21 de noviembre de 2010

Domingo XXXIV del tiempo ordinario (Año C)

JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
2Sam 5,1-3; Salm 121,1-5; Col 1,12-20; Lc 23,35-43

Esta fiesta de Cristo Rey me resulta un tanto extraña. Quizás sea debido a la manipulación que hemos hecho y hacemos de ella. Es una fiesta que tiempos atrás la celebrábamos en Octubre, luego se traslado al final del Año Litúrgico, como un coronamiento lógico del Reino cuando éste llega a establecerse en su plenitud. Pero yo tengo mis dudas de si llegamos a captar el mensaje de esta fiesta. Leía hace poco estas palabras del jesuita Ignacio Ellacuria, que en estos días se cumplen años de su asesinato: «En el Reino habrá abundancia para todos, pero nadie se podrá considerar rico en contrapartida con el poder y en contraposición a él».

Al nombre de Cristo Rey se han cometido abusos sangrantes, llegando a matar. También es verdad que al grito de Cristo Rey se ha dado la vida, pero evidentemente con un matiz muy distinto de la realeza de Cristo.

Rezamos varias veces cada día el Padrenuestro, donde pedimos a Dios que venga a nosotros su Reino. Pedimos que pase este mundo y que llegue Cristo a ser Señor y dominar en nuestras vidas, en la plenitud y consumación de toda la creación. ¿Verdaderamente somos conscientes de lo que pedimos con esas palabras? ¿de verdad queremos que pase este mundo?

Porque a continuación también decimos otras palabras con suma ligereza. Aquellas de «perdónanos, porque nosotros también perdonamos»… Y la realidad es que no llegamos a vivir con verdadera alegría y paz esas palabras del Padrenuestro.

¿Como nos muestra la Palabra de Dios el trayecto del Reino?

Aparece primero en David como un servicio pastoral que le pide todo el pueblo: «Hueso y carne tuya somos, tú serás el jefe»… Un servicio que buscará proteger la vida de todo el pueblo y guiarlo al bienestar sobre la tierra. Este servicio de David es sobre todo un servicio profético, que anuncia el futuro Rey. David subirá a la dignidad de rey desde la oscuridad y el olvido de pastorear el rebaño de ovejas.

Jesucristo, inicia este camino del Reino negándose a sí mismo, dejando su condición divina, y en negación llegar al trono de la Cruz, para acabar sumergido en el silencio de Dios y el abandono de los hombres

Podemos repasar la escena del evangelio:

El escenario de la Cruz. Cristo subido a su trono. Alrededor del trono de la cruz contemplamos el pueblo que está mirando; los jefes del pueblo tentando a Jesús poniéndole a prueba al recordarle que es el protegido, el amado de Dios. Se mofan a partir de una realidad muy seria: la relación del Padre y del Hijo.

Más cerca están los soldados burlándose, recordando el valor político del título de Mesías: un rey dispone de poder, ya se lo había insinuado Satanás en las tentaciones.

En primer plano los dos ladrones que hablan con él. Aquí está la tentación más fuerte porque también ellos están sufriendo en la cruz junto a Jesús. ¿Por qué el Salvador de los hombres que se ha conmovido ante los sufrimientos humanos no responde al grito de los que sufren en esta tierra? Es la más diabólica de las tentaciones porque intenta romper la unión del Padre y del Hijo.

Por último culmina la escena con la inauguración solemne del Reino: «Hoy estarás conmigo en el paraíso», le dirá el ladrón confiando en él, lo mismo que Cristo se entregará confiadamente en los brazos del Padre.

No podemos celebrar la fiesta de Cristo Rey sin mirar detenidamente el crucifijo. La palabra rey tiene demasiadas connotaciones, no siempre positivas, difícilmente compatibles con la imagen de Cristo que nos ofrecen los evangelios. Por supuesto Cristo es Rey. Él mismo lo reconoce delante de Pilato en el momento de jugarse la vida. Pero también es verdad que cuando las multitudes pretendían proclamarlo rey, tras la multiplicación de los panes, Jesús desapareció discretamente para evitarlo. Y es que el término rey resultaba equívoco, entonces y ahora. Podía prestarse a malentendido. Y Jesús dejó constancia de su manera de pensar cuando los discípulos buscaban los primeros puestos en el reino. En aquel tiempo les dijo, lo mismo que nos dice hoy: «que los poderosos de este mundo explotan y oprimen», y que eso no vale entre cristianos. «Que el que quiera ser el primero que ocupe el último lugar, que el que quiera mandar que sirva». Eso es todo. Así de fácil y de claro.

Cristo no alardea de su categoría divina sino que se rebaja hasta ocupar el último lugar, para servir, para entregar su vida y morir en la cruz para la salvación del mundo. Toda la vida de Jesús se resume en dos palabras: al servicio de la voluntad del Padre, al servicio de la humanidad.

El evangelio sigue siendo la buena noticia, la gran noticia, la mejor noticia que podemos recibir. Por eso debemos volver los ojos a Cristo crucificado para entender la fiesta de hoy. No tienes más leyes que las del amor. No necesita cuerpos legislativos; ni más política que el amor al enemigo, por eso no necesitas armas ni ejército…

Resulta comprensible que muchos no puedan entender ni aceptar un rey tan extraño. No lo pueden entender los poderosos, porque su empeño es dominar más que servir. No lo entendió Pilato que lo condenó a muerte. Ni los judíos escandalizados… Para los cristianos la cruz es la fuerza de Dios para salir de las tinieblas y entrar al reino de la luz… ¿Lo entendemos nosotros?