6 de enero de 2012

EPIFANÍA DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 60,1-6; Salm 712.7-13; Ef 3,2-3.5-6; Mt 2,1-12

Fiesta de Epifanía, llamada, más popularmente de los Reyes Magos, y unida a todo un festival de regalos y cabalgatas. Ha escrito alguien: «A partir de una cierta edad las cosas que pediríamos a los Magos ya no te las pueden traer, porque no caben en paquetes y no se encuentran en las tiendas. El tiempo no se detiene ni va hacia atrás, los que marchan ya no vuelven, lo que ha pasado no se borra».

¿Qué traen hoy los Magos? Una pregunta, con una Buena Noticia: «¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Hemos visto su estrella y venimos a adorarlo».

¿Cómo reacciona Jerusalén? Se sobresaltó, se inquietó profundamente. Primero el poder político. Herodes. El poder político no adora sino el poder por el poder. Por eso la primera determinación de Herodes será suprimir a este nuevo rey.
Después el poder religioso. Los sacerdotes y letrados. El poder religioso no adora a ningún otro poder. El poder religioso, es solo y únicamente servicio, o es poder demoníaco. Por eso cuando llegue el momento cumbre de su manifestación lo clavaran en una cruz. Y buscaran arrancar hasta el letrero de la cruz, que manda colocar el gobernador romano.

Dice san Bernardo: «Nada raro que se turbe Herodes, que se sobresalte, imaginándose un sucesor. Lo extraño es que se sobresalte con él Jerusalén, la ciudad de Dios, que es visión de paz».

El poder se siente bien en el poder. No quiere que le turben en sus sueños de más poder, de más seguridad. El tiempo, en ocasiones, sí que parece detenerse, que vuelven tiempos pasados, y el hombre continúa teniendo sueños. El poder político no quiere que le molesten en su camino, a la conquista de un poder más absoluto. El poder religioso no necesita, no quiere vuelta del Mesías. Me pregunto: ¿cuál será el espíritu con que el poder religioso dice cada día: «Padre nuestro… venga a nosotros tu reino?»

El poder político y el poder religioso solo pueden traer más crisis. Como la que está sufriendo esta sociedad, o sufrirá más fuerte todavía. Donde unos detentan cada día más dinero, más poder, y otros más pobreza y desamparo.

Esta sociedad, difícilmente puede aceptar el regalo de los Magos. Difícilmente puede aceptar la Buena Noticia que traen: hemos visto la estrella del nuevo rey y venimos a adorarlo.

El hombre actual cada día se atrofia más para descubrir a Dios. Se hace «incapaz de Dios». Cuando sólo busca o se conoce el amor bajo formas degeneradas, cuando la vida está movida exclusivamente por intereses egoístas de beneficio o ganancia, algo se seca en el corazón. Son muchos, hoy, los que están envejecidos prematuramente, endurecidos por dentro, sin capacidad de abrirse a Dios por ningún resquicio de su existencia, caminan por la vida sin la compañía interior de nadie. Este «endurecimiento interior» es el mayor peligro para el hombre moderno. Entonces deja el hombre de alzar sus manos hacia la estrella. El hombre se hace incapaz para adorar, amar, venerar.
Esta incapacidad para adorar a Dios se apodera también de muchos creyentes que sólo buscan un «Dios útil». Sólo les interesa un Dios que sirva para sus proyectos privados o sus programas socio-políticos, o sus intereses religiosos personales.

Pero no solo se anuncia, se manifiesta, hoy, el Mesías, sino que con Él viene otro regalo añadido: que a nuestra casa se añaden los gentiles, los extraños, los lejanos. Con el Mesías viene la invitación a todos los pueblos. Con este programa no contaban los sacerdotes y letrados. Un Mesías universal, sin fronteras, es incómodo. Lo fue entonces y lo sigue siendo ahora. Nos quita niveles de seguridad, de tranquilidad. Pero deberíamos saber que el mismo Cristo trae el programa para que la cosa funcione: Él mismo es reconciliación, es unidad. Sin ésta el compiuter no funciona.

Esta fiesta vendría ser una invitación a crear redes, redes de solidaridad, de organización social y económica justa. Invitación a poner en juego el corazón y la imaginación para contribuir a diseñar un mundo nuevo. De lo contrario perderemos la estrella. Y no llegaremos a encontrar al Salvador, que quiere manifestarse a todos los pueblos.