20 de noviembre de 2011

LA CARTA DEL ABAD


Querida Mª Luisa,

La estrella de tu firmamento de este mes es la «acogida». Es una estrella cuya luz nos es muy necesaria. Hoy hablamos mucho alrededor de esta palabra, quizás porque la tenemos poco arraigada en nuestra vida.

Me llama siempre la atención cuando recibo a una persona, o cuando una o varias personas son bien recibidas por los monjes, por el monasterio que me den las gracias por la acogida. En tiempos pasados no se mencionaba el agradecimiento por la acogida. Uno hacía lo que tenía que hacer: te encontrabas con alguien, o lo recibías, vivías ese encuentro con toda normalidad y venía la despedida sin más, o en todo caso con un simple «gracias», pero sin la añadidura de ese «por la acogida». Hoy vivimos en una sociedad más inhóspita, en un tiempo sin tiempo. Tienes una visita por un lado, y te está esperando otra por el otro lado. Estas hablando por una línea y te llaman por otra. Tienes que poner fecha en la agenda para un encuentro y pasas más tiempo en determinar y ponerte de acuerdo en concretar la fecha que en la misma reunión. El mundo cada día marcha por caminos más complejos y difíciles.

No es fácil hoy día la «acogida» en este ambiente de ritmo tan trepidante. Porque la acogida es un recibimiento del otro, o de otros con el sello, diría yo, de huéspedes. O mejor todavía: con un sello personal. Es recibir a la persona de ese otro, u otros, como tales personas, por tanto con sus preocupaciones, sus problemas, sus alegrías, o sus penas. Recibir, y estar atento a lo que es y desea, y necesita esa persona.

Esto significa «dar tiempo» al otro. Disponer tu tiempo, para acoger, escuchar, estar pendiente del otro. Y hay en el ambiente estas frases tan escuchadas: «no tengo tiempo», «no quiero hacerle perder tiempo», «dispongo de poco tiempo», «el tiempo es oro». Y el tiempo no es oro. Pues si lo convertimos en dinero, mi consideración sobre el otro ya cambia. Mi acogida no puede ser por lo que «tiene» la persona. Una acogida auténtica no puede estar en la línea del dinero, sino en la línea de la persona como tal. Pero, en cualquier caso, no olvidar que tengo delante de mí una persona.

Y precisamente tenemos el tiempo para desarrollar nuestra vida como personas. Y si nuestro tiempo no está proyectado en este camino de la persona el tiempo se desvirtúa, se pierde. Por ello se dice que vivimos en el tiempo sin tiempo. Gastar el tiempo acogiendo a una persona, con esta idea de entrar en el misterio de ella, es ponerse en camino de desarrollar y profundizar el misterio de la tuya.

Quizás nos quiere llamar la atención la Palabra de Dios sobre este punto cuando Cristo habla de la acogida al final de los tiempos: «Venid, benditos de mi Padre, porque tenía hambre, y me distes de comer; tenía sed, y me distéis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, o en la prisión, y vinisteis a verme». (Mt 25,31-46)

Cristo se identifica con cada una de estas personas cuya vida está subrayada por algún tipo de problema humano. Y me sugiere como debo ponerme frente al misterio de cada una de estas personas. O diría, hablando de modo más general: Cristo me hace una invitación muy clara, muy viva a estar abierto, en una escucha vital frente al misterio de la persona que tengo delante en cualquier circunstancia.

Gracias Mª Luisa por recordarme la actualidad de esta palabra, «acogida» que lleva encerrado todo un misterio de luz. Un abrazo,

+ P. Abad