2 de abril de 2010

VIERNES SANTO

LA MUERTE DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 52,13-52,12; Salm 30,2.6.12-17.25; Hebr 4,14-16; 5,7-9; Jn 18,1-19.42

Me siento perplejo, confuso, triste… No es gratificante contemplar a un crucificado. Pero la liturgia de hoy me invita a contemplarlo.

«Mirad el árbol de la Cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo. Venid a adorarlo».

Contemplamos el árbol de la Cruz. ¿Debemos adorarlo? Porque dice que aquí estuvo clavada la salvación. En pasado. Y hoy, en nuestros días, ¿sigue clavada la salvación del mundo en el árbol de la cruz? Es decir, para mí no es lo más importante si en el pasado estuvo clavada mi salvación. Para mí no es vital si la historia me dice la verdad de Jesucristo. Si existió. Para mí es vital hoy, más bien: Si hoy esta clavada en la cruz mi salvación. Si hoy existe Cristo. Si puedo contar con un Cristo vivo.

Y me vuelvo hacia la celebración de la muerte de Jesucristo. Me vuelvo hacia la Palabra de Dios. ¿Qué me dice esta palabra?

El profeta Isaías me presenta un relato de un siervo del Señor, me presenta una fotografía escalofriante de ese Siervo: rostro desfigurado, sin aspecto humano. Sin figura. Despreciado. Evitado, arrinconado por los hombres, despreciado y desestimado…

El retrato de este Siervo continúa con colores muy vivos. Podéis volver personalmente, sobre este capítulo 52 de Isaías. Pero yo quiero detenerme en esa última pincelada del retrato: despreciado y desestimado…

"Desestimado", es una palabra que quiere decir "sin estima", "sin amor". Mirad: una persona sin amor, sin una estima absolutamente de nadie, no lo aguanta psicológicamente nadie. Y muere. No es nadie. No es nada.

Esta misma situación nos refiere la Palabra sobre el Siervo sufriente, Jesucristo. Esto lo repite también la carta a los Filipenses cuando nos dice que tomó la condición de esclavo y se hizo "nada". Cristo en la cruz no es nadie: un maldito, un blasfemo, un sin-Dios. Abandonado por Dios y por los hombres. Un hombre, el Hombre, abandonado por Dios y por los hombres. ¿Imagináis? Terrible. Nos lo dice el mismo Crucificado: "Me muero de tristeza. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Pero mi fe me pide, me exige, mirar al Crucificado. Porque hay una pequeña luz en el último suspiro del Crucificado: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu…

Mi mirada, mi contemplación de la cruz puede ser un incremento de luz y esperanza para el crucificado. O para mí mismo.

Porque hoy la invitación de la liturgia sigue viva: "Mirad el árbol de la Cruz donde está clavada la salvación del mundo. Venid a adorarlo.

Mirad el árbol de la cruz. Mirad sus frondas, la multitud de sus ramas:

¿Donde estaba Dios en los catastróficos terremotos de estas semanas pasadas? ¿dónde está el Dios que cuida de los lirios del campo, en las multitudes que padecen y mueren diariamente de hambre? ¿dónde está Dios en la legión de personas humanas de todas las edades, que, peor que parias, están atados a un trabajo de verdadera esclavitud para alcanzar a comer poco más de una comida diaria, y mala?, ¿dónde está Dios en las naciones hambrientas que en lugar de recibir arados para cultivar la tierra, reciben armas para que puedan reposar en ella después de matarse entre sí? ¿dónde está Dios en los modernos campos de concentración donde se hacinan, malviven y mueren exiliados, inmigrantes, desposeídos de patria, de tierra, familia?… ¿dónde está Dios en estas multitudes que se van de este mundo, sin defensa, sin justicia? ¿Quién medita en su destino?

Dios está en esas multitudes. Dios está ahí presente. En una nueva, actual y desesperanzada cruz. El Dios vivo, alimentando una fuerte esperanza. Dios está presente en estos crucificados de nuestro tiempo. El Dios vivo está resucitando en estas multitudes. Pero simultáneamente la luz de este Dios de la vida se apaga en nuestra sociedad del bienestar. Tienen razón los ateos y agnósticos, los que se escandalizan de las tragedias de nuestro tiempo cuando preguntan: ¿dónde está Dios? O los que no nos escandalizamos, pero en el fondo nos preguntamos también: ¿dónde esta Dios? O nos quedamos indefensos sin una palabra de respuesta.

En nosotros decrece el sentimiento de la presencia de Dios. En nosotros va decayendo nuestra conciencia del Dios de la vida. Nos quedamos con las breves y superficiales alegrías de la vida que se nos desvanecen pronto. Y nos queda el vacío de Dios. Y la desorientación en la búsqueda de este Dios, fuente de vida y de amor.

Contemplad la cruz. Contemplad al Crucificado. Hoy, en la celebración de este drama del Viernes Santo contempla al Crucificado. Recoge y guarda su último aliento: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu…

Y debemos saber que mañana y pasado, y pasado mañana, continuará el drama de la cruz en el inimaginable sufrimiento de esas multitudes escampadas por todo el orbe de la tierra. Y donde esta viva la presencia de Dios. También mañana, y pasado, y pasado mañana, debemos contemplar al Crucificado en esa multitudes ultrajadas. Tenidas por nosotros, los hombres, como heridas, humilladas y olvidadas de Dios.

Pero, repito, ahí hay una presencia viva, creciente de Dios, en nosotros una presencia cada día más tenue, decreciente. Pero no debemos olvidar que la razón de que Dios se haya revestido de nuestra humanidad -¡qué insondable el misterio de este Dios amor!- es abrir un camino de solidaridad y de reconciliación. Con Dios, y entre nosotros, toda la humanidad. Si no llegamos a comprender esto no llegaremos nunca a comprender y vivir nuestra fe cristiana. Nuestro tiempo es un tiempo que apremia, para trabajar por la unidad y la reconciliación. Es una tarea permanente de un cristiano allá donde lo ha puesto el Señor.

Mira a la Cruz. Mira al Crucificado. Es, dice el poeta, la humanidad en doloroso parto.

Tú en este parto doloroso, puedes abrir tus ojos a la luz de una nueva vida. Depende de tu respuesta a este Cristo que te ofrece sus brazos abiertos para acogerte y abrazarte.