2 de noviembre de 2011

CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 25,6.7-9; Salm 26; 1Tes 4,13-18; Jn 11,17-27

«La obra de amor, que consiste en recordar a un difunto, es la obra de amor más desinteresada, más libre y más fiel de todas, escribe Kierkeegaard. La más desinteresada porque el difunto no puede corresponder al elogio, ni devolver lo que se le hace». Por eso dice el libro de los Macabeos: «Es una idea piadosa y santa rezar por los difuntos para sean liberados del pecado». «Es un rezo por nuestros "parientes de la tierra"» dice también Kierkeegaard. Todos volvemos a la tierra. Todos somos tierra, polvo, como se nos recuerda el Miércoles de Ceniza, y que fácilmente olvidamos.

Este punto nos vuelve a recordar la sabiduría de la Regla cuando nos propone los 12 grados de la humildad. La humildad es la palabra relacionada con el humus. Es rebajarse hasta lo que somos: humus, tierra. Así empieza nuestro camino en esta tierra.

Pero necesitamos luz para el camino. Es la luz que proclama el salmo: «El Señor es mi luz y mi salvación. El Señor es la defensa de mi vida». El es quien primero hace el camino con la luz de la verdadera sabiduría, hecho hombre, humillado, hasta la nada, para ser después glorificado. Por eso podrá decir a Marta: «Yo soy la resurrección y la vida. Los que creen mí, aunque mueran vivirán, y los que viven y creen en mí no morirán».

Porque creer en Cristo, es obrar como él obro, vivir como él vivió; para esto desde la cima de su humillación, y antes de su glorificación, entrega su Espíritu, el Espíritu que será derramado sobre toda carne. El Espíritu que nos da sabiduría y fuerza para hacer el camino de esta vida desde el humus, desde la tierra humilde, desde una humillación que es moderar los deseos como el niño en el regazo de la madre. Y esto es morir, porque decidme si no es morir, vivir los grados de humildad de la regla, sobre todo el 6 y el 7, que acaba con la palabra: «me ha hecho bien que me haya humillado; así he aprendido tus mandamientos».

Y el primer mandamiento es el del amor. El amor que es la manifestación de toda la vida de Jesús, revelación del Padre que es Amor. «Solo la vida de este amor que se humilla puede mostrar la verdad de nuestra fe en la resurrección como decimos en la oración colecta de hoy». Pero la verdad de esta fe es al mismo tiempo vida, es ir experimentando en este camino de la vida la transformación de nuestro ser: ir elevándonos desde nuestra humillación, pero apoyados y envueltos en la fuerza de amor que nos viene de Dios. Solo quien va teniendo esta experiencia en su vida de un cambio profundo en su ser tiene verdadera fe, una fe viva en la resurrección de todos los hombres, porque la va experimentado en las dificultades, en los obstáculos que encuentra y va venciendo desde la postración en el humus, desde el polvo, hasta la elevación a una nueva criatura. Y la firme esperanza de subir a la Montaña, donde el Señor prepara el banquete para todos los pueblos.

Para este camino nos ha dado su Espíritu. «El Señor nos ilumina y nos salva». Por eso puede escribir Orígenes: «El alma que posee la luz de Dios comienza por mirar a su Salvador, y entonces, intrépido, contra no importa quien, hombre o diablo, combate, teniendo a Cristo a su lado».

Celebrar la Eucaristía por todos los difuntos es para nosotros la oportunidad de incorporarnos al banquete mesiánico; el banquete al que van entrando los difuntos. El Banquete de la Belleza. «El banquete, donde ya no hay duelo, ni lágrimas, ni oprobios, ni humillaciones. El banquete de la alegría».

El banquete es el espacio donde más cercanos estamos de los dos polos: la humillación y la gloria. La Eucaristía es el tiempo donde se nos la oportunidad de contemplar la humillación y la glorificación. La Eucaristía es el Banquete de la Belleza.

Nosotros somos humildes, queramos o no. Nuestra condición humana es frágil. Lo sepamos o no, lo queramos o no, los grados de la humildad de la Regla son la verdad. La verdad que contemplamos en Cristo en este Misterio de su vida muerte y Resurrección. De humillación y de glorificación.

Nosotros debemos entrar en ella desde nuestra condición humana, desde nuestra pobreza, desde nuestro barro, y dejar que nos agarre el Misterio, y dejar que la fuerza de este Misterio llene toda nuestra existencia. De esta forma crecerá nuestra esperanza de sumarnos un día al Banquete de la Belleza.

Escribe Juan Pablo II en su Carta a los Artistas: «Porque la belleza es la clave del misterio y llamada a lo trascendente. Es una invitación a gustar la vida y a soñar el futuro. La belleza de las cosas creadas no puede saciar del todo y suscita la arcana nostalgia de Dios».

Gustar la vida, inmersos en nuestra condición frágil, de barro, pero soñando con el futuro, el verdadero Banquete de la Belleza, sin velos, ni oprobios. El salmista dice que solo pide una cosa al Señor, y eso busca: «habitar en la casa del Señor toda la vida, contemplando su belleza». Nosotros, hoy pedimos dos en una: esta contemplación de la Belleza para los hermanos que nos dejaron, y la misma contemplación para quienes estamos caminando.