25 de marzo de 2012

LA CARTA DEL ABAD

Querida María Luisa:

«¿Se puede explicar el silencio del otoño? El cambio de color de las hojas… Aquí los árboles que veo son siempre verdes, pero recuerdo el otoño de Alcañiz. ¡Qué maravilla! Los colores nacen del silencio; no gritan, no alborotan cuando poco a poco van muriendo. Aprender a morir cada día en silencio, cambiar el color del pelo, llenarte de arrugas… en silencio, sin apenas darte cuenta. Este silencio te lo envío a ti, monje contemplativo».

Muchas gracias Mª Luisa, por este texto tan precioso. Yo creo que no se puede explicar el silencio del otoño. Yo creo que no se puede explicar el silencio, ningún silencio. El silencio se vive. Vivir la experiencia del silencio no es tarea fácil. Ni siquiera en la vida monástica. Sin embargo es una experiencia necesaria en la vida. Vivir las sucesivas estaciones de la vida, con el cambio que van provocando en nuestro espacio interior. Vivir con paz el cambio de color del corazón, cada estación, cada mes, incluso cada día. Color interior que nace del silencio, sin gritar, ni alborotar como dices, y que muere dejando espacio a otros colores, y una huella nueva en nuestro lienzo.

Necesitamos más sabiduría para morir en silencio, cambiar las frondas de nuestra vida, pero conscientes de este cambio, vivido de manera positiva, enriquecedora. Nuestra vida va cambiando en medio de multitud de experiencias de todo tipo, pero vividas como una experiencia viva de la conciencia pueden ser fuente que sacie nuestra sed, y dé sabor a nuestra vida.

Nosotros, tú y yo y cada persona humana, somos una semilla que guarda dentro la fuerza de una vida nueva, sorprendente, distinta, y necesitamos el silencio del otoño para arrojarla en surco abierto. Necesitamos lanzar el grano a la tierra abierta del otoño, perdernos en esta tierra madre, con un gesto generoso, como la matriz de la madre, tierra sagrada, donde la mujer trabaja en silencio colaborando con la fuente de la vida divina. Solamente una siembra generosa hará posible el color verde de la primavera, y el dorado del verano, la promesa del fruto abundante. Si el grano de trigo no cae a tierra y muere, queda infecundo, pero si muere da mucho fruto.

En cualquier caso siempre será preciso caer en el surco y dejar que nos envuelva el silencio y la quietud del invierno. «Este silencio te lo envío a ti, monje contemplativo». Gracias, por dedicarme este silencio.

Evidentemente, se necesita una actitud contemplativa para vivir este silencio. Pero este silencio, he de decirte que no es patrimonio exclusivo de los monjes. Ese mismo párrafo que me mandas es una experiencia contemplativa hermosa. ¿No es contemplativa esa mujer que está viviendo la experiencia del nacimiento de una nueva vida en su seno? ¿No es contemplativo el labrador sencillo que ora se dobla sobre la tierra para abrir el surco, ora se levanta con esperanza viva de la lluvia del cielo? ¿No es, acaso, experiencia contemplativa la entereza con que una persona sencilla vive un golpe fuerte en su vida, (familiar, económica, social…) la experiencia de un morir agudo, pero esperando que amanezca?

Mª Luisa, yo creo que todas las circunstancias de nuestra vida, son materia para una experiencia contemplativa si acertamos a vivirlas con un ritmo de paz, un talante silencioso, y esperando un fruto nuevo, el dibujo de un nuevo color en el corazón. Un abrazo,

+ P. Abad