13 de noviembre de 2010

DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE POBLET

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
2Cr 5,6-10.13-6,2; Salmo 83; 1Pe 2,4-9; Lc 19,1-10

«¿Qué hacemos con la dedicación del templo? En el corazón del mundo, ante la mirada de Dios y de los hombres, en un humilde y gozoso acto de fe levantamos una inmensa mole de materia... Es un signo visible del Dios invisible... Así se une la realidad del mundo y la historia de la salvación. Los hombres se ponen ante el misterio de Dios revelado en el nacimiento, pasión muerte y resurrección de Jesucristo. Dedicación a Dios de un espacio sagrado para ser definitivamente Dios con los hombres. Para unir la verdad y dignidad de Dios con la verdad y dignidad del hombre. Y mostrando a Dios como amigo de los hombres e invitando a los hombres a ser amigos de Dios. Para unir la verdad y dignidad de Dios con la verdad y dignidad del hombre». Bellas palabras pronunciadas por Benedicto XVI en la Dedicación de la Basílica de la Sagrada Familia de Barcelona, y que podemos aplicar a otro nivel a nuestra Basílica de Poblet en la fiesta de la Dedicación que estamos celebrando.

Palabras que rezuman belleza, que permanecerán y serán recordadas. Como nosotros recordamos cada año la nuestra con la celebración solemne de la Eucaristía, con la celebración del misterio de Dios revelado en el nacimiento, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.

Un misterio profetizado ya en el Antiguo Testamento cuando Salomón traslada el Arca de la Alianza al nuevo templo de Jerusalén acompañados de un gran clima de fiesta con toda clase de instrumentos: «trompetas, platillos, instrumentos musicales y las voces de los cantores que alababan al Señor porque es bueno y eterna su misericordia». La gloria del Señor llenó el templo, pero «el Señor quiere habitar en la tiniebla» y seguirá «envuelto en un manto de luz», como dice el salmista, una luz que el hombre no era capaz de penetrar.

Pero el Dios invisible continuara su manifestación en la visibilidad humana hasta ofrecer con palabras humanas su amistad al hombre, como hemos oído en el evangelio: «Zaqueo baja, que hoy quiero hospedarme en tu casa». Y Jesús se hospeda en casa de Zaqueo, para escándalo de los fariseos, y para llevar a Zaqueo a la amistad de Dios: «hoy ha sido la salvación de esta casa».

Y el corazón de Zaqueo debió ponerse en un clima de fiesta, como en la fiesta de Salomón, cuando trasladaban el Arca. Jesús toca el corazón de Zaqueo. Jesús se gana su corazón. Y Zaqueo se siente cogido por la amistad y el amor divinos.

Pero Jesús vino con horizontes más dilatados. «Él es la piedra angular del edificio. Piedra viva». Corazón de fuego. Dios amigo de los hombres. Y por ello derrama su Espíritu, para que encienda otras piedras vivas, llamadas a levantar con esa piedra angular que es Cristo un nuevo edificio. Llamados a entrar en la construcción del templo del Espíritu. Por eso los hombres levantan estos edificios de piedra como Poblet y muchos otros.

«Y en estos templos de piedra escuchamos la Palabra y tenemos la presencia de Dios, y la Iglesia recibe su vida, su doctrina, su misión. Para luego ser instrumentos de Cristo, para mostrar al mundo el rostro de Dios, que es amor, y el único que puede responder al deseo más profundo del hombre. Y esta es la gran tarea, el gran servicio nuestro: mostrar que Dios es Dios de paz y no de violencia, de libertad y no de coacción, de concordia y no de discordia». (Benedicto XVI)

Nosotros conocemos profundamente estas piedras de Poblet. Más aún: yo diría que somos piedras vivas, piedras de calidad. Pero hemos de trabajar con inteligencia, con corazón sobre todo; más aún: con fe, con profunda fe, para ensamblarnos unos a otros en la edificación del templo de piedras vivas. Todos tenemos necesidad en este levantamiento, piedra sobre piedra, de la comunidad, del templo vivo, de pulir muchas aristas, para que las piedras estén bien compactas entre si. Esta es nuestra tarea de cada día.

Es también una buena invitación la que nos hace la vidriera poética de Xirau, que escribe:

«La Iglesia silenciosa canta
una palabra de oro,
otra del ciervo,
cantan los muros,
cantan los árboles».

Pero el canto nace del silencio. Nosotros hemos recibido unas piedras, unos muros,… impregnados todavía del canto de siglos; piedras que vibran todavía del canto lejano de monjes que buscaban a Dios en el silencio y le alababan con el canto, como alabanza de toda la creación.

Hemos sido acogidos en el silencioso seno de este monasterio, de este templo, de estos muros. Para escuchar una Palabra de vida, que despierte en mi, en ti, en todos y cada uno de nosotros, una palabra de oro, que ayude a construir una comunidad viva, que continúe colocando en el silencio de esta iglesia una nueva voz, un nuevo canto de alabanza al Creador del universo.