8 de mayo de 2011

LA CARTA DEL ABAD

Querida María Luisa,

Vamos adentrándonos en la primavera, crecen los días dominados por la luz. La luz que hace crecer y manifestar la belleza de la vida. Y desciende una nueva estrella hasta el espacio monástico cuando empieza este luminoso mes de mayo. Tu estrella de luz. Necesitamos la luz. De esto es consciente hasta el mismo Dios. Es la primera palabra que conocemos de Él: «que exista la luz». Su Palabra siempre hace lo que dice. Y existió, y existe la luz.

Después toda la historia humana es una tensión, una lucha permanente, encarnizada, entre la luz y las tinieblas. En esta historia Dios siempre busca ser un protagonista de luz. Incluso cuando se reviste de nuestra naturaleza humana, dispuesto a hacer una nueva creación, se presenta como luz: «Yo soy la luz». Luz que es vida, como lo muestra esta primavera en que todo vuelve a renacer. Vida que lleva luz a las tinieblas del hombre.

Y cuando se dispone a llevar a cabo la nueva creación, comienza con un grito luminoso: «¡Luz de Cristo!» El grito de la nueva creación de la Pascua de Resurrección.

San Pablo recoge el mensaje y nos lo transmite: «Todos vivís en la luz. No pertenecemos a la noche ni a las tinieblas. Animaos mutuamente y ayudaos unos a otros a crecer» (1Tes 5,4s).

Tu servicio como religiosa, Mª Luisa, es un servicio de luz; un esfuerzo, realmente, para ayudar a crecer en la luz a quienes a tu alrededor, o junto a ti necesitan de la Luz. Y creo, sinceramente, que no debe haber otra postura en nuestra vida. Vivimos en la luz. La luz no la podemos guardar o esconder bajo el candelero.

Nosotros, tú y yo, y tantos creyentes como nosotros, somos caminantes de Emaús. Y en el camino se nos acercan otros caminantes que van en la misma dirección, a la misma aldea. Nuestra postura debe ser la de tener una recepción amorosa de la luz, para que nuestra luz sea más fuerte. La luz siempre alumbra si no hay una tiniebla obstinada y cerrada, pues comienza siempre por iluminar el alma a quien se dirige, para que pueda dar una buena respuesta. La luz nos hace luminosos, con la misma luminosidad de ese Peregrino desconocido que se nos acerca en el camino. Que nos dirige la palabra, y si la escuchamos hay un momento en que comienza a arder, a iluminar, algo dentro de nosotros.

Esa luz, evidentemente, nos aviva con la fuerza una llama interior, una llama profunda en nuestra vida, como dice Unamuno: «Más dentro aún que mis entrañas arde el fuego eterno que encendió los soles e hizo la luz, un fuego de diamante» (Cancionero 32,VI).

«Luz, luz» se dice que gritaba Goethe, en un momento difícil de su vida. Es posible. Pero este grito se sigue escuchando hoy en la seca y desesperada garganta de la humanidad. Tú, Mª Luisa, estás en contacto con muchos marginados de nuestra sociedad. Sabes que nuestra humanidad no necesita condenas, sino luz; una luz que no está lejos, sino que la lleva más allá de sus entrañas, como fuego de diamante.

Vivimos inmersos en la luz, ¿qué hacemos con la luz? Decir una palabra en el camino, que pueda encender una luz interior que lleve a desandar el camino para transmitir esperanza. Un abrazo,

+ P. Abad