18 de diciembre de 2011

LA CARTA DEL ABAD

Querida Mª Luisa:

Hoy dejo que me ilumine tu última estrella: el silencio. Cada mes a lo largo del año una de tus estrellas, una de tus palabras nos ha permitido abrirnos a la experiencia de la palabra; una palabra sobre la cual venía a resplandecer el sol de la Palabra de Dios. Porque cada palabra humana lleva encerrado dentro un «pequeño sol» que ilumina a quien la recibe y la escucha. Sobre todo cuando la palabra que decimos la pronunciamos desde el corazón. Porque el corazón es una fuente de luz. Puede ser impresionante el nacimiento de la palabra desde un corazón silencioso. Todo el valle de nuestra vida, este «valle de lágrimas» que cantamos en la Salve a santa María, se inunda de luz y con el rumor de las fuentes, que despierta esa luz, el «valle» se llena de sabiduría y de alegría, de nueva vida. Alegría de vivir, alegría para vivir, ¡vida! ¡Qué palabra más bella! Estos días el hombre ha lanzado un «ingenio electrónico» a Marte para investigar sobre la vida en aquel espacio tan lejano.

Pero, ¿sabemos cuidar la vida aquí en nuestro espacio y en nuestro tiempo? ¿somos capaces en nuestro espacio y en nuestro tiempo, de decir una palabra pronunciada desde el corazón de Dios?: «¡Vive! ¡Crece como un brote campestre!» (Ez 16,6)

Hoy me cuesta escribir esta carta. Encuentro con dificultad las palabras, pues siento crecer en mi la nostalgia del silencio, el deseo de un silencio profundo, porque querría decirte esa palabra pronunciada desde el corazón de Dios; querría que mi corazón fuese una cuna; una cuna silenciosa que fuera adormeciendo el sonido y el ritmo de una palabra llena de vida, que me permitiera decir con fuerza, con esperanza ese grito del profeta: «¡Vive! ¡crece como un brote campestre!» Hoy querría ser todo silencio y contemplar el gesto silencioso de santa María, y la palabra del ángel: «concebirás y darás a luz un hijo…será grande… se llamará Hijo del Altísimo».

Quizás solo la mujer, quizás solo la madre puede llegar a contemplar y percibir este misterio del silencio y de la palabra. Quizás solo la mujer, quizás solo una madre, puede contemplar con el gozo más auténtico y profundo esa escena de la Anunciación de Nazaret. ¡Como sería la «cuna silenciosa» de María, antes y después del anuncio del ángel! ¡como sería el corazón silencioso, las entrañas, de María! para que brote una Palabra. Una Palabra que encierra y destila el amor de Dios, para ti, para mí, para todos los hombres y mujeres de nuestra casa.

¡Solo una mujer, solo una madre!, y me vienen a la memoria las palabras de la madre que anima al último de sus hijos macabeos a enfrentarse con dignidad y total generosidad al martirio: «Yo no sé como aparecisteis en mi seno; yo no os di el aliento, ni la vida, ni ordené los elementos de vuestro organismo. Fue el creador del universo, el que modela la raza humana y determina el origen de todo» (2Mac 7,22)

Hoy querría decir muchas más cosas, muchas más palabras, pero me fascina el silencio. Solo tengo un deseo: decir una palabra desde el corazón de Dios. Tú eres mujer, quizás tú sabrás pronunciar mejor una palabra desde el corazón de Dios. No obstante, muchas gracias, Mª Luisa por tus estrellas de luz, pero sobre todo por la estrella del silencio. Un abrazo,

+ P. Abad