25 de diciembre de 2011

NATIVIDAD DEL SEÑOR

MISA DE MEDIANOCHE

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 9,2-7; Salm 95,1-3.11-13; Tit 2,11-14; Lc 2,1-14

«Os dejo la paz, os doy mi paz». La paz es una palabra con fuerza en esta noche. Incluso fascinante. Lo es en el deseo de los hombres, en felicitaciones, reuniones familiares, regalos. No siempre se convierte en realidad, sino más bien en una renovada frustración.

La liturgia es también una invitación a celebrar y vivir la paz. Después de todo el tiempo de Adviento, tiene fuerza esta noche, el canto del Gloria. El canto de alabanza de los ángeles ante los pastores en la noche de Belén: «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres». Gloria y paz.

La «gloria de Dios» es la «kabod» hebrea, que viene a ser el peso, la fuerza que tiene un ser, en este caso Dios, en su existencia; sería la honra de Dios, que se revela en su majestad, su poder, el resplandor de su santidad, el dinamismo de su ser. Los ángeles cantan esta Noche la Gloria de Dios. Pero ¿dónde aparece esta gloria, donde se nos manifiesta este poder, este resplandor de la santidad divina? En el hombre. En un Niño que aparece recostado en el regazo de santa María. En un Niño débil, recostado en un pesebre. Una contradicción desconcertante, que nos cuesta comprender.

El canto de los ángeles acaba con «y paz a los hombres que Dios ama». Dios ama a todos los hombres. A todos. Y la gloria de Dios se manifiesta en el hombre, y para el hombre. Por esto dirá san Ireneo: «La gloria de Dios es que el hombre viva. La gloria del hombre es Dios. El hombre es el beneficiario de la actividad de Dios de toda su sabiduría y de todo poder».

¿Cómo se manifiesta esta gloria de Dios en nuestra vida? En la vida de todo hombre, del cual dice el salmista: «Señor Dios nuestro, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él?»

Algo nos sugiere Isaías en la primera lectura, cuando habla de «la vara del opresor, del yugo de la carga, de la bota del soldado, del vestido empapado en sangre». No, el hombre, en esta situación no vive, no manifiesta la gloria de Dios.

Es lamentable que lo que dice Isaías hace miles de años, lo podemos contemplar hoy en las imágenes de unos soldados pateando una muchacha y desnudándola en plena plaza de Tahir en Egipto, y lo podemos contemplar en las mujeres que tiene que prostituirse para dar de comer a sus hijos; el yugo de la carga que soportan tanto miles de menores de edad para llevar el pan a su familia. Los medios de comunicación son prolijos en noticias sobre el continuo ultraje y menosprecio que se hace de la dignidad humana. Esta secuencia del profeta Isaías es de muy fuerte actualidad en nuestra sociedad. No cuesta comprender la Gloria de Dios.

Es evidente que aquí no aparece la gloria de Dios. Una gloria que, sin embargo, el profeta anuncia cuando habla de «una luz grande iluminando a todo el pueblo» que camina a oscuras; «una gloria que crecerá» dentro del pueblo, dentro de cada uno «con el gozo y la alegría».

Esta gloria se manifestará con «el nacimiento de un Niño, que será Príncipe de la Paz». Este Nacimiento es el que celebramos esta Noche. Pero ya la llevamos celebrando muchos años, y parece que cada Navidad en lugar de Paz nos deja frustración, tristeza. No llegamos a sintonizar en profundidad con la Paz. Nos cuesta comprender la Gloria de Dios.

Quizás necesitamos cambiar el chip de nuestra celebración, el chip de nuestra vida, porque vida y celebración van unidos íntimamente.

San Pablo nos asegura que «ha aparecido la bondad de Dios, su amor a los hombres», a todos los hombres, a quienes trae su salvación. A continuación nos invita a tener cuidado con nuestra manera de vivir y nos habla de «renunciar a la vida sin religión, a los deseos mundanos; de llevar una vida sobria, honrada y religiosa».

Aquí tenemos puntos muy concretos para analizarnos a nosotros mismos y discernir si aceptamos todos estos consejos en bloque o solo algunos de ellos. Y quizás tenemos que trabajar mucho más en este camino de la paz. Y yo diría que en la línea de un precioso Christma que recibí de un niño: Una tarjeta dibujada por él llena de colores vivos y sabiamente distribuidos y relacionados, como mostrando la belleza de la Creación. Y emergiendo de entre esos colores una palabra: «púa» (pincho, en castellano) y trazando desde la «u» de púa una línea que dibuja otra palabra: «pau» (paz en castellano).

Nuestra tarea, nuestra responsabilidad quizás sea limar las púas, los pinchos, hasta convertir estos pinchos en letras de paz.