11 de junio de 2010

EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS (Año C)

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Ez 34,11-16; Salm 22,1-6; Rom 5,5-11; Lc 15,3-7

Una persona amiga me contaba este sueño que tuvo:

«Desde pequeña siempre había soñado con tener una casa. Un día me encontré con ella. Rodeada de mucha gente subía rodeada de mucha gente por medio de una gran escalera, hasta llegar a una gran habitación. Una vez estábamos todos allí se oyen unas voces: mirad ya llegan. Y aparecen tres grandes personajes. Después apareció otro gran personaje vestido de una gran luz. Yo no le veía la cara. Poco después envuelto en luz se dirigió a mí, y me dijo: mujer, ¿qué quieres? Y en ese momento me desperté».

¿Quién no sueña con tener una casa? Una casa no se improvisa. Una casa es un espacio donde se da el encuentro, la reunión, la acogida. Es un espacio donde Dios se da a conocer. (Moratiel, Conversando desde el silencio) Por ello quizás ese soñar con la casa desde pequeña era una forma de mostrar la nostalgia de Dios. ¿Quién no tiene nostalgia de Dios? Quien no tiene nostalgia, deseo de llegar y entrar en la casa donde uno sabe que le esperan.

Entrar en la casa, subir mediante la gran escalera acompañados por mucha gente. No entramos solos. Entrar en la casa es entrar en el corazón. Y no entramos solos en el corazón. Volver a la casa, volver al corazón es volver al calor, a los abrazos de los que nos aman. Y este es un camino que ya desde que empezamos a soñar no lo hacemos solos. Ya decía el poeta Peguy: «Hay que salvarse juntos. Hay que llegar juntos a la casa de Dios. No vaya a encontrarnos estando los unos separados de los otros. Hay que pensar un poco en los otros, hay que trabajar un poco por los otros. ¿Qué nos diría Dios si llegamos a Él los unos sin los otros?» (Palabras cristianas)

Y por eso este Dios ya anunció desde antiguo que iba a venir Él mismo a mostrarnos el camino hacia la casa. «Que vendría para recogernos en nuestra dispersión, y llevarnos a prados deliciosos, hacernos reposar junto a las fuentes de agua viva».
Quizás necesitemos aprender de corazón estas palabras del salmo 22, e incluso todo el salmo. Porque quizás no acabamos a alargar nuestra mano a Dios. Es lo que también nos recuerda Peguy: «Conozco al hombre, dice Dios. Yo sé tratar al hombre. Como que es mi oficio y la libertad una creación mía. Y que se puede pedir al hombre mucho corazón, mucha caridad, mucho sacrificio. Pero no hay manera de lograr un poco de confianza, de reposo, de calma, un poco de abandono en mis manos, de renuncia. Todo el tiempo está en tensión. Yo creo que soy capaz de conducirles un poquito».

Y cuando estamos juntos los unos a los otros. Cuando estamos caminando y entrando a la casa los unos con los otros. Aparece el gran personaje. La Palabra se hace presencia viva en nuestro espacio interior, sin saber como han entrado, pero ahí está. Esta experiencia que nos recuerda de forma bella san Bernardo: «El Verbo de Dios, que es Dios mismo viene al alma y la deja; cuando no lo tiene se queja de su ausencia, sueña con su presencia. El hombre, el alma reconoce la presencia del Verbo en que tiene la sensación de la gracia; cuando no lo tiene lo busca, lo desea, lo sueña sin cesar. Y percibe su presencia sobre todo por los movimientos del corazón». (Hom. 74, sobre el Cantar)

No percibimos el rostro de Dios. Pero en la gran casa del mundo, cuando estamos rodeados de muchos de nuestros hermanos, sentimos una presencia, sentimos un aliento de vida, la respiración suave de alguien junto a mi y una pregunta:

Mujer, ¿qué quieres?
Hombres ¿qué quieres?

Y no vemos ningún rostro frente a nosotros. Porque esta pregunta es como la campana que a las 5 de la mañana me despierta y me muestra el camino para ir a encontrarme con el rostro somnoliento o despejado de mis hermanos. O es la pregunta que me llega desde rostros muy diversos de esta sociedad difícil, que esperan de mi una respuesta.

Y es evidente que yo tengo que ir dibujando a lo largo de las horas del día la belleza de ese rostro que en principio aparece inexpresivo, oculto, como un lienzo que el gran personaje me ofrece porque sabe que tengo una gran capacidad de crear una obra bella.

Pero la belleza puede tener su código, pero lo que aparece claro es que va emergiendo más allá de toda norma lógica.

La lógica de la belleza, como la lógica del corazón yo creo que siempre es desconcertante. Y mucho más la lógica del corazón de Dios. Como lo es la escena del evangelio. Como es desconcertante y fuera de toda la lógica la mayoría de los relatos de Jesús:

El pastor tiene 100 ovejas, se pierde una, deja las 99 en el desierto y se va a buscar la perdida. No se habla de un mínimo de atención y seguridad de las 99, mientras marcha por los caminos a la búsqueda de la perdida. Obsesionado el pastor por la que se ha extraviado. Es la lógica del corazón.

Inmersos en el desierto de este mundo, inmersos en la soledad de esta sociedad. inmersos en el dolor de este mundo. Pero inmersos. Necesitamos soñar. Porque al corazón del hombre le sientan bien los sueños.