13 de junio de 2010

DOMINGO XI DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
2Sam 12,7-10.13; Salm 31,1-2.5.7.11; Gal 2,16.19-21; Lc 7,36-8,3

Reflexión: la Ley y la gracia

El hebreo «torá» posee un significado más amplio, menos jurídico que el griego «nomos». Designa una «enseñanza» dada por Dios a los hombres para reglamentar su conducta. Se aplica ante todo a las leyes que la tradición del Antiguo Testamento hacía depender de Moisés. El Nuevo Testamento, fundándose en este sentido del término, clásico en el judaísmo, llama «la ley» a toda esta legislación que se remonta a Moisés (Rm 5,20), por oposición al régimen de gracia inaugurado por Jesucristo (Rm 6,15 Jn 1,17).

Sin embargo, se habla también de la «ley de Cristo» (Gal 6,2). La teología cristiana distingue los dos Testamentos, llamándolos «ley antigua» y «ley nueva». Para recubrir toda la historia de la salvación, reconoce además la existencia de un régimen de «ley natural» (Rm 2,14s) para todos los hombres que vivieron o viven al margen de los dos precedentes.

La palabra que designa la gracia (gr. «kharis») no es pura creación del cristianismo; figura ya en el Antiguo Testamento. Pero el Nuevo Testamento fijó su sentido: Es el nuevo régimen instaurado por Jesucristo y en oposición a la economía antigua.

La gracia es el don de Dios que contiene todos los demás, el don de su Hijo (Rom 8,32). Es el don que irradia de la generosidad del dador y envuelve en esta generosidad a la criatura que lo recibe.

Por una coincidencia significativa, la palabra hebrea y la palabra griega, traducidas en latín por «gratia» y en español por gracia, se prestan a designar a la vez la fuente del don en el que da y el efecto del don en el que recibe. Es que el don supremo de Dios no es totalmente ajeno a las relaciones con que los hombres se unen entre sí, además de que existen entre él y nosotros nexos que revelan en nosotros su imagen. Mientras que el hebreo «hen» designa en primer lugar el favor, la benevolencia gratuita de un personaje de alta posición, y luego la manifestación concreta de este favor, demostrado por el que da y hace gracia, recogido por el que recibe y halla gracia, y, por fin, el encanto que atrae las miradas y se granjea el favor, el griego «kharis», con un proceso casi inverso, designa en primer lugar la seducción que irradia la belleza, luego la irradiación más interior de la bondad, finalmente los dones que manifiestan esta generosidad.

Para nosotros la Ley es Cristo, que es el don, la gracia de Dios mediante el cual nos manifiesta su amor y la llamada a vivir teniendo a Cristo como nuestra Ley. En este sentido siempre será difícil la concreción de una norma para tener la seguridad del cumplimiento de la Ley de Cristo, que ha manifestado el don de su gracia, amando hasta el extremo. Nuestra Ley debe ser pues, un esfuerzo permanente por hacer del amor nuestra ley.

Palabra

«He pecado contra el Señor». «Un corazón contrito tú no lo desprecias», dice el salmista. Por ello Dios perdona a David ante su conciencia de pecado y su arrepentimiento. Dios es un Dios misericordioso y de justicia, pero hace prevalecer la misericordia con la criatura humana.

«El hombre no se justifica por la ley, sino por creer en Cristo». Dominan en la vida creyente de muchos cristianos la norma, la ley, pues solemos buscar la seguridad con el cumplimiento de la misma, pero ésta es una seguridad que no llega hasta la profundo del corazón. Hasta el corazón solamente llega la Palabra de Dios, que lo sondea todo. Por eso, es necesario que busquemos una estrecha relación con la persona y la enseñanza de Cristo, para llevar paz y verdadera seguridad al corazón.

«Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí». Esta enseñanza de san Pablo es un gran estímulo para nosotros seguir ese mismo camino, que por otro lado ya hemos empezado por el bautismo, que es el momento en que comenzamos a ser templo de Dios, que Cristo empieza a vivir en nosotros.

«Sus muchos pecados le son perdonados, porque tiene mucho amor». El amor atrae al Amor. El amor atrae el perdón. Aunque en ocasiones vivimos estos caminos del amor de forma un tanto heterodoxa, por negligencia, por debilidad, por ignorancia… pero en el fondo de nuestro ser buscamos el amor y queremos y necesitamos vivir el amor. Conviene que no dejemos endurecer nunca el corazón como el fariseo del evangelio, que es la manera en que nos incapacitamos o nos cerramos para el amor.

Sabiduría sobre la Palabra

«La súplica y las palabras de los que oran deben hacerse con un método que implique paz y discreción. Debemos pensar que estamos en la presencia de Dios. Hay que ser agradables a los ojos de Dios tanto por la postura como por el tono de voz. Pues así como es propio de los desvergonzados estar siempre gritando, también lo es de una persona discreta rezar con preces comedidas. El que ora, queridos hermanos, no debe ignorar como oró el publicano junto al fariseo en el templo. No oró con los ojos erguidos jactanciosamente hacia el cielo, ni con las manos desvergonzadamente levantadas, sino golpeándose humildemente el pecho y confesando los pecados ocultos, y de esta forma solicitaba la misericordia de Dios. Dios escucha al corazón y no a los sonidos». (San Cipriano, Tratado sobre el Padrenuestro)

«Para conocer el precio de nuestra alma, no tenemos más que considerar lo que Jesucristo hizo por ella». (Santo Cura de Ars)

«Es imposible conseguir la victoria sobre cualquier pasión si no estamos penetrados de esta idea madre: que nuestra industria y nuestro propio trabajo no pueden por sí solos obtener el triunfo sobre ella». (Casiano, Colación 5,13)