2 de mayo de 2010

DOMINGO V DE PASCUA (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILIA
Hech 14,21-26; Salmo 144,8-13; Apoc 21,1-5; Jn 13,31-35

Reflexión: Ahora hago el universo nuevo

Ha empezado esta novedad radical con la resurrección de Jesucristo. Hay necesidad de una renovación radical en la vida cristiana. En la misma naturaleza hay, cada año una renovación, vuelve la savia nueva, nuevos frutos… En la vida del hombre no aparece esta fidelidad a la novedad que contemplamos en la naturaleza. En la vida del hombre hay un valor añadido que hace difícil, problemática dicha novedad: la libertad de que dispone el hombre para orientar su vida. El cristiano choca con el obstáculo de una extraña inercia que enerva y aploma. Experimenta la exigencia de una renovación: «¡Si fuéramos distintos, si fuéramos mejores nosotros, todos los demás, todo este mundo que nos rodea!...»

Dios hace suya esta aspiración y la toma tan en serio que parece como si retara al hombre a soñar; él realizará siempre más aún de lo que el hombre pueda concebir: «Vi entonces un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido y el mar ya no existía». El "primer cielo y la primera tierra" son el cielo y la tierra que experimentamos ahora. El Génesis habla ya de ella, presentando un mundo bueno, sin mal, un mundo como debería ser, pero como de hecho no es ahora.

La Historia de la salvación que, por iniciativa de Dios, se desarrolló entre esos dos polos, se encamina ahora, según el libro del Apocalipsis, hacia su consumación; se realiza un mundo nuevo, querido por Dios, un mundo del que está ausente el mal —simbolizado por el "mar", como abismo y sede de lo diabólico— y en donde todo el bien que puede imaginarse recibe su potenciación hacia el infinito.

El autor del Apocalipsis estimula a tomar conciencia de que Dios actuará a favor de la humanidad, va desplazando la atención de la dimensión cósmica a la dimensión humana: «Y vi bajar del cielo, de junto a Dios, a la ciudad santa, la nueva Jerusalén, ataviada como una novia que se adorna para su esposo».

La ciudad es santa, es nueva; desciende del nivel divino, es perfecta en todo, es esposa: por eso mismo puede atreverse a amar a Cristo con un amor igualitario, típico de dos esposos. Tal es la perspectiva de nuestra renovación. El autor volverá sobre esta imagen con nuevos detalles y relaciones, inconcebibles en la fase actual de la creación, que se encuentra todavía a nivel del primer cielo y de la primera tierra, pero con una referencia clara: Jesucristo Resucitado, que apunta a una sabiduría que es la que debe mover toda nuestra existencia, de manera que apoyados en el Espíritu del Resucitado, colaboremos con Él para ir haciendo realidad ese "universo nuevo".

Palabra

«Hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios». Entrar en el Reino es entrar en el dominio de Dios, en aquel espacio donde domina Dios, o donde quiere Él dominar y reinar. Este espacio es, fundamentalmente el corazón de la criatura humana, pues ha creado al hombre precisamente para que haga de su vida toda una alabanza a Dios y experimente de este modo la plenitud verdadera de todo su ser. Pero esto supone todo un trabajo de renovación, un ir haciendo el universo interior un universo nuevo. Supone colaborar con Dios para ir haciendo del espacio interior un espacio acomodado cada día más a la presencia de Dios como Amor y Señor.

«En cada iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomendaban al Señor en quien había creído». Vemos como poco a poco se va organizando la vida de la Iglesia, mediante la actividad misionera de los Apóstoles, que predican el evangelio y se va formando comunidades, la vida de las cuales no siempre va a ser fácil, por los problemas, tensiones… que inevitablemente surgirán en ellas. Donde hay humanidad, hay problemas. Pero los problemas también son ocasión para que se den a conocer los mejores.

«Esta es la morada de Dios con los hombres». La morada de Dios será el corazón del hombre, será el corazón de la humanidad, será su pueblo. Un pueblo que en el universo nuevo que se inicia con la resurrección de Jesucristo, será toda la humanidad. Pues Cristo he venido a decir el amor de Dios a todos los hombres sin excepción.

«Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros, como yo os he amado». El cristiano debe mirar a Cristo, debe mirar y contemplar su amor. Nuestro amor debe tender a ser como el suyo. Y nosotros debemos incorporar su amor en nuestras relaciones para que vayamos haciendo un camino de comunión, y podamos reflejar el misterio de Dios que es un misterio de comunión, un misterio trinitario.

Sabiduría sobre la Palabra

«La resurrección de Cristo destruye el poder del abismo, los recién bautizados renuevan la tierra, el Espíritu Santo abre las puertas del cielo. Porque el abismo, al ver sus puertas destruidas, devuelve los muertos, la tierra renovada germina resucitados y el cielo abierto acoge a los que ascienden. El ladrón es admitido en el paraíso, los cuerpos de los santos entran en la ciudad santa y los muertos vuelven a tener su morada entre los vivos. Así, como si la resurrección de Cristo fuera germinando en el mundo, todos los elementos de la creación se ven arrebatados a lo alto». (San Máximo de Turín, Sermones)

«Quien pide que venga a él el reino de Dios una vez que sabe que el verdadero rey es rey de justicia y de paz, enderezará completamente su propia vida hacia la justicia y la paz, para que reine sobre él Aquel que es rey de justicia y de paz. El ejercito de este rey está constituido por todas las virtudes, y todas las virtudes han de entenderse en conexión con la justicia y la paz. Bienaventurado aquel que está colocado bajo el mando divino, y se encuentra armado contra la maldad por las virtudes, las cuales muestran en quienes las visten la imagen del rey». (San Gregorio de Nisa, Sobre la vocación cristiana)