15 de mayo de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO PASCUAL
Domingo 4º de Pascua

Del comentario al Evangelio según san Juan, de santo Tomás de Aquino
«Yo soy el buen pastor». Es evidente que el título de pastor conviene a Cristo. Ya que de la misma manera que un pastor conduce el rebaño a donde hay pastos, así también Cristo restaura a los fieles con un alimento espiritual, que viene a ser su propio cuerpo y su propia sangre.

Para diferenciarse del pastor que no es pastor y del ladrón, Jesús precisa que él es el buen pastor. Es bueno, porque defiende su rebaño con la misma valentía que un buen soldado defiende a su país. Por otra parte, el Señor dice que el pastor entra por la puerta, e incluso él mismo se llama la puerta. Así, pues, cuando se declara pastor, hay que comprender que es él quien entra y que sólo se puede entrar a través de él. Y eso es verdad, ya que manifiesta que conoce al Padre por él mismo, mientras que nosotros entramos a través de él y es él quien nos da la felicidad. Fijémonos bien en que nadie, fuera de él, no es la puerta, ya que nadie más es tampoco la luz. Así, san Juan Bautista no era la luz, sino que vino para dar testimonio de la luz. El Cristo, en cambio, es la luz que ilumina todo hombre. Nadie, pues, no puede llamarse la puerta, porque Cristo se ha reservado para él solo este título.

Pero, en cambio, el título de pastor lo ha conferido a otros, lo ha dado a algunos de sus miembros. Efectivamente, Pedro fue pastor, así como los demás apóstoles, y lo son también todos los obispos. «Yo os daré pastores —dice Jeremías— según mi corazón». Aunque los jefes de la Iglesia —que también son hijos— son pastores, Cristo dice: «Yo soy el buen pastor», para mostrarnos la fuerza única de su amor. Ningún otro pastor no es bueno si no está unido a Cristo por la caridad, convirtiéndose así miembro del pastor verdadero.

El servicio del buen pastor es la caridad. Por eso mismo Jesús dice que él da su vida por sus ovejas. Fijémonos qué es lo que lo distingue: el buen pastor vela por el interés de su rebaño, mientras que el pastor malo busca su propio interés. Es exactamente lo que dice el profeta: «¡Ay de los pastores de Israel, que se apacientan a sí mismos! Los pastores, ¿no deben apacentar el rebaño?» Aquel que no hace otra cosa mas que servirse del rebaño para el propio interés no es un buen pastor. Un buen pastor, en el sentido ya natural, tiene que aguantar muchas cosas si quiere cuidar del rebaño, como dice Jacob: «De día el calor me devoraba, y de noche el frío».

Sermón en la Resurrección del Señor, de san León Magno, papa (2,3-5)
Si con el corazón creemos sin vacilación lo que confesamos con los labios, somos nosotros los que en Cristo hemos sido crucificados, muertos, sepultados, y también en él hemos resucitado al tercer día. Por eso dice el Apóstol: Así pues, «si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, no las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando el Cristo, nuestra vida, se manifestará, también nosotros nos manifestaremos con él en plena gloria». Y para que los fieles sepan que tienen lo que les dará la fuerza de despegar a la sabiduría que viene de arriba, despreciando las concupiscencias del mundo, el Señor nos hace el don de su presencia, diciendo: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». No es en vano que el Espíritu Santo había prometido por boca de Isaías: «Cuando la virgen que está encinta tendrá un hijo, le pondrá Emmanuel, es decir, Dios-con-nosotros». Así, pues, Jesús cumple el significado de su nombre y, si se sube al cielo, no abandona a quienes ha adoptado; el que está a la derecha del Padre es el mismo que habita en todo el cuerpo, y el que abajo nos mueve a ser pacientes es el mismo que desde arriba nos invita a la gloria.