21 de noviembre de 2010

Domingo XXXIV del Tiempo Ordinario, JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
2Sam 5,1-3; Salm 121,1-5; Col 1,12-20; Lc 23,35-43

Reflexión: El Reino

Terminamos el Año Litúrgico con la fiesta de Cristo, Rey del universo. Este Reino de Cristo que los Apóstoles no llegan a entender cuando están con Jesús, que había iniciado su predicación, su anuncio del Reino diciendo: «Convertíos, el reino de Dios está cerca». Otro evangelista la expresará con otro matiz: «El reino de Dios está dentro de vosotros».

Los tres sinópticos a lo largo del evangelio dan una importancia relevante a este reino que anuncia Jesucristo. En cambio en Juan no es así, sino al final de la vida. Todos los evangelistas traen el breve diálogo de Pilato con Jesús: ¿Eres tú el rey de los judíos?... Pero sólo Juan trae una respuesta más clara de Jesús: ¡Tú lo dices!.. para manifestarle a continuación que su reino no es de este mundo. El reino que anuncia Cristo no está relacionado con un proyecto político, con ninguna estrategia socio-económica o militar. Se apoya solamente en la verdad. Jesús viene a dar testimonio de la verdad. Viene a evocar la revelación de la bondad del Padre y la expresión de la fidelidad de Dios a sus promesas de salvación. El anuncio del reino viene a mostrarnos que es el evangelio mismo, que es Cristo mismo.

Dos reinos contrapuestos: el reino de Dios y el reino del mundo. Este último está dominado por los poderes de este mundo, por la sabiduría de este mundo, que va por caminos diferentes de la sabiduría de Dios. ¿Por dónde va esta sabiduría de Dios? Tenemos una sugerencia muy clara en el Prefacio de la Eucaristía de esta fiesta:

Un reino eterno y universal. Es decir Cristo viene a romper todo límites y abrir a una reconciliación universal. Quien trabaja por el reino debe estar abierto y trabajar dentro de estos horizontes. Dios quiere la salvación de todos los hombres; Dios quiere que su amor llegue a todos los hombres.

El reino de la verdad y de la vida. El creyente debe ser un buscador de la verdad. Cristo es la verdad; Él mismo lo confiesa claramente, y además se postula como el camino hacia esa verdad. Buscar la verdad es buscar a Cristo. Y también defender la vida. Respetar la vida, favorecer la vida, este misterio precioso que nos supera. Crear vida, extender la vida, luchar por la vida. Cristo también se postula como la vida, y como el camino hacia la vida.

Un reino de santidad y de gracia. Solo Dios es santo. Solo Dios es la fuente de la gracia. Trabajar por un reino de santidad y de gracia es ser buscadores de Dios. He aquí una tarea para toda la vida del hombre, una tarea además con un valor absoluto: buscar las fuentes de la santidad y de la gracia. Buscar a Dios.

Un reino de justicia, de amor y de paz. Un reino que es preciso trabajar y cuidar ya aquí abajo en nuestro peregrinar por este mundo hacia la casa del Padre. Hay que trabajar por la justicia en un mundo fuertemente injusto. Hay que estar profundamente "cogidos" por el amor de Dios. Por Él mismo, que es amor. Que el amor de Dios nos domine, para que lleguemos a ser testigos del amor. Dejarnos pacificar por la presencia de Dios, pues solamente una vez pacificados podemos ser verdaderos trabajadores de la paz.

Palabra

«Todas las tribus de Israel fueron a ver a David y le dijeron: El Señor te ha prometido: Tú serás el pastor de mi pueblo, tú serás el jefe de Israel». El pueblo receptivo a la voluntad de Dios elige a David como rey. Dios lo había elegido antes por medio de profeta, y el pueblo refrenda esta elección.

«Él nos ha sacado de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido». El reino al que nos llama es la luz, a participar de su plenitud, de la plenitud de Quien ha hecho todas las cosas y que nos ha mandado a su Hijo para incorporarnos a Su misterio de amor. Cristo es el primogénito, el primero, y nosotros llamados a acompañarle en su gloria, en su reino.

«Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso». El trono de Cristo es la cruz, el punto de apoyo para acceder a su reino. Es necesario llegar a conocer, como lo hace el Buen Ladrón, o a descubrir su reino. Y hacer nuestra la oración del Ladrón: Acuérdate de mí.

Sabiduría sobre la Palabra

«Hay que tener una cosa muy clara a propósito del Reino de Dios: de la misma manera que no hay "participación posible de la justicia con la iniquidad", ni "asociación de la luz con las tinieblas, ni "acuerdo entre Cristo y el demonio", así tampoco puede coexistir el Reino de Dios con el pecado. Así pues, si queremos que Dios reine en nosotros, de ningún modo "ha de reinar el pecado en nuestro cuerpo mortal", sino que "habremos de mortificar" nuestros "miembros terrenos" y fructificar en el Espíritu; a fin de que Dios, como en un espiritual paraíso, pueda pasearse por nosotros y reine exclusivamente en nosotros con su Cristo, sentado dentro de nosotros a la diestra de aquella virtud espiritual que deseamos recibir: sentado hasta que todos los enemigos suyos que hay en nosotros se conviertan "en el escabel de sus pies" y desaparezcan de nosotros todo principado, potestad y virtud que no sean los suyos». (Orígenes, Sobre la oración)

«Quien, según la enseñanza sobre la forma de orar, pide que venga a él el reino de Dios, una vez que sabe que el verdadero rey es rey de justicia y de paz, enderezará completamente su propia vida hacia la justicia y la paz, para que reine sobre él Aquel que es Rey de justicia y de paz. El ejército de este rey está constituido por todas las virtudes, pues estimo que todas las virtudes han de entenderse en conexión con la justicia y la paz. Si alguien, abandonando la milicia de Dios, se enrola en el ejército de los enemigos y, despojándose del escudo de la justicia y de toda la armadura de la paz, se convierte en soldado del inventor de la maldad, ¿cómo podrá continuar bajo el rey de justicia tras haber arrojado el escudo de la verdad? El distintivo de su armadura mostrará necesariamente a su rey, ya que, en su forma de vivir, mostrará a su rey como imagen impresa en sus armas. Por esta razón, bienaventurado aquel que está colocado bajo el mando divino, está enrolado en los escuadrones de aquellos que se cuentan por millares de millares, y se encuentra armado contra la maldad por las virtudes, las cuales muestran en quienes las visten la imagen del rey». (San Gregorio de Nisa, Sobre la vocación cristiana)