15 de mayo de 2011

LA CARTA DEL ABAD

Querido Pablo,

Dice Jesús: «Yo conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen» (Jn 10). No sé por qué he pensado en ti, cuando leo este interesante capítulo del evangelista Juan. Habla como ves de un mutuo conocimiento entre Cristo y cada uno de nosotros.

Quizás porque hubo un tiempo que me pedías recordase a tu hijo en mi oración, lo cual sigo haciendo porque sigues en ese mismo interés. Y por otra parte eres de las personas que hubieras comprendido mejor que, al abandonar mi servicio en la parroquia como sacerdote, hubiera marchado a misiones. Pero, ¿a un monasterio?...

No eres el único que no termina de comprender nuestra vida. ¿Para qué sirve? Para nada… No tenemos una «utilidad» concreta. En todo caso te podría decir: buscar a Dios, buscar de conocerle más, mejor… Es, quizás, la respuesta que mejor puedes comprender ahora. Y no solo tú, son muchos los que dentro de la vida de la Iglesia, y personas cualificadas incluso, no acaban de entender, o infravaloran cuando piensan que es más oportuno e importante una actividad cristiana inmersa totalmente en el ritmo diario de la sociedad de hoy.

Aquel «mundo feliz» que preconizaba la obra de Huxley el siglo pasado, viendo el progreso de la sociedad humana, se aleja hacia otros horizontes. La sociedad hoy, confusa y desorientada, ha descendido muchos escalones en sus ideales de un mundo mejor, y se va adhiriendo más a más a un bienestar personal y social. Entonces: para qué tanta actividad inútil, para qué tanto afán en un mundo que no aquieta el corazón humano. ¿Para qué?... Para nada. O quizás sí: para más frustración, más injusticia, más violencia… Hay otro camino…

Ese «yo conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a mi», me ha recordado otra palabra de la Escritura que dice: «entonces, conoceré como soy conocido», aludiendo a cuando esté en la presencia de Dios. Es evidente que hoy se abandona a Dios en el «parking» durante muchas horas. Incluso durante toda la vida, como un coche averiado que ya no nos sirve. Entonces, los hombres perdemos la orientación de la vida, el sentido de la vida. Ahora bien contar con Dios, buscar una relación con él tiene un nombre: ORACIÓN.

Dios está siempre presente en la vida del hombre. Incluso en la vida de los que lo niegan, de los que blasfeman de él. Dios está presente donde hay vida. Pero esta presencia suya es recibida y transforma nuestra vida solo si oramos. Entonces, la presencia divina es fuente de vida y de luz. Y de paz. Pero si la oración es auténticamente oración.

«La oración —dice san Juan Crisóstomo— es luz del alma, verdadero conocimiento de Dios, mediadora entre Dios y los hombres».

Y lleva a una transformación progresiva de nuestra vida. Pero tenemos la experiencia de muchos creyentes cuya vida cambia muy poco o nada con su oración. Incluso, personas que teóricamente se mueven más en un ambiente religioso, y por tanto más propicio para la oración. Pero no se perciben cambios cualitativos en la vida de muchas de esas personas. No hay, entonces, con toda seguridad, verdadera oración; verdadera relación con Dios.

Dios está presente en la vida de todo hombre. Pero Dios respeta la libertad del hombre, que en su libertad le abre o no le abre el corazón. Una verdadera oración, simplemente, es abrir el corazón a Dios, dejar que su Palabra te vaya iluminando y a la luz de lo que te da Dios actúa en consecuencia.

Una relación de este tipo, nos lleva a conocer progresivamente a Dios, y a la vez vamos conociéndonos a nosotros mismos. Es un camino progresivo en esta vida, pues nunca llegamos a lo profundo de nuestro propio misterio personal, y menos hasta lo profundo del misterio insondable de Dios.

La oración en realidad es ponerse en un camino de cultivar una amistad con Dios, con un Dios que ama a todas sus criaturas. Y este camino no se acaba. De aquí que lo único absoluto en nuestra vida será una actitud de abertura, una actitud de escucha, de búsqueda incesante de Dios, del Dios bueno y amigo de los hombres, que se llega a experimentar en la vida de oración.

Seguiré rezando por ti y por tu familia. Para mí es fuente de paz y de alegría. Un abrazo,

+ P. Abad