia en el comentario de Paul Claudel: «¡Tú que no tienes que pedir, pide! Hay alguien que está dispuesto a hacer una unidad en ti con Su Cristo. Hay alguien en el cielo, con su oído atento que no espera sino derramar sobre ti el poder de su derecha».

v. 8-9 Unos confían en sus fuerzas, en sus medios… Nosotros no tenemos medios, recursos, solo disponemos de la confianza en el Señor: La fe viva y auténtica es poner la confianza en el Señor.

Podríamos recordar el episodio de David y Goliat: 1Sam 17,45. También la arenga del rey Ezequías: 2Cr 32,7-8.

Comenta Eusebio de Cesarea: «Los enemigos zozobraran, como el Faraón en el mar Rojo, mientras que nosotros seremos armados e instruidos por el Nombre de nuestro Dios. Este Nombre es nuestra arma y nuestra instrucción».

O san Jerónimo: «que otros crean en la caballería y en los ídolos. Nosotros creemos en Cristo».

v. 10 Viene a ser este verso una especie de estribillo. El pueblo en un nuevo gesto de plegaria invoca a Dios, volviendo a pedir para su rey la victoria.

San Agustín comenta: «Él que en su Pasión nos ha dado un ejemplo de combate, que ofrezca también nuestros sacrificios, como sacerdote despertado de entre los muertos, y asentado en el cielo. Y ya que en adelante presenta nuestras ofrendas por nosotros, escúchanos en este día que te invocamos».

Ora

«Escúchanos en este día que te invocamos Señor, que venga tu Reino. Tú venciste a tus enemigos, en el camino de esta vida. El Padre te ha escuchado, y te ha concedido la victoria. El Padre que siempre está contigo, no te ha abandonado frente a tus enemigos. No te ha abandonado en la muerte. Nosotros, contemplamos tus pasos entre los hombres, tus hermanos. Nosotros, contemplamos tu amor hasta el extremo, por todos los hombres. Nosotros contemplamos y gozamos el amanecer de tu nueva vida. Tú nos has dejado tu Espíritu, nos has ungido con la fuerza y la sabiduría de tu Espíritu de amor. Nosotros, te invocamos, Señor, Dios nuestro, da la victoria a tus ungidos».

Contempla

Dedica un tiempo, delante del crucifijo a considerar la victoria del Jesucristo sobre sus enemigos. Y como esta victoria es la puerta abierta a la resurrección, a una vida nueva, que es la vida del Reino.

O también, en contraposición considerar las numerosas derrotas del hombre de hoy que prescinde de Dios y confía en sus fuerzas…