20 de junio de 2010

DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
Zac 12,10-11; Salm 62,2-9; Gal 3,26-29; Lc 9,18-24

Reflexión: Confesar a Cristo

La fe no es para guardarla en un estuche, y mostrarla en determinados momentos para "quedar bien". La fe es una vida. Una vida que nos viene de Dios, mediante Jesucristo. Y la vida es algo que se da en este tiempo que Dios nos da para ir haciendo camino hacia nuestro destino definitivo. Hasta Su casa. Que es también la nuestra. En el discurrir concreto del tiempo, en el desarrollo día a día de la vida es cuando, lógicamente tenemos que manifestar lo que somos, y como lo somos. Es cuando tenemos que manifestar por tanto como yo vivo, como yo contemplo esa relación con Jesucristo, que al ser una relación viva y de vida, tiene que manifestarse en mi vida concreta, en cada circunstancia concreta de mi vida.

Y aquí es cuando he de considerar como confieso mi fe en Cristo. Una confesión de fe, que al ser una vida, naturalmente que tendrá matices diversos. Entonces podríamos hacer una muy larga relación de testimonios. Ha habido confesiones de fe y las seguirá habiendo a lo largo de la historia.

Pongo alguna de ellas: Unamuno empieza su obra «el Cristo de Velázquez» haciendo alusión a la fe del pueblo:

«Aquí encarnada
en este Verbo silencioso y blanco
que habla en líneas y colores, dice
su fe mi pueblo trágico…»

Una confesión de fe que se manifiesta en relación al Crucificado, a su Pasión.

Un teólogo de hoy, Olegario Gonzalez, escribe sobre Cristo: «Lo que tenemos en la existencia de Cristo es, por tanto, no solo un hecho interno de la historia humana, sino sobre todo una revelación de la entraña divina. Dios no es indigencia sino generosidad y amor. Jesús es el "ungido" de Dios, el Mesías, Cristo. Este nuevo nombre de Jesús será el nombre identificador de todos los que luego le han seguido, creído y esperado en él, incluso muerto por él. De Cristo nos denominamos cristianos» (La entraña del Cristianismo)

Una confesión de fe más en línea con el evangelio de este domingo, que nos habla de un Cristo que nos revela, nos habla de la profundidad de Dios.

«No busquéis pasar como legítimo nada de lo que hacéis por vuestra cuenta; solo aquello que es común: una plegaria, una sola súplica, un solo espíritu, una sola esperanza en el amor; una alegría sin defecto: esto es Jesucristo; no hay nada mejor que él». (San Ignacio, A los Magnesios 7)

Una confesión de fe que va en la línea de una unidad profunda de todo: con Él, entre nosotros. Muy en la línea de la reconciliación con Dios y entre nosotros, que, en definitiva, es el mensaje que Cristo nos trajo y nos dejó como misión, para vivir en nuestra vida de fe.

Palabra

«Derramaré un espíritu de gracia y de clemencia». Un espíritu que nos permite reconocer a Cristo en su vida muerte y resurrección como el Enviado de Dios. Necesitamos esa gracia para ser conscientes de la cercanía, de la presencia de ese Dios bueno entre nosotros. Y necesitamos esa clemencia que siempre encontramos en Él, pero que también deben los demás encontrar en nosotros.

«Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo… Os habéis revestido de Cristo». Hay que cuidar el vestido. Hay que cuidar nuestra fe, vivirla de manera más fiel, en una relación más cordial y fraterna con nuestros hermanos. Rompemos con frecuencia este "vestido". No tenemos la "pasión" por la unidad. Se nos "escapa" el misterio trinitario en nuestra vida.

«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». La fe siempre fue y será una interpelación personal que nos hace Dios a través de Cristo. Es importante no olvidar esta pregunta en nuestra vida de fe. Y considerar como es nuestra respuesta en la vida concreta de cada día.

Sabiduría sobre la Palabra

«Los obispos, ayudados por los presbíteros y diáconos, recibieron el ministerio de la comunidad para presidir, en lugar de Dios, la grey, de la cual son pastores, como maestros de doctrina, sacerdotes del culto sagrado y ministros dotados de autoridad. Enseña, pues, este sagrado sínodo que los obispos han sucedido por institución divina en el lugar de los apóstoles como pastores de la Iglesia, y quien a ellos escucha a Cristo escucha, y quien los desprecia, a Cristo desprecia y a Aquel que le envió». (Lumen Gentium)

«No hay mejor que la unidad: ¡cuídala! Sé responsable de todos, como el Señor cuida de ti; aguanta a todos con amor, como ya lo haces. Date sin descanso a la plegaria. Pide un conocimiento más grande que el que tienes. Vigila, poseyendo como posees un espíritu que no duerme. Habla con todos, uno a uno, según la manera de hacer de Dios. Asume las debilidades de cada uno, como un perfecto atleta. Al que son una peste procura sujetarlo con suavidad y mansedumbre. No todas las heridas se tratan igual… Sé astuto como las serpientes y sencillo como las palomas. Si eres de carne y de espíritu es para que trates con delicadeza las cosas que se te presentan a la vista y las invisibles piden que te sean manifestadas». (Ignacio de Antioquia, Carta a Policarpo)