14 de noviembre de 2010

DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
Mal 4,1-2; Salm 97,5-9; 2Tes 3,7-12; Lc 21,5-19

Reflexión: El Día del Señor

«Llega el día… los iluminará un sol de justicia». El Día del Señor… Aparece esta expresión de «Día del Señor» por primera vez en Apoc 1,9-10, como un momento de la vida de los cristianos: la celebración del domingo, en que recordamos y celebramos la resurrección del Señor. Pero esta expresión aparece ya antes en el AT como una referencia a los últimos días o la Parusía. El clima de las lecturas de este domingo muestra este clima de los últimos días cuando estamos celebrando el final del Año Litúrgico.

Para el creyente no es la historia un comienzo perpetuo; la historia conoce un progreso marcado por las visitas de Dios, en momentos privilegiados: el Señor vino, viene sin cesar, vendrá, para juzgar al mundo y salvar a los creyentes. Para designar la intervención solemne de Dios en el transcurso de la historia, el término «el día del Señor» es una expresión privilegiada, a veces abreviada en «el día» o en «aquel día». Esta expresión recubre una acepción doble. Es en primer lugar un acontecimiento histórico, el día por excelencia que ve el triunfo del Señor sobre sus enemigos. Es también una designación cultual, el día especialmente consagrado al culto de Dios. Estas dos significaciones no carecen de correlación mutua. El culto conmemora y anuncia la intervención de Dios en la historia: el acontecimiento histórico, puesto que emana de Dios, emerge fuera del tiempo; pertenece al presente eterno de Dios, que el culto debe actualizar en el tiempo histórico.

La espera de una intervención fulgurante de Yahvé en favor de Israel parece haberse expresado muy temprano en la creencia popular: se esperaba un «día de luz» Am 5,18. A través de los profetas, se puede reconocer un esquema que describe el día del Señor. «Yahvé lanza su grito de guerra» (Sof 1,14 Is 13,2). «¡El día de Yahvé está cerca!» Es un día de nubes (Ez 30,3), de fuego (Sof 1,18 Mal 3,19); los cielos se enrollan (Is 34,4), la tierra tiembla (Jl 2,1-11), el mundo es devastado (Is 7,23), sumergido en una soledad. El pánico se apodera de los humanos (Is 2,10.19), la gente se oculta, llena de turbación, asustada; se pierde el ánimo (Is 13,17), siendo imposible mantenerse de pie (Mal 3,2). Es el exterminio general (Sof 1,18), el juicio, la separación (Mal 3,20), la purificación (3,3); es el fin (Ez 7,6s).

Con la venida de Cristo adquiere el tiempo una nueva dimensión, que se refleja en la complejidad del vocabulario utilizado. Se trata siempre del día de la visita (1Pe 2,12), de la ira (Rom 2,5), del juicio (2Pe 2,9), del día del Señor Jesús (1Cor 1,8), del Hijo del hombre (Lc 17,24ss); se hallan igualmente las palabras apokalypsis (2Tes 1,7); epiphaneia (1Tim 6,14), parusía (Mt 24,3.27). Este último término significa ordinariamente «presencia» (2Cor 10,10) o «venida» (2Cor 7,6s); era utilizado en el mundo grecorromano para designar las visitas oficiales de los emperadores; su empleo en el NT puede también derivar de la tradición apocalíptica del AT sobre la «venida del Señor» (p.e., Zac 9,9). Estas breves indicaciones sobre el vocabulario del NT muestran que en adelante el día del-Señor designa ya el día de Cristo.

Palabra

«Llega el día ardiente como un horno…a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia». El profeta anuncia el «Día del Señor», la presencia de Dios en medio de fuego, para el juicio definitivo con su pueblo. Recuerda la presencia en medio del fuego en el Sinaí, cuando da su ley al pueblo. Ahora viene a examinar en el amor. A juzgar como hemos vivido la nueva ley que nos trajo Él mismo haciéndose hombre: la ley del amor, punto de referencia principal en el juicio.

«Ya sabéis como tenéis que imitar mi ejemplo». Pablo trabaja para no ser una carga para nadie, lo que no hacen algunos cristianos de Tesalónica esperando la llegada de la Parusía, que consideran inminente. Pero Pablo les habla claro en el sentido de que él no enseñaba que fuese próxima. Él vivía con la preocupación de anunciar a Cristo, y vivir su misma vida como testimonio vivo y ardiente.

«Esto que contempláis llegará día en que no quedará piedra sobre piedra». Es el anuncio de la desaparición de la belleza de este mundo que pasa, para quedar todo incorporado a la belleza eterna. Este momento va precedido de una gran conclusión de guerra, violencias… momentos en que se pone a prueba la fe de los creyentes, y en los que es necesaria la perseverancia, como sugiere el Señor.

Sabiduría sobre la Palabra

«No tenemos necesidad de genios, de cínicos, de despreciadores de hombres, de estrategas refinados, sino de hombres sinceros, sencillos, rectos. ¿Habrá quedado bastante grande nuestra fuerza de resistencia interior contra lo que se nos impone? ¿Habrá quedado la sinceridad para con nosotros mismos suficientemente implacable, de suerte que nos haga volver a encontrar el camino de la sinceridad y la rectitud?». (B. Bonhoeffer, Resistencia y sumisión)

«Quien no espera el juicio del Señor, sino que se anticipa a su juicio, se deja llevar por conjeturas humanas, fabricándose para sí mismo una gloria entre sus hermanos, con su propio esfuerzo, y haciendo las mismas cosas que hacen los infieles. El infiel busca los honores humanos en vez de los celestiales, como dice el mismo Señor en algún lugar. ¿Cómo podéis creer vosotros, que recibís la gloria mutuamente unos de otros y no buscáis la gloria que proviene exclusivamente de Dios? ¿A quiénes pienso que se parecen? ¿No será a aquellos que limpian el exterior de la copa y el plato, y que en su interior están llenos de vicios de todas clases?». (San Gregorio de Nisa, Sobre la vocación cristiana)