4 de marzo de 2012

LA CARTA DEL ABAD

Querido Miguel:

Agradezco tu breve comentario sobre el Quijote, que te ha servido, me dices, «como motivación para colaborar en la transmisión de la fe, que ves hoy, como una necesidad imperiosa, ocuparse de llevar a las gentes a Jesucristo y, obviamente, intentar vivir la fe con la mayor intensidad y coherencia posibles».

Es evidente, Miguel, que hoy en una sociedad que está perdiendo sus valores más preciosos y vitales, lo que lleva no solo a alejarse de la fe, sino también a unas repercusiones sociales y económicas graves, es evidente, digo, la necesidad de una presencia de laicos que vivan con fidelidad su fe, y la hagan presente en el medio ambiente social en donde se desarrolla su existencia.

La fe es un acto sencillamente complejo. Tan complejo como el hombre, o como la vida misma. Por eso nos podemos encontrar con un horizonte inmenso de definiciones. Pero yo te diría que la podemos hacer un acto sencillo. Como la vida. En la vida hay personas que se la complican innecesariamente. Y otras personas que, teniéndola complicada, saben encontrar una resolución sencilla.

Creo que el camino es que la persona se sienta «agarrada» por una pasión, y vuelque toda su vida en esa dirección. Pero «agarrada» por una pasión que encauza toda la existencia en potenciar todo un caudal de capacidades, de dones… de los cuales está dotada toda persona.

Simone Weil decía que «la fe es la sumisión de las partes que no tienen contacto con Dios a la que tiene contacto». Esas capacidades ocultas de la persona, su abertura, por naturaleza, a la vida, y a la vida más profunda, su dimensión creativa… para mí son indicios de que toda persona tiene un contacto con su Creador. Se trata de despertar ese «contacto interior» y que se extienda como luz a toda la persona. Por diferentes motivos, no todos aciertan en este camino. Una de las dificultades serias, hoy día, es la excesiva extroversión humana, lo mucho que recortamos la profundización interior. Un ritmo de vida que yo creo golpea fuertemente la psicología humana, y la neutraliza en alguno o algunos de sus sentimientos más profundos.

Esto viene a poner de relieve la importancia y la necesidad del testimonio de las personas creyentes como tú, que tienen una experiencia más profunda de la trascendencia, y que llegan a vivir su fe con una plena confianza de Dios, que viven sintiéndose «agarrados» por la persona de Jesucristo, que nos manifiesta la luz resplendente de la divinidad; y no pueden hacer otra cosa sino vivir ese fe en todo espacio y todo tiempo. «Con intensidad y con coherencia», como escribes en tu carta.

Miguel, no te importe si encuentras poco eco en tu testimonio. No busques el fruto. Busca la fidelidad. Nosotros somos pobres sirvientes, que hacemos lo que tenemos que hacer. Para ti, para mí, para todo creyente, el fruto es mantener la intensidad y la coherencia de la fe. Somos instrumentos del amor. Del Amor divino. Y sabemos, con certeza que el Amor divino ya ha producido su fruto: nos da la certeza el mensaje de la cruz. De esta cruz recibimos el Espíritu de Jesús. Y por esto mismo nuestra esperanza no puede ser defraudada.

Muchas gracias por tu larga carta y hablarme de tu entusiasmo por vivir la fe, y empeñarte en un continuo testimonio de la misma. Un abrazo

+ P. Abad