27 de febrero de 2011

LA CARTA DEL ABAD

Querido Pablo,

Supongo sabes por los medios de comunicación, como estos días estamos asistiendo a grandes movimientos de masas de población, sobre todo de jóvenes que se levantan contra quienes les representan (o deberían representarlos) durante décadas y décadas de gobierno férreo, autoritario, dictatorial. Masas, generalmente hambrientas en países no siempre pobres. Masas manipuladas política, religiosa, socialmente...

Nadie pregunta, como a veces se pregunta en otras catástrofes, ¿dónde está Dios, si es que existe? ¿Dios ha dejado la tierra? ¿lo han arrojado fuera de ella?...

Una minoría, una elite "aristocrática" va engrosando sus cuentas privadas, e inconscientemente se va a sí mismo aislando del entorno, un entorno cada día más vivo, más consciente de su miseria, de su indigencia, hambre, pobreza suprema que va tejiendo lazos fuertes, vivos, va tejiendo en la humanidad redes humanas que se dejan oír. Y aquí está el grito de Dios. «¿Es que una madre puede olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas?» Es el grito de Dios por boca del Profeta. Y este Dios, finalmente no gritará por medio del Profetas, sino con su misma voz, su voz revestida de carne humana, de debilidad, de pobreza humana, pero con una profunda y rica humanidad.

Esa Madre divina, que dio a luz a su criatura y le puso este mundo en sus manos, para que lo perfeccionara con los dones que le iba otorgando. Y a través de un ritmo muy diferente del ritmo de los humanos. Este Dios se revistió de nuestra carne, de nuestra voz, de nuestros gestos, se revistió de lo más sencillo de lo humano, para poder llegar a ser entendido por todos. Pero de manera especial por los más humildes.

Pero la criatura dejo entrar en su casa otras voces... Esta criatura se fue acostumbrando a otros ruidos: de armas, de monedas... y fue dejando de percibir la voz que iluminaba sus pasos. Se fue apagando esta voz, y crecieron otras voces. Hay que decir que todavía hoy siguen creciendo otras voces... Y el hombre empezó a confundir las voces, los gestos... Y se va olvidando de todo lo genuinamente humano.

Pero no todos los hombres viven en la confusión de las voces. Hay quienes perdidos en la desnuda naturaleza no pueden oír sino la voz de su estómago vacío, de su miseria… sin voz, pero con capacidad para escuchar el canto de los pájaros y la belleza de los lirios del campo. Y su pobreza extrema les hace capaces de escuchar la voz del Creador. En su interior. Porque ese Creador nunca ha abandonado a su criatura, nunca se ha separado de ella. En un misterio que nos desborda, Dios lo tenemos comprometido con la aventura humana. No llegamos a penetrar en la intimidad de este misterio. En ocasiones ni dentro de su Iglesia. Este Dios solo espera que le dejemos tomar nuestras manos e instruirnos en sus caminos. En la escuela del servicio divino solo hay un maestro. Pero no todos comprenden esto, y los hay que se buscan más de un maestro, estar al servicio de dos amos por lo menos, o más, que al final intentará deshacerse de todos ellos, para erigirse en maestro de sí mismo. Buscan seguridades y se encuentran con la más sangrante inseguridad.

Es bueno que el hombre tenga la posibilidad de un mínimo tiempo de silencio en su vida, de una mínima reflexión, que le pueda abrir a una dimensión más allá de si mismo, donde puede encontrarse con la fuerza y la sabiduría de otros y poder llegar a una experiencia de la trascendencia. Que es el terreno abonado donde podemos hacer una buena experiencia de Dios.

Pablo, Dios está dentro de ti comprometido en tu misma apasionante aventura. Un abrazo.

P. Abad