15 de enero de 2012

LA CARTA DEL ABAD

Querido Diego:

En tu carta que rezuma poesía me dices: «Hay saludos que, solo el recuerdo, encogen y dañan el corazón. Otros son bálsamos de gozo, luz y consuelo. Unos con su pintura nos dejaron un saludo que es un baño de luz; otros, será un saludo eterno de piedra fraternal; en otros el saludo es una invitación a buscar nuevas formas de convivencia».

El saludo es un gesto, una sonrisa, una palabra… que se da en una relación entre personas, conocidas o también desconocidas. Un primer paso en el abrir el misterio de mi persona a otra persona.

Yo diría que mediante el saludo abrimos la puerta de nuestro misterio personal al otro. Rechazar o negar el saludo, viene a ser un rechazar y negar la relación con el otro. Este otro no nos interesa o lo sentimos como un peligro para nosotros. El negarlo o rechazarlo nos lleva a replegarnos sobre nosotros, y así recortamos el horizonte de nuestra vida que por sí misma es abertura, comunicación.

¿Qué dejamos, hoy, nosotros con nuestro saludo? Yo diría que una huella débil. A tono con la debilidad u superficialidad de nuestra vida. Yo creo que nos es fácil distribuir en un encuentro saludos, decir una palabra, tener un gesto con muchos, pero esto solo no basta. Necesitamos entrar a través de esta puerta del saludo y mostrar más hondura de nuestra vida, y recibir vida profunda del otro. Esto solamente es posible cuando nuestro océano interior está en calma, pacificado. Y, además, que me interese el misterio personal del otro.

La palabra debe ser un camino de pacificación. Pero ¡decimos tantas palabras!

Diego, yo te diría que a mi me impresiona el saludo de Jesús. Jesús de Nazaret debió aprender de su madre María a decir pocas palabras. Pocas y sabrosas palabras. Palabras envueltas en silencio, como las palabras de esta madre única.

¿Cómo es el primer encuentro de Jesús con sus discípulos? Lacónico en gestos y palabras. «Dos van en pos de Jesús, éste se vuelve y les dice: —Hola, ¿qué buscáis? —¿Dónde vives? —Venid y lo veréis. Y se quedaron con él todo el día».

Un saludo breve, un compartir unas horas, y comienza una profunda amistad. Es el misterio de la palabra y de la vida de una persona. Aquí se trata de Jesús de Nazaret.

Pero, Diego puede tratarse de ti, o de mí o de otros que ponen en juego, con sabiduría, su vida con el valor de la palabra.

Hay otro momento clave en la vida de Jesús de Nazaret y de sus amigos. Después de resucitar, cuando están éstos desconcertados, se presenta y le saluda: «¡La paz con vosotros!» Y repite: «Paz!» Y este saludo les llena de alegría. Y volvería a tener un nuevo coloquio con ellos. Este saludo, un saludo de una única palabra, es la puerta para que aquellos amigos de Jesús salgan y se jueguen la vida por él.

Diego, debemos llevar saludos que lleven luz y consuelo. Que pacifiquen el corazón. Saludos que nos lleven a otras formas de convivencia. Quizás necesitamos abreviar nuestro diccionario, y abrir el corazón a horizontes más amplios.

Tenemos capacidad para esto. Diego sé breve en tu saludo y profundo en tu silencio. Un abrazo,

+ P. Abad