15 de enero de 2012

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 2º del Tiempo Ordinario

De la Regla monástica de san Basilio (2,1)
El amor de Dios no es algo que pueda aprenderse con unas normas y preceptos. Así como nadie nos ha enseñado a gozar de la luz, a amar la vida, a querer a nuestros padres y educadores, así también, y con mayor razón, el amor de Dios no es algo que pueda enseñarse, sino que desde que empieza a existir este ser vivo que llamamos hombre es depositada en él una fuerza espiritual, a manera de semilla, que encierra en sí misma la facultad y la tendencia al amor. Esta fuerza es cultivada diligentemente como una semilla y nutrida sabiamente en la escuela de los divinos preceptos y así, con la ayuda de Dios,, llega a su perfección…

Y me pregunto, ¿qué hay más admirable que la belleza de Dios? ¿Puede pensarse en lago más dulce y agradable que la magnificencia divina? ¿puede existir un deseo más fuerte e impetuoso que el que Dios infunde en el alma limpia de todo pecado y que dice con sincero afecto: Desfallezco de amor? El resplandor de la belleza divina es algo absolutamente inefable e inenarrable.