24 de junio de 2010

LA NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 49,1-6; Sal 138,1-3.13-15; Hech 13, 22-26; Lc 1,57-66.80

Una persona me contaba un sueño que había tenido hace tiempo y cuyos protagonistas eran monjes.

«Esta persona soñó que entraba en una gran iglesia, en un gran templo. Nada más entrar, la puerta, de grandes dimensiones y peso, se cerró herméticamente. Fue avanzando hacia adelante a través de todo el templo, y cuando llegó al presbiterio se encontró con unos grandes tubos de piedra, entró en uno de ellos y se encontró con un pequeño cuadro o plano donde había señalado un camino que fue siguiendo. A medida que avanzaba las palabras que decía se elevaban rápidamente en el tubo convirtiéndose en sonidos agradables, armonías musicales. Y observó que en los demás tubos había un monje en cada uno de ellos. Todos estos sonidos que salían de los tubos los recogían fuera un grupo de monjes copistas que los convertían en hermosos poemas, o bellas composiciones musicales».

Este sueño me ha llevado a pensar en las dos figuras bíblicas que resalta hoy la Palabra de Dios en esta solemnidad de San Juan Bautista que hoy celebramos. Así como en nuestra propia vida monástica.

En primer lugar David, un hombre conforme al corazón de Dios, de quien hizo un Salvador para su pueblo. David fue un hombre de Dios que penetró en este gran templo. El templo de la creación, en el pueblo de Dios, y fue avanzando hacia el Mesías y entró en uno de los grandes tubos de piedra de que habla el sueño. Y sus palabras y sus gestos muy diversos fueron recogidas por su pueblo para elaborar hermosos poemas y composiciones musicales que dieron consistencia a la esperanza del Mesías en el pueblo de Israel, a toda su descendencia.

Después vino Juan Bautista. Este empieza a vibrar por el Mesías, a saltar de gozo en el vientre de su madre, antes de entrar en el templo. Su oído es de especial sensibilidad a la presencia del Mesías. Escucha, en la oscuridad del vientre de Isabel que Dios pronuncia su nombre.

Abre sus ojos a la luz envuelto en la "gracia de Dios". Por ello los padres Zacarías e Isabel le ponen como nombre Juan, es decir «el Señor da la gracia».

Y como un regalo singular de Dios a sus padres, al pueblo de Israel y a toda la humanidad, entra en el templo, cuya puerta se cierra herméticamente tras de él. E iniciará un camino de anuncio del Mesías. Sin volverse atrás. «Quien mira hacia atrás, después de poner la mano en el arado, no es digno de mí». Dios nunca es pasado, no tiene nada que conservar, sino siempre dinamismo creador. Dios es en sí mismo, siempre presente, un presente creador de belleza. Y para nosotros el más atractivo futuro.

Juan Bautista se siente totalmente cogido por esta pasión de Dios. Es "gracia de Dios". Es Juan. Y dentro de este gran templo va con su palabra de fuego avanzando al encuentro del Mesías, del Cordero de Dios, que viene a salvar al mundo. Y nos adelante su mensaje de reconciliación.

Palabra de fuego, espada afilada, flecha bruñida. Esclavo del Señor. Avanza a medida que va creciendo seducido por Dios, en una escucha permanente de su voluntad.

Y se adentra en los tubos de piedra para ir recorriendo el camino, y viviendo las más diversas situaciones. Experimentando el cansancio, el fracaso... Por ello le enviará mensajeros a Jesús: «eres tú el que había de venir o tenemos que esperar a otro». Son los ecos de nuestra voz dentro de los tubos de piedra. Nunca estamos seguros de la autenticidad de una buena melodía en nuestra vida. Pero, no obstante, Juan siempre va caminando con la esperanza de se apoyaba en el derecho del Señor. De que tenía preparada la recompensa en el salario que le tenía preparado quien le había llamado.

Y lo que salía de los tubos lo recogían los copistas, para escribir estrofas llenas de belleza y sonidos armoniosos. Y el pueblo de Dios ha plasmado la figura del Bautista en la fuerza de la brillante composición literaria del evangelio, donde nos aparece Juan Bautista con el equilibrio armónico de una vida cogida por completo por la verdad de Dios. Y continúa siendo el dedo que nos señala al Mesías, que nos muestra los senderos para encontrarnos con nuestro Salvador.
Por esto ya desde antes del s.IV el pueblo cristiano ha tenido siempre cerca de él la figura del Bautista, en la seguridad de que sigue siendo hoy para nosotros Juan Bautista, es decir que el Señor nos sigue dando su gracia.

Pero con esta gracia de Dios se nos llama a hacer el camino a través de los tubos de piedra. En cada tubo había un monje. ¿Como hacemos este camino hacia el Mesías? O también nos dice el sueño que fuera había un grupo de monjes copistas que escribían bellos poemas, o magnificas composiciones musicales.

«Me brota del corazón un poema bello», nos recuerda también el salmista. «Cantaré y danzaré para el Señor», dice el salmista en otra parte.

¿Vamos escribiendo este poema bello? ¿vamos ensayando nuestro canto y danza para el Señor, con la melodía de Juan Bautista?