6 de junio de 2010

SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y DE LA SANGRE DE CRISTO

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Gen 14,18-20; Salm 109,1-4; 1Cor 11,23-26; Lc 9,11-17

«El Amado dio una gran fiesta y reunió en torno a él una corte de grandes y numerosos varones, y durante el festín les hizo grandes dones. El Amigo acudió también a la fiesta y el Amado le dijo: —¿Quién te ha llamado a mi palacio? Y el Amigo le respondió: —El amor y la necesidad me han hecho venir para admirar tus rasgos divinos tus seducciones y el esplendor de tu gloria». (Ramón Llull, Llibre de l'Amic i de l'Amat, n. 94).

Estos versos de Ramon Llull nos sugieren la gran fiesta de la vida cristiana: la Pascua. Esta fiesta de donde emerge con todo esplendor nuestra fe y que celebramos también cada día en la Eucaristía, y de modo especial cada domingo, que es el día que nace la primera y original Pascua, con la resurrección del Señor.

A pesar de que no es una fiesta principal dentro del ciclo del año litúrgico, en la línea de aquellas grandes solemnidades que hemos venido celebrando: Navidad, Epifanía, Pascua, Ascensión y Pentecostés, y que se fueron configurando ya desde los primeros momentos de la vida de la Iglesia.

Esta fiesta, como otras, que tiene su importancia evidentemente, nacen y se instituyen para subrayar aspectos concretos del misterio de Cristo. En concreto la fiesta del Corpus como la llamamos popularmente, quiere destacar el misterio de la presencia, del sacrificio, de la comunión, del sacerdocio de Cristo. Y luego con el añadido de la procesión viene a expresar una dimensión de culto, de adoración, de presencia del Dios con nosotros, de una Iglesia en camino con su Señor por las rutas del mundo, por las ciudades y pueblos.

Y todos sabemos que esta fiesta que empieza a celebrarse en Lieja el 1247, se afianza en el s. XIV con la procesión del Santísimo Sacramento, hasta tener un fuerte arraigo en la religiosidad popular.

Pero volvamos a los versos de Llull y a la Palabra de Dios que acabamos de escuchar. La Eucaristía debe ser para nosotros eso: la fiesta, la gran fiesta. El poeta dice que reúne «a grandes y numerosos varones. Y les otorgó grandes dones». Posiblemente estos asistentes acuden bajo el compromiso de una relación concreta con el Amado que organiza el banquete. Por consideraciones sociales o de otro tipo. Pero se hace presente el Amigo, y da la impresión de que no había sido llamado, y por eso el Amado le pregunta-¿Quién te llamó a mi casa? Y es preciosa la respuesta del Amigo: «El amor y la necesidad me han hecho venir, para admirar tus rasgos divinos, tus seducciones y el resplandor de tu gloria».

Hoy posiblemente a muchos cristianos les hace venir a esta fiesta la obligación de oír Misa. Al Amigo de Dios, «el amor y la necesidad». Porque Dios es bueno y amigo de los hombres. Así se manifiesta Dios con su encarnación, y así también lo hace Jesús en la primera eucaristía, en la Ultima Cena cuando dice: «a vosotros os he llamado amigos». Todos tenemos necesidad de este Amigo, de este Amado que lleva su amor hasta el extremo. Todos tenemos necesidad de este amor del Amado que celebramos en la eucaristía. Primero, porque Él nos dejó un mandamiento: «Tomó el pan, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros. Y lo mismo con la copa: esta copa sella la nueva Alianza. Haced esto en memoria mía. Cada vez que coméis y bebéis en esta fiesta anunciáis mi venida».

Nosotros, ¿comemos y nos saciamos?

Jesús sigue distribuyendo hoy sus panes para saciarnos. Pero como les dirá poco después en la sinagoga de Cafarnaum: «busquemos el pan que sacia dando la vida eterna». Este pan es el mismo Cristo. Tenemos necesidad de este Cristo que sacia nuestra hambre más profunda, a la vez que despierta las fibras más íntimas de nuestra capacidad y necesidad de amor.

Hoy más que nunca necesitamos este fuego de Cristo, necesitamos que su pan nos haga sentir muy a lo vivo la presencia de su Espíritu de amor. Jesús sigue bendiciendo su pan y nos lo da para que lo sirvamos a la gente, como hizo en aquella primera multiplicación que anuncia la Eucaristía.

¿Cómo es nuestro servicio de amor? ¿qué pan damos a la gente?

El Amigo también dice al Amado que le hace venir a la fiesta «la necesidad que tiene de admirar sus rasgos divinos, su seducción y el esplendor de su gloria».

Admirar al Amado, admirar a Cristo, y por tanto vivir aquel verso del salmo 62: «mi alma se ha enamorado de ti, me sostiene tu mano». Enamorarnos de Cristo, admirarlo… Esto nos exige vivir una relación muy asidua a través de su palabra.

En la eucaristía siempre escuchamos su Palabra que nos ofrece sabiduría, luz y fortaleza para la vida. La misma celebración de la eucaristía viene a ser en su conjunto todo un compendio del misterio de Cristo: su vida muerte y resurrección.

Pero el Amigo siempre busca más del Amado. Y busca conocer más profundamente a Cristo, contemplar en la meditación de su Palabra sus rasgos divinos. Provocarle con nuestras lecturas y meditación para que nos seduzca cada día. Y así no falte nunca en nuestra vida ese esplendor de su gloria, que esperamos, por su misericordia, contemplar y gozar un día en toda su plenitud.