8 de mayo de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO PASCUAL
Domingo 3º de Pascua

De los sermones de san León Magno, papa, Sobre san Lucas (23,1-2)
Sabéis, hermanos, que el Señor se apareció a dos discípulos mientras iban de camino. No creían, pero aun así hablaban de él. Y el Señor se les presentó no bajo una figura fácilmente reconocible: de esta manera concretaba externamente ante sus ojos de carne, lo que les pasaba interiormente por los ojos del corazón. En efecto, por dentro querían y dudaban al mismo tiempo, y por fuera, el Señor estaba presente, pero al mismo tiempo no les dejaba ver quién era realmente. A quienes hablaban de él, les ofrecía su presencia, pero a quienes dudaban, les escondía el aspecto que les habría permitido reconocerlo.

Él mismo empieza la conversación. Les reprocha la dureza de su entendimiento, les descubre los secretos de las Sagradas Escrituras que hacían referencia a él y, sin embargo, ya que por su fe deficiente no era para ellos sino un extraño, finge de continuar su ruta... La Verdad, que es simple, no actuó con duplicidad, sino que se mostró corporalmente tal como ellos la veían interiormente.

Les faltaba todavía esta prueba: ellos que no lo veían aún como Dios, ¿podrían amarlo primero como forastero? ¡La Verdad iba con ellos, y ellos no podían quedar al margen de su amor! Por eso le ofrecen hospitalidad, tal como se hace a los viajeros. Preparan la mesa, le ofrecen alimentos, y Dios, que no habían reconocido en el comentario de la Sagrada Escritura, es reconocido en la fracción del pan.

No fue, pues, sólo la audición lo que les iluminó, sino que fue la práctica de los mandamientos. Porque «no son los que escuchan la Ley quienes son justos ante Dios, sino que son los que cumplen la Ley los que serán justificados». Aquel, pues, que quiera comprender la palabra que ha oído, que se apresure a poner en práctica lo que ya ha podido comprender. Esto es un hecho: el Señor no fue reconocido mientras hablaba, pero se dejó conocer en el momento que le ofrecían comida. Amad, hermanos míos, la hospitalidad. Practica siempre la caridad.

San León Magno, papa, Sermón sobre la Resurrección (2,3-5)
Nosotros no debemos perder la cordura entre las cosas vanas, ni debemos tener miedo en las adversidades. En un caso nos halagan las cosas engañosas y en el otro las penas nos oprimen. Pero, como el amor del Señor llena la tierra, por todas partes nos viene a ayudar a la victoria de Cristo, para que se cumpla su palabra: «confiad: yo he vencido al mundo». Si nos mantenemos lejos de la levadura de la maldad, no nos alejaremos nunca de la fiesta pascual. Ciertamente, en medio de todas las vicisitudes de esta vida, llena de pasiones de todo tipo, debemos recordar siempre la exhortación del Apóstol: Tened en vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, el cual, subsistiendo en la condición divina, no se aferró celosamente a su igualdad con Dios, sino que se anonadó a sí mismo, toman la condición de esclavo, en todo igual a los hombres, y, encontrado en su comportamiento como otro hombre cualquiera, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso también Dios lo ensalzó hasta el extremo, y le concedió el "Nombre-sobre-todo-nombre".