13 de febrero de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO V
Domingo VI del tiempo ordinario

San Ireneo de Lyon, obispo (Contra las herejías, IV,13,1-2)

Dios no ha abolido los preceptos naturales de la Ley, sino que los ha amplificado y los ha cumplido. Con estos preceptos naturales quiero decir todos aquellos por los que el hombre se convierte en justo; preceptos que ya observaban los justificados por la fe, antes que fuera dada la Ley, y que eran agradables a Dios.

«Si vuestra justicia no sobrepasa la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos». La Ley, impuesta a esclavos, educaba el alma a partir de las realidades externas y corporales, y la proyectaba hacia la obediencia de los mandamientos, para que el hombre aprendiera a obedecer a Dios. El Verbo, sin embargo, ha liberado el alma, y ha enseñado a purificar el cuerpo desde el interior, a partir de la voluntad y del corazón. Había, entonces, que suprimir las cadenas de la esclavitud por las que se había educado el hombre; había que suprimirlas para poder seguir a Dios sin cadenas, pero también era necesario que fueran ampliados los preceptos de la libertad y que aumentara la sumisión al Señor, porque nadie fuera indigno de su Redentor.

Es por eso que el Señor nos ha mandado no codiciar, en lugar del antiguo precepto de no cometer adulterio; y en lugar del precepto de no matar, nos manda de no enfadarnos; nos manda no sólo de amar el nuestro prójimo, sino incluso a nuestros enemigos; nos obliga no sólo a ser generosos y dispuestos a compartir nuestros bienes, sino todavía de dar, sin reclamar, los bienes que nos hayan tomado: «A quién te toma la túnica, dale el manto y todo», de tal manera que, no sólo no hay que contristarse como aquellos que se ven desposeídos en contra suya, sino que nos tendremos que alegrar como los que dan de buen grado, porque de hecho será un don gratuito a nuestro prójimo, más que un proceder de mala gana a la necesidad de otro. «Si alguien te obliga a hacer una milla, haz dos con él», para no seguirlo como un esclavo, sino como un hombre libre. En todas estas cosas, de esta manera, procura ser útil a tu prójimo, no teniendo en cuenta tu maldad, sino mostrando plenamente tu bondad; de esta manera serás semejante a tu Padre del cielo «que hace salir su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos».

Comentario de san Efrén sobre el Diatésaron (1,18-19)

¿Quién hay capaz, Señor, de penetrar con su mente una sola de tus frases? Como el sediento que bebe de la fuente, mucho más es lo que dejamos que lo que tomamos. Porque la palabra del Señor presenta muy diversos aspectos, según la diversa capacidad de los que la estudian. El Señor pintó con multiplicidad de colores su palabra, para que todo el que la estudie pueda ver en ella lo que más le plazca. Escondió en su palabra variedad de tesoros, para que cada uno de nosotros pudiera enriquecerse en cualquiera de los puntos en que concentrara su reflexión.

La palabra de Dios es el árbol de vida que te ofrece el fruto bendito desde cualquiera de sus lados, como aquella roca que se abrió en el desierto y manó de todos lados una bebida espiritual. Comieron —dice el Apóstol— el mismo alimento espiritual y bebieron la misma bebida espiritual.