29 de mayo de 2011

LA CARTA DEL ABAD

Querida Alicia,

Muchas gracias, Alicia, por tu carta, por las noticias de otras personas conocidas o amigas, o por recordarme posibles olvidos míos… Como ves no tendré tanta «influencia en el cielo» como me dices, pues en el cielo, o en Dios que viene a ser lo mismo, todo es presencia; no caben los olvidos. Igual tenéis más «influencia» los que «tenéis más los pies en el suelo».

Hay otros puntos interesantes en tu carta que otro día comentaré, pero hoy voy a detenerme en este final de tu carta, ya que lo veo muy interesante para una vida espiritual, tanto si uno «tiene influencia en el cielo», como si otro «tiene más los pies en el suelo».

Esa observación la he escuchado muchas veces: «usted rece por mí, que está más cerca de Dios». Y siempre recibo la invitación, por fuera con una sonrisa, pero por dentro con una cierta confusión o sonrojo, porque yo no me creo nunca que esté más cerca de Dios que otra persona que me está hablando o pidiendo oraciones. Yo tengo la certeza de que está más cerca de Dios, el que ama más, el que tiene su vida más dinamizada por el amor divino. Y ¿quién puede medir el amor del corazón? Para mí, aquí la respuesta siempre queda en suspenso. Pues nosotros miramos las apariencias, solo Dios sondea y conoce el corazón del hombre.

Yo creo que nuestra vida monástica es fundamentalmente una vida de oración, de plegaria incesante, y de búsqueda permanente de Dios. Y que al hacer o vivir esto en una vida de comunidad, somos un testimonio en la sociedad, en la Iglesia, un recuerdo de la necesidad de conceder gratuitamente nuestro tiempo a Dios, para que Él obre su amor en la vida de los hombres, en la tuya, en la mía, en la de cualquier criatura de este mundo.

Ya sabes como el mismo Dios dejo «su cielo» y se revistió de nuestra frágil naturaleza, quiso tener los pies en el suelo humano, para hacer vibrar su corazón lleno de amor junto al corazón humano, siempre necesitado de esa vibración divina.
Nuestro Dios, pues, es un Dios humano, muy humano; nosotros si le buscamos tenemos que tener mucho más los pies en el suelo, en esta tierra que necesita vibrar con la sensibilidad de un Dios amor, con la sensibilidad de un Dios humano, muy humano, que nos muestra, de esta manera cual debe ser nuestro camino para agradarle.

Aquí quiero recordar las hermosas palabras con las que empieza su libro «Sobre la contemplación de Dios» el monje cisterciense Guillermo de Saint-Thierry: «Venid, subamos a la montaña del Señor, a la casa del Dios de Jacob, y Él nos enseñará sus caminos. Subamos a la montaña donde el Señor ve y es visto, contempla y es contemplado; y después de haber adorado, volveremos a vosotros. Volveremos, seguro, y lo más pronto posible. El amor a la Verdad nos lleva lejos de vosotros, pero a causa de los hermanos, la verdad del Amor no nos permite abandonaros y rechazaros».

Ya ves, Alicia, como necesitamos, y yo creo que todos, tener un tiempo para dejar que el Señor nos enseñe sus caminos, en una relación de amistad con Él en la oración, pero luego nuestro tiempo, fundamentalmente debe ser pisar el polvo de estos caminos en los que nos ha puesto el Señor.

Alicia, una vez más gracias por tu carta. Tú pides oraciones, pero también es verdad que tienes bien puestos los pies en el suelo, y que caminas con la sabiduría de Aquel que también te enseña a ti sus caminos. Un abrazo,

+ P. Abad