6 de junio de 2010

SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE CRISTO

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
Gen 14,18-20; Sal 109,1-4; 1Cor 11,23-26; Lc 9,11-17

Reflexión: Fiestas del Señor, Corpus Christi

Además de las fiestas del Año Litúrgico, a lo largo del cual celebramos el Misterio de Cristo, nos encontramos, tanto en Oriente como en Occidente otras fiestas, que están también dedicadas a los misterios de Cristo, porque siempre el centro de la vida litúrgica es el misterio de Cristo. No celebramos otro misterio en la liturgia. Pero son fiestas que no se contemplan en los grandes misterios que tienen una armónica colocación a lo largo del Año litúrgico, que se fue configurando a partir de los primeros años de la vida de la Iglesia como son Navidad, Epifanía, Pascua Ascensión, Pentecostés.

Son fiestas dedicadas a aspectos concretos del misterio de Cristo, relacionados con títulos del Señor, o aspectos de devoción que surgen en determinado momento de la vida de la Iglesia.

La fiesta del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, o como se la conoce más popularmente "Corpus Christi" tiene un origen teológico devocional. Surge en Roma en la Edad Media en honor del Santísimo Sacramento, debido a una decisión tomada por el papa Urbano IV, en concreto en el año 1264, con la Bula "Transiturus de hoc mundo".

Esta fiesta viene a poner de relieve algunos aspectos de la presencia real y permanente de Cristo en la Eucaristía. Es el momento de un movimiento teológico y popular de afirmación de la fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, que se empezó a extender por Occidente a partir del s.X. Por primera vez, no obstante se celebró en Lieja en 1247. Se afianzó en el s.XIV con la procesión del Santísimo Sacramento, y ha llegado a tener un fuerte arraigo en la religiosidad popular.

En la perspectiva de la institución de la Eucaristía en el contexto pascual del Jueves Santo esta fiesta —del Cuerpo y de la Sangre del Señor— celebra el misterio de la presencia, del sacrificio, de la comunión, del sacerdocio de Cristo. La procesión eucarística, expresa una dimensión de culto, de adoración, de presencia del Dios con nosotros, de una Iglesia "en camino" con su Señor por las rutas del mundo, por las ciudades y por los pueblos.

Palabra

«Melquisedec, rey de Salem, ofreció pan y vino. Era sacerdote del Dios Altísimo y bendijo a Abraham». Salem se identifica con Jerusalén. Melquisedec como sacerdote-rey es una prefiguración de Jesús. Con la presentación del pan y del vino marca lo que más adelante será el sacerdocio instituido por Cristo, que sustituirá al sacerdocio del AT.

«Yo he recibido una tradición que procede del Señor». Es el primer relato de la institución de la Eucaristía, después de los evangelios. La Eucaristía será el recuerdo más entrañable, más valorado por los creyentes cristianos. Es el memorial que Jesús invitó a sus discípulos, muy encarecidamente a guardar, y a celebrar. De hecho, dentro de este memorial está todo el misterio de Cristo: vida, muerte y resurrección.

«Cada vez que coméis este pan y bebéis de la copa proclamáis la muerte del Señor hasta que vuelva». Celebrar la Eucaristía, es decir comer el pan y beber el vino es proclamar la muerte del Señor, pero simultáneamente es adentrarse del misterio del Resucitado. Al proclamar la Muerte de Cristo nos incorporamos a Él, para empezar a vivir con Él la vida de resucitados.

«Él les dijo: —Dadles vosotros de comer». El relato de Lucas nos recuerda este gesto de Jesús que es anuncio del sacramento del pan y del vino, o del Cuerpo y la Sangre del Señor. De este sacramento los cristianos y los sacerdotes están llamados a ser un instrumento que haga posible que este alimento alimente a los hombres y tengan vida eterna.

«Él tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, los partió y se los dio a los discípulos». Recoge los gestos de Jesús, previos a dar el alimento a la multitud. Son gestos que también se recogen en el rito eucarístico.

Sabiduría sobre la Palabra

«A fin de que guardásemos por siempre jamás en nosotros la memoria de tan gran beneficio, dejó a los fieles, bajo la apariencia de pan y de vino, su cuerpo, para que fuese nuestro alimento, y su sangre, para que fuese nuestra bebida. ¡Oh banquete precioso y admirable, banquete saludable y lleno de toda suavidad! ¿Qué puede haber, en efecto, de más precioso que este banquete en el cual no se nos ofrece, para comer, la carne de becerros o de machos cabríos, como se hacía antiguamente, bajo la ley, sino al mismo Cristo, verdadero Dios?» (Santo Tomas de Aquino, Opúsculo 57, fiesta del Cuerpo de Cristo)

«El Amado dio una gran fiesta y reunió en torno a él una corte de grandes y numerosos varones, y durante el festín les hizo grandes dones. El Amigo acudió también a l fiesta y el Amado le dijo: —¿Quién te ha llamado a mi palacio? Y el Amigo le respondió: —El amor y la necesidad me han hecho venir para admirar tus rasgos divinos tus seducciones y el esplendor de tu gloria». (Ramón Llull, Llibre de l'Amic i de l'Amat, n. 94)

«Tal presencia se llama "real", no por exclusión, como si las otras no fueran "reales", sino por antonomasia, porque es también corporal y substancial, pues por ella ciertamente se hace presente Cristo, Dios y hombre, entero e íntegro». (Pablo VI, Misterium Fidei)