20 de noviembre de 2011

Domingo XXXIV del Tiempo Ordinario: JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO (Año A)

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Ez 34,11-12; Salm 22, 1-6; 1Cor 15,20.26-28; Mt 25,31-46

Jesús fue un profeta que anunciaba la llegada del Reino, con unos signos que iban unidos a su persona. El centro de su predicación era el Reino, era la causa de su vida, lo que motivaba todo su dinamismo: mostrar a Dios, el Señor de todo, como Rey. Todo este mensaje no se puede separar de su persona. El Reino se manifiesta en Él. Por eso dirá: «el Reino está en medio de vosotros». Pero a la vez este anuncio tiene una proyección hacia el futuro. La misma oración del Padrenuestro lo sugiere claramente cuando pedimos: «venga a nosotros tu Reino». Cristo nunca definió el Reino, más bien lo ejercitó, lo vivió en su persona. Por eso decía: «Yo no puedo hacer sino lo que hace el Padre». Y de este modo el Reino lo sugiere con sus parábolas, y su misma vida.

El Reino es un don de Dios, que por una parte pedimos, pero por otra hay que esforzarse por entrar en él y vestir el traje apropiado para el banquete de bodas. Decir «Reino de Dios» es decir Dios, o proclamar ese Reino equivale a señalar la persona de Cristo.

Cuando en 1929 se grita como proclamación, y reparación a Pío XI: «viva el Papa rey», se muestra a qué extremos puede conducir la ignorancia de los textos y de la realidad cristiana más fundamental.

Este tema del Reino estaba detrás de algunas discusiones del Concilio Vaticano II, en la Constitución sobre la Iglesia: el decreto de libertad religiosa, el pluralismo, la participación... Y en alguna publicación sobre estos temas, por gente contraria a estos puntos conciliares, se muestra el retrato de un Cristo, con el título: «Ellos le han quitado la corona».

Otros recuerdos más penosos serían los referentes a los «guerrilleros de Cristo Rey». Matar en nombre de Dios. Matar en nombre de Cristo Rey, en nombre de Aquel que enseñaba: «aprended de mí que soy manso y humilde de corazón». ¡Hasta donde puede llegar el hombre en su cerrazón de corazón!
Con estos fenómenos u otros semejantes se propicia que la Iglesia eche raíces en los espacios de la política, de la cultura, de la sociedad… con un talante de fuerza física, de prepotencia, de dominio…

Y se da la paradoja de que siendo la fuerza auténtica de la Iglesia el evangelio, haya todavía conciencias dominadas por la nostalgia de la inquisición. Consciencias que no llegan a decir: «viva el papa Rey», pero casi. El grito se les detiene en la garganta. Consciencias que todavía tiene sueños de guerrilleros, de desembarcar junto al guerrero, espada en mano, para imponer la fe. Pero eso sí: a su medida, y no a la de Cristo.

Se olvidan los gestos de Jesús: que rechazó el título de rey cuando se entendía en sentido político, al estilo de los «jefes de las naciones». Pero lo reivindica durante su Pasión, ante Pilato, que lo interrogó explícitamente: «¿Tú eres rey?», y Jesús respondió: «Sí, como dices, soy rey» (Jn 18,37); pero poco antes había declarado: «Mi reino no es de este mundo» (Jn 18, 36).

«La realeza de Cristo es revelación y actuación de la de Dios Padre, que gobierna todas las cosas con amor y con justicia. Que encomendó al Hijo la misión de dar a los hombres la vida eterna, amándolos hasta el supremo sacrificio y, al mismo tiempo, le otorgó el poder de juzgarlos, desde el momento que se hizo Hijo del hombre, semejante en todo a nosotros (cf. Jn 5, 21-22. 26-27). El evangelio de hoy insiste precisamente en la realeza universal de Cristo juez, con la estupenda parábola del juicio final. Las imágenes son sencillas, el lenguaje es popular, pero el mensaje es sumamente importante: es la verdad sobre nuestro destino último y sobre el criterio con el que seremos juzgados. "Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis" etc. Forma parte de nuestra civilización. Ha marcado la historia de los pueblos de cultura cristiana: la jerarquía de valores, las instituciones, las múltiples obras benéficas y sociales. En efecto, el reino de Cristo no es de este mundo, pero lleva a cumplimiento todo el bien que, gracias a Dios, existe en el hombre y en la historia. Si ponemos en práctica el amor a nuestro prójimo, según el mensaje evangélico, entonces dejamos espacio al señorío de Dios, y su reino se realiza en medio de nosotros. En cambio, si cada uno piensa sólo en sus propios intereses, el mundo no puede menos de ir hacia la ruina». (Benedicto XVI)

Poner en práctica el amor, contemplar el ejemplo de Cristo, dejar que él sea nuestro pastor, y nos recostemos en las praderas de su palabra, dejar que él haga nacer fuentes tranquilas en nuestro espacio interior que reparen nuestras fuerzas, como enseña el Salmo 22 que hemos cantado como respuesta a la Palabra. Contemplar el ejemplo de Cristo, y poner en práctica el amor, su amor que está en mí, en ti… por el Espíritu que hemos recibido. Y obrar como él obró. ¿Cómo obró? Lo habéis oído en la primera lectura: «Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo su rastro…. Buscaré las perdidas, haré volver a las descarriadas, vendaré a las heridas, curaré a las enfermas, a las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré debidamente…».

Esta es la fuerza de Dios, esta es la verdad de Cristo, esta es la verdad del Reino. Y su espejo lo debemos contemplar en el hambriento, en el sediento, en el forastero, en el desnudo, en la prisión…