20 de febrero de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO VI
Domingo 7º del tiempo ordinario

San León Magno, papa (sermón VIII de Epifanía)

Quien quiera saber si habita en él el Dios de quien ha estado dicho: Dios es admirable en sus santos, que escrute con examen sincero el fondo de su corazón y que busque atentamente con qué humildad resiste el orgullo, con qué benevolencia combate la envidia, en qué medida no se deja llevar por los palabras halagadoras y disfruta del bien de los otros, que mire si no desea devolver mal por mal y si se estima más dejar sin venganza los injurias que perder-la imagen y la semejanza de su Creador, que llama a todos a conocerlo a través de sus dones, «y que hace llover sobre justos e injustos y que hace salir el sol sobre malos y malos».

Y para que esta investigación no se pierda en el examen escrupuloso de múltiples puntos, que se pregunte si, en los repliegues de su corazón, está la madre de todas las virtudes: la caridad. Si encuentra que todo su corazón tiende hacia el amor de Dios y del prójimo hasta el punto de querer que sus enemigos reciban los bienes que desea para sí mismo, entonces aquel que se encuentra en estas disposiciones no puede dudar de que Dios mismo es quien lo lleva y hace morada en él. Pues aquellos de quien ha dicho: «El Reino de Dios está dentro vuestro», no hacen nada si no es por el Espíritu de aquel cuya voluntad los conduce. Sabiendo, pues, hermanos, que Dios es caridad, él que lo «obra todo en todos», busque la caridad para que los corazones de todos los creyentes se unan en un mismo sentimiento de amor puro.

Comentario de san Efrén sobre el Diatésaron (1,18-19)

Aquel, pues, que llegue a alcanzar alguna parte del tesoro de esta palabra no crea que en ella se halla solamente lo que se ha hallado, sino que ha de pensar que, de las muchas cosas que hay en ella, esto es lo único que ha podido alcanzar. Ni por el hecho de que esta sola parte ha podido llegar a ser entendida por él, tenga esta palabra por pobre y estéril y la desprecie, sino por considerar que no puede abarcarla toda, dé gracias por la riqueza que encierra. Alégrate por lo que has alcanzado, sin entristecerte por lo que te queda por alcanzar. El sediento se alegra cuando bebe y no se entristece porque no puede agotar la fuente. La fuente ha de vencer tu sed, pero tu sed no ha de vencer a la fuente, porque si tu sed queda saciada sin que se agote la fuente, cuando vuelvas a tener sed podrás de nuevo beber en ella; en cambio, si al saciarse tu sed se secara también la fuente, tu victoria sería en perjuicio tuyo.

Da gracias por lo que has recibido y no te entristezcas por la abundancia sobrante. Lo que has recibido y conseguido es tu parte, lo que ha quedado es tu herencia. Lo que, por debilidad, no puedes recibir en un determinado momento lo podrás recibir en otra ocasión, si perseveras. Ni te esfuerces avaramente por tomar de un solo sorbo lo que no puede ser sorbido de una, ni desistas por pereza de lo que puedes ir tomando poco a poco.