28 de octubre de 2012

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 30º del Tiempo Ordinario

De los sermones de san Gregorio Magno, papa
El ciego sentado junto al camino representa el género humano que, privado por su primer padre de la claridad de la luz celestial, se ve hundido en las tinieblas de su condena. Cuando nuestro creador se acerca a Jericó, el ciego vuelve a la luz, porque cuando la divinidad ha tomado la debilidad de nuestra carne, el género humano ha recobrado la luz que había perdido.

Es ciego todo aquel no conoce el estallido de la luz eterna. Pero si este ciego cree en el Redentor que ha dicho: «Yo soy el camino», ya se encuentra sentado junto al camino. Si cree en él y le ruega obtener la luz eterna, está sentado junto al camino y pide caridad. Antes de que Jesús no llegue a nuestro corazón, una multitud de deseos opuestos a los del espíritu y una multitud de vicios disipan nuestros pensamientos y nos distraen en la oración. «Pero él gritaba mucho más fuerte», porque cuanto más nos vemos abrumados por el tumulto de nuestros pensamientos, más debemos perseverar ardientemente en la oración. Cuando dudamos en la oración, en medio de la multitud de nuestros pensamientos, oímos —por decirlo así— Jesús que pasa. Y cuando perseveramos ardientemente en la oración, Dios detiene a nuestro corazón, y recobramos la luz que habíamos perdido.
Y aún: Es la humanidad que pasa y es la divinidad que se detiene. Por eso, cuando el Señor pasaba oía los gritos del ciego, y, al detenerse, le devolvió la vista. Es decir, mediante su humanidad, el Señor se ha compadecido misericordiosamente de los gritos de nuestra ceguera, y con la potencia de su divinidad ha difundido en nosotros la luz de su gracia. Y nos pregunta qué queremos que nos haga para animar nuestro corazón a orar, porque quiere que le pidamos lo que él prevé que le pediremos y que nos concederá.

El ciego no pide oro al Señor, sino luz. Tampoco nosotros no tenemos que pedir las falsas riquezas, sino la luz que sólo podemos ver nosotros y los ángeles. La fe lleva a esta luz. Por eso Jesús dice al ciego: «Ve, tu fe te ha salvado». Ve y le sigue. Practica el bien que ahora ya conoce.