11 de diciembre de 2011

LA CARTA DEL ABAD

Querido Ramón:

Gracias por tu extensísima carta, empezada en Septiembre y acabada en Noviembre. Eres incombustible. Pero aparte de estos detalles anecdóticos, muy propios de ti, me han conmovido las fotos que me envías del misionero de Rwanda, en la que nos muestra las casas (chozas de hojas) donde vivían familias rwandesas antes, y donde viven ahora, en sus nuevas casas construidas gracias a la ayuda de benefactores de aquí: desde el año 2000 más de 4.500 familias con nuevas casas. Un gesto y un servicio de solidaridad muy importante.

¡Igual que aquí, en nuestra sociedad del bienestar! Estos días también ha venido en la prensa una foto con una tienda de campaña, y dentro una anciana y un hijo sin trabajo, en la misma calle y junto al portal de donde han sido desalojados por no pagar la hipoteca. ¡De verdadera angustia! Y estas noticias de desalojo de familias con hipoteca suelen ser frecuentes en las páginas de la prensa.

Todo esto en una sociedad que ha aceptado los Derechos del Hombre, entre los cuales se cuenta el derecho a una vivienda digna. Pero lo que aparece es que en estos últimos tiempos de crisis lo que domina es el derecho a un sueldo «digno»; «digno» de una nómina o unas pensiones de millones (de euros, claro), sobre todo para aquellos que muestran un corazón durísimo ante quien no tiene donde reclinar la cabeza y cobijar a sus hijos de manera digna.

Allá en Rwanda reciben una Buena Noticia que alivia al que sufre, que sana el corazón desgarrado, que sugiere al menos senderos de libertad. Aquí son «noticias» a secas noticias para la prensa, noticias para confirmar que nuestra sociedad cada vez se le están abriendo senderos de sufrimiento, de oscuridad, de horizontes recortados.

Es difícil la alegría en situaciones de esta tipo; situaciones que cada día que pasa va apagando el espíritu, que extiende más lejos un manto de tristeza o de irritación, porque da la impresión de que si antes el llamado «primer mundo» o del bienestar, estaba aquí, y allí el «tercer o cuarto mundo» de la pobreza absoluta, ahora se pretendiera traer aquí ese «tercer o cuarto mundo», pero no trayendo aquí aquellos pueblos, que por cierto no siempre son acogidos positivamente, cuando vienen como inmigrantes, sino recreando aquí aquella profunda pobreza, con la gente de aquí.

Creo que se necesitan aquí voces que hablen de la luz, que hablen de la justicia. Creo que esas voces ya existen, pero siguen siendo voces en el desierto. Pero es bueno que se continúen oyendo en el desierto voces, porque en él está quien tiene que venir; en él está hablando quien tiene que venir; pero es una voz entre otras muchas voces; es voz que no rompe la caña cascada, que sin descanso está hablando y esperando a que vayan cesando las voces humanas. Porque si el abismo se sigue ahondando entre las naciones, o dentro de la misma sociedad en que vivimos, como ya profetizó Paulo VI en su encíclica Populorum Progresio, no tenemos futuro. El «yo» sin un «tu» con quien solidarizarse, y hacer un camino de convivencia, de comunión incluso, está llamado a sufrir, y al final desaparecer.

Ramón, es necesario, es urgente no apagar el espíritu, hay que guardarse de toda forma de maldad, y así el Dios de la paz estará con nosotros. Un abrazo,

+ P. Abad