2 de mayo de 2011

SOLEMNIDAD TRASLADADA DE NUESTRA SEÑORA DE MONTSERRAT

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Ac 1,12-14; Sl 86; Ef 3-6.11-12; Lc 1,39-47

«Virgen prodigiosa, trono purísimo donde reposó la eterna Sabiduría cuando vino al mundo a enseñar el camino de la salvación, alcanzad a vuestros hijos catalanes aquella fe que mueve las montañas, rellena los valles y hace plano el camino de la vida» (Visita Espiritual, Torras y Bages).

Con toda seguridad que en el santuario de Montserrat, se hará realidad esta invocación a María. Y serán muchos sus hijos que, después de poner a sus pies esta u otra plegaria, iniciaran el descenso de la santa Montaña con una luz nueva para el camino de la vida. María es siempre una fuente de luz para nosotros. Porque María es la criatura bienaventurada porque supo guardar la Palabra, y con ella la Luz divina. Por esto puede escribir san Efrén: «Es claro que María es la tierra de la Luz que ilumina, a través de ella, el mundo y sus habitantes, ensombrecidos a través de Eva fuente de todos los males. A través de su luz yo he contemplado al Luminoso que nadie puede turbar. En el seno de su pureza reside un gran misterio: es el Cuerpo de Nuestro Señor, todo inmaculado».

María es tierra de luz. Pero su Luz es para el mundo y sus habitantes. María es tierra de Luz. Una Luz colocada sobre el monte, o mejor ahora, sobre la Montaña, para que gocen de la luz quienes a ella se acercan. Para que puedan contemplar al Luminoso. En la Montaña de Montserrat alcanzamos una Luz nueva, que nos envuelve y pacifica.

Pero no dejemos de contemplar a María, para percibir qué hace ella con esa Luz, con la Luz del gran misterio arraigado en ella. En los relatos de la Palabra de Dios proclamada en esta fiesta podemos aprender el destino de la Luz de María.

El Papa Benedicto, hace referencia al viaje de la alegría cuando afirma en una de sus homilías: «María corrió inmediatamente a comunicar su alegría a Isabel. Es el verdadero compromiso creyente. Esta alegría podemos comunicarla de un modo sencillo: con una sonrisa, con un gesto bueno, con una pequeña ayuda, con un perdón. La alegría regalada vuelve a nosotros. Tratemos de llevar la alegría más profunda, la alegría de haber conocido a Cristo».

Esta fiesta es una ocasión perfecta para pedirle a Nuestra Señora de Montserrat esta alegría, para el camino de la vida. La alegría que hace plano el camino de la vida.

La lectura primera de los Hechos, nos viene a sugerir como alcanzar dicha alegría: «Todos unánimes, asistían sin falta a las horas de plegaria con las mujeres, María, la madre de Jesús y sus parientes». María está aquí presente como «la madre de Jesús». María está presente en los tres momentos constitutivos del misterio cristiano: «Encarnación, Pascua y Pentecostés». Ahora, el Espíritu que va a venir, es el Espíritu de su Hijo Jesús. Es la última aparición de María en las páginas sagradas. Es importante este último «argumento del silencio».

La Encarnación, y la Pascua «misterios clamorosos, que tiene lugar, —dirá san Ignacio de Antioquia— en el silencio de Dios». En el trayecto de la vida de Jesús, María viene a tener una actitud silenciosa. Es el silencio clamoroso del Evangelio. Y ahora en la preparación de Pentecostés, la última aparición de María, nueva y última presencia silenciosa Su vida escondida con Cristo en Dios.

Por ello hay quien ha escrito que María viene a inaugurar en la Iglesia la segunda vocación: «el alma escondida y orante, como compañera y complemento del alma apostólica». Y será en esta actitud de vida escondida con Cristo en Dios como seremos «alabanza de la grandeza de Dios», como pone de relieve la segunda lectura, de la carta a los Efesios.

Santa María asentada en la Montaña de Montserrat y rodeada por la devoción y amor de la comunidad benedictina, como pasa en tantos otros monasterios benedictinos y cistercienses es una estampa viva de una comunión trinitaria, llamada a mover verdaderas montañas en el corazón de muchos creyentes, y poner luces en los caminos de la vida.