25 de diciembre de 2011

NATIVIDAD DEL SEÑOR

MISSA DEL DÍA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 52,7-10; Salm 97,1-6; Hebr 1,1-6; Jn 1,1-18

«La música unirá a los hombres más que cualquier otra manifestación del arte. Los poetas cantan la paz. Pero también los músicos la cantan. La Paz existe. Llegará el día en que la encontraremos. La palabra y el canto hallaran la paz». (Pau Casals)

«La Palabra ya existía al principio». Era Dios. «En la Palabra había vida». La Palabra es vida. Es Dios. «Los que la reciben, reciben el poder de ser hijos de Dios». Los que reciben esta Palabra «nacen de Dios». Y Dios no muere. Por ello puede escribir con toda razón el poeta:

«En la palabra que desde dentro de mí
resuena en torno a mi,
Señor, yo me siento más fuerte que mi propia muerte».
(Carles Riba)

Esta Palabra ha venido al mundo y en el mundo estaba. Esta Palabra estaba ya en la belleza del ritmo de la vida. El mundo desconoció estas armonías de la palabra que vibran en la belleza de la creación. Y Dios en su inmenso amor por nosotros «habló de muchas maneras y en diferentes y múltiples ocasiones. Hasta que últimamente nos ha hablado por el Hijo». Y ha querido dejar su más bella melodía entre nosotros. Una melodía asequible al oído y el corazón humano. Dios se humaniza, se hace el más bello de los humanos. Para hablarnos con palabras humanas, y para que podamos encontrarnos con Él a través de la palabra humana, a través de la vida humana. Por ello la Palabra se hace melodía, música, en el corazón humano, como canta el poeta:

«Música: tú, agua de nuestra fuente,
chorro que cae, tono que refleja, calma pura…»
(Rilke)

Haciendo realidad las palabras de Jesucristo: «el que cree en mí, el que recibe mi palabra, de sus entrañas manaran ríos de agua viva» (Jn 7,39). Unas aguas que caen, que resuenan desde el corazón, desde un corazón silencioso, o sumido en la noche, unas aguas que como la melodía del claustro del monasterio acompaña la cena que recrea y enamora. Una cena que se organiza entre tú que escuchas la Palabra, que golpea a tu puerta y le abres tu casa. Una cena acompañada de la melodía de estas aguas como música de fondo, música callada y soledad sonora.

Porque la Palabra habla en el silencio y en silencio ha de ser escuchada. Y en esa soledad interior que escucha, que acoge la Palabra se empieza a gestar la nueva vida, el hombre nuevo, la humanidad nueva. Este es el motivo principal por el que debemos enamorarnos de la Palabra, esta Palabra, este Verbo divino que se reviste de humanidad.

Escribe Juan Maragall, de cuya muerte se cumplió esta semana 100 años: «¿No os habéis encontrado nunca en un bosque muy grande en una quietud, en una paz llena de vida que parece una adoración de toda la tierra? Pues así adoran las almas de los enamorados a través de brillo silencioso de las miradas. Y por último, al final, una música animada, ¡oh maravilla! Una palabra. ¿cuál? Cualquiera; pero como viene con toda el alma del silencio que le ha engendrado, sea la que sea, probad de conocer el sentido; en vano; nunca llegaréis al fondo, y os espantaréis del infinito que lleva en sus extrañas».
(Juan Maragall)

Escuchar la Palabra, dejar que Dios me mire, que escrute mi espacio interior. Mirar yo esta Palabra, considerarla, que el silencio de Dios se cruce con el silencio de mi corazón, hasta que me nazca una palabra. ¿Cuál? Cualquiera, es una palabra nacida del amor, y toda palabra que nace del amor lleva un mensaje de paz; toda palabra que nace del amor nos hace mensajeros de paz.

«Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que anuncia la victoria».

Pues ese mensajero eres tú, yo, somos nosotros… pero siempre animados y acompañados por la melodía de este cántico nuevo. La palabra y el canto hallaran la paz. La Paz existe.