6 de febrero de 2011

LA CARTA DEL ABAD

A Santa María,

Salve, Madre de la Luz. Yo más que enviarte una carta lo que desearía es ponerme a mí mismo ante ti como una carta abierta, como nos enseño san Pablo, evangelizador, apasionado por la obra de tu Hijo Jesús: «Vosotros sois mi carta escrita en vuestros corazones, carta abierta y leída por todo el mundo» (2Cor 3,2).

Tú eres Madre de la Luz. Presentas esta Luz en el templo. Más adelante esta Luz se manifestará a todo el mundo, para que no caminemos en la oscuridad.

En los primeros siglos de la vida de la Iglesia, los artistas te representaban a ti y a tu Hijo delante apoyado en tu falda. Tú quedabas en segundo plano, como en la penumbra, para que brillara con fuerza la luz, para que todas las miradas le contemplaran preferentemente a Él.

Yo necesito mirar estas representaciones románicas tuyas, estas representaciones que son también del evangelio, donde tú estas siempre presente, sobre todo en los momentos cumbre de la vida de tu Hijo, pero en la penumbra, dando lugar a que resalte sobre todo la luz de tu Hijo. Siendo el silencio del evangelio. El silencio que da lugar a la Palabra.

Quiero estar cerca de ti para aprender de ti a acoger la Palabra, y ser verdaderamente una carta abierta de Cristo para el mundo. Quiero estar junto a ti, y mirarte como hacen representaciones posteriores de ti con el Hijo que va volviendo su mirada hacia ti, como lo hace también en diferentes momentos en el evangelio. Y así aprendemos la mutua complicidad entre el Señor y su criatura. Entre el hombre y Dios. Él nos mira, para que nosotros le miremos. Él nos ilumina, para que nosotros le iluminemos en nuestros hermanos… Él se ha comprometido con todo lo humano, para que nos comprometamos con Él en todo lo humano. «Y rompa nuestra luz como la aurora».

Salve, Madre de la Luz. Yo también quiero pedirte por la mujer, por tantas madres que presentan sus hijos en el templo. Ellas son cartas hermosas que nos traen mensajes de vida nueva. Colaboradoras, como lo eres tú, del Dios fuente de la Vida. Como madres, como tú, saben quedarse en la penumbra para que aparezca la luz con fuerza sobre el candelero. Bendícelas para que no se apague nunca en su espacio interior el rumor de las aguas de la vida. Y que en su mirada, en su gesto, en su palabra encontremos siempre un rayo de luz que nos alumbre la oscuridad.

+ P. Abad