23 de mayo de 2011

LECTIO DIVINA

Salmo 117[118],19-29

19 Abridme las puertas del triunfo,
y entraré para dar gracias al Señor.
20 Esta es la puerta del Señor
los vencedores entrarán por ella.
21 Te doy gracias, porque me escuchaste
y fuiste mi salvación.

22 La piedra que desecharon los arquitectos,
es ahora la piedra angular.
23 Es el Señor quien lo ha hecho
ha sido un milagro patente.
24 Este es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo.
25 Señor, danos la salvación,
Señor, danos prosperidad.
26 Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor;
27 Ordenad una procesión con ramos
hasta los ángulos del altar.

28 Tú eres mi Dios, te doy gracias,
Dios mío, yo te ensalzo.
29 Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.

Ideas generales sobre el Salmo

Los versos 19-28 son restos de un rito de entrada en el templo. El salmista pide que le abran las puertas del triunfo (del templo) para entrar a dar gracias. Un sacerdote responde indicando la puerta; la puerta por la que entrar los vencedores (v. 20)
v. 19-24 el salmista comienza su acción de gracias en nombre del pueblo. La imagen de la piedra angular (v. 22-23) está tomada de la construcción de arcos. La piedra que se coloca en el vértice del arco sostiene toda la construcción. El día de la victoria es llamado «el día en que actuó el Señor».
v. 25 respuesta del pueblo pidiendo la salvación, que se traduce en prosperidad.
v. 26 los sacerdotes bendicen al pueblo.
v. 27 invitan a formar filas para la procesión hasta el altar.
v. 28-29 última intervención del salmista dando gracias y ensalzando a Dios.

Se ofrecerían sacrificios en el templo, y culminaría toda con la alegría de la fiesta expresada en un banquete para todos. Llama la atención la frecuencia con que aparece el nombre «el Señor», y «en nombre del Señor». El nombre propio de Dios en el AT es «el Señor» —Yahvé, en hebreo— y que este nombre está unido a la liberación de Egipto. Recuerda la liberación, la alianza y la conquista de la tierra. Amor y fidelidad son las dos características fundamentales del Señor en su alianza con Israel.

Jesús es la máxima expresión del amor de Dios. En Jesús aprendemos que Dios es amor (1Jn 4,8). Jesús también manifestó ese amor entregando su vida. La liturgia cristiana lee este salmo a la luz de la muerte y la resurrección de Jesús.

Leer

Lee en voz alta. Podrías empezar por leer la parte 1ª del salmo. Luego vuelves a releer esta segunda parte, que tiene más aires de resurrección, de vida nueva. Piensa que estás haciendo una plegaria a Dios con su misma Palabra. Por ello puedes decir como el salmista: «Que mi palabra le sea agradable» (Sl 103,34). Y también decirle al Esposo, con sus mismas palabras, lo que él te dice en el Cantar: «Déjame escuchar tu voz, porque es muy dulce tu voz» (Ct 2,14).

«Orando a Dios con las palabras de los salmos tenemos la oportunidad de conocerlo mejor. Conociéndole mejor, lo amaremos mejor, amándole mejor, hallamos nuestra felicidad en él» (T. Merton, «Orando con los Salmos»).

Para rezar con sentido este salmo piensa en la gran victoria de Dios contra sus enemigos: la Resurrección de Cristo que celebramos en la liturgia. Piensa también tú, mientras lo relees más de una vez, en las pequeñas victorias que Dios ha logrado en tu vida, cuando tú has optado por las cosas de Dios, por hacer su voluntad. También cuando has optado por el bien, la verdad, la belleza. Piensa en las veces que has sentido nacer dentro de ti algo nuevo.

Y acostúmbrate, asimismo, al rezar este salmo —lo cual deberías hacer con mucha frecuencia— a unir tus tristezas y tus alegrías a las tristezas y alegrías de Cristo, para vivir la esperanza de ser llevado a la gloria de Cristo por medio de su victoria.

Meditar

La primera estrofa tiene como una solemne liturgia de entrada. El protagonista del salmo llega para hacer el paseo triunfal de los vencedores.

En el Evangelio, CRISTO dice que Él es la «PUERTA».

San Atanasio habla de «la puerta que conduce a la contemplación del Señor». O también Orígenes que habla de «las puertas de la justicia, que se abren para Cristo». El Apocalipsis dice: «He aquí que estoy a la puerta y llamo, si alguno me abre, entraré y cenaré con él» (Ap 3,20).

En esta primera estrofa puedes detenerte largamente en torno a esta imagen de la puerta y a tu relación con Cristo. Y también puedes tener en cuenta las condiciones que nos sugiere Isaías para acceder a este gran paseo triunfal: «Abrid las puertas para que entre un pueblo justo, que conserva la lealtad; su ánimo está firme y mantiene la paz, porque confía en ti» (Is 26,2s).

Porque Dios te llama, nos llama a todos, a este gran triunfo, pues tiene espacio para todos como nos sugiere San Efrén: «Bienaventuradas tus grandes puertas abiertas, tus dilatados atrios, para que hallemos espacio todos. En tus calles, todos los pueblos cantan».

Y es el «ALELUYA» la canción de los atrios del Señor, la canción de su casa para siempre. La canción cuyas notas empezamos a balbucear en el corazón con la incipiente melodía que provoca en nosotros la alegría del nacimiento de vida nueva, las primeras experiencias de resurrección.

Otra imagen muy valiosa de este salmo seria «PIEDRA». Dice San Jerónimo: «Puesto que Cristo ha sufrido, ha sido constituido por el Señor "piedra angular". Los constructores lo han rechazado; pero de modo invisible Dios construía el edificio. A la piedra rechazada, la hace piedra angular, he aquí la maravilla a nuestros ojos, a los ojos del hombre interior, a los ojos de aquellos que creen, esperan, aman».

Repasa estos versos del salmo, hasta bajarlos a la memoria de tu corazón, y recuerda aquella otra palabra: «Porque Dios no mira las apariencias, sino el corazón». Y por eso «Los caminos de Dios no son nuestros caminos, ni sus pensamientos son los nuestros» (Is 55,8).

También Efrén tiene unos versos sugerentes para centrar nuestro pensamiento en Cristo: «Los gentiles, corazones duros, corazones de piedra, alabaron y aclamaron la Piedra rechazada por los constructores y que viene a ser cabeza angular. Conmovidas delante de la Piedra, las piedras gritan».

Puedes mover tu meditación entre la Piedra que es Cristo y la piedra que es tu corazón.

Otra imagen para detenerte es «DÍA». Es decir, es caer en la cuenta de la intervención de Dios. Y te sugiero releer esta estrofa del salmo una y otra vez con una actitud de profundo agradecimiento al Señor, y teniendo como melodía de fondo la liturgia gozosa de la Noche Pascual: «Esta es la noche de que estaba escrito: Será la noche clara como el día, la noche iluminada por mi gozo. Noche santa que ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos».

Verdaderamente el «Señor nos ilumina». Relee el salmo, memorízalo, hasta sentir como tuya la palabra de otro salmo: «Oigo en mi corazón, buscad mi rostro. Tu rostro buscaré, Señor» (Sl 27,8).

Porque este es el día, el día de Dios: sentir sobre nosotros la mirada de Dios, la luz de su rostro iluminándonos, la experiencia del nacer nuevo desde dentro.

Como nos enseña Orígenes: «El día es el conocimiento de Cristo. El es el Sol de justicia que hace este día: día por excelencia, en que Cristo nos reconcilia con Dios, donde el Paraíso se abre, se cumple la bendición y queda suprimida la maldición. Aquel que hace todos los días hace este día para nosotros».

Orar

«A quien iremos, tu tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68).
«Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, y a tu enviado Jesucristo» (Jn 17,3).

Recoge tu tiempo y amásalo con estas palabras de Pedro y de Jesús. Y después repasa en tu corazón en la presencia del Señor aquellas frases o palabras o sentimientos que más te han golpeado a lo largo del tiempo que has pasado con este salmo.

Contemplar

«Que me bese con besos de su boca» (Ct 1,2). Dice San Bernardo: «La boca que da el beso es el Verbo; los labios que reciben el beso es esta carne asumida. Feliz beso, puesto que no es una boca sobre otra boca, sino Dios mismo que se une al hombre. Es la paz concluida entre cielo y tierra, porque El es nuestra paz» (Comentarios al Cantar, Sermón 2).

Después de este tiempo, o de varios tiempos vividos en contacto con el salmo esfuérzate por permanecer en silencio, solamente dejando que suban desde tus profundidades sentimientos del salmo, palabras del Señor, gestos... Sin querer decir nada, sin querer pensar nada, sin oponerte a que vengan a tu mente aspectos, palabras... de lo meditado, buscando solo silenciar tu mundo interior, hasta que el Señor te haga el don interior de su dulzura, de la suavidad de su paz, de su indecible sonrisa.

Escribir

Podrías escribir tres palabras o tres frases, del salmo o tuyas, que hayas sentido nacer dentro de ti con más fuerza durante la lectivo con este salmo.