7 de octubre de 2012

LA CARTA DEL ABAD


Querido Ramón:

«Cuando sueño, ¡sueño! Sueño con una realidad increíble, episodios de mi vida, de mi mujer, de mis hijos y amigos; algunas veces son deliciosos y otras, desagradables. Cuando me despierto adoro los primeros y olvido pronto los otros». Este es un párrafo hermoso de tu carta, en el que me he detenido con más atención, por varias razones: a pesar de tus 80 años tienes una mente joven, eres un soñador muy vivo; muchos de tus sueños giran alrededor de la vida familiar. Yo en diversas ocasiones he invitado e invito a soñar… Me parece un aspecto importante de la vida de la persona: ¡soñar!

Escribe el filósofo Ernst Bloch: «Si el hombre no poseyera capacidad de soñar no podría traspasar su propio horizonte y crear. La escisión sueño-realidad no es perjudicial siempre que el que sueña crea seriamente en su sueño, observe atentamente la vida, compare sus observaciones y sus quimeras, trabaje por realizar lo soñado. Los sueños son escasos en nuestro tiempo. La culpa la tiene lo cercano a lo concreto. Se trata de que se despierte en el hombre el hambre de plenitud, más allá de lo concreto material, y dejarse impregnar de este impulso hacia una plenitud. Hacia un Trascendente no alienador.» Estas palabras yo creo que tienen que ver con sueños, que suelen girar en torno a la familia, a la que contemplas como un factor clave para una regeneración de la vida y de los disminuidos valores de nuestra sociedad.

Por otra parte, uno escucha la palabra de Dios que nos revela el proyecto divino de que el hombre no esté solo, sino que forme con la mujer como ayuda inestimable una sola carne, una familia. Uno escucha que la voluntad de Dios es que lo que Dios ha unido no lo separe el hombre… Y a continuación si se contempla la vida se observa que este proyecto divino tiene grandes dificultades para su realización. Que el divorcio, la separación, la rotura de lo que Dios ha unido, o la rotura de lo que Dios ya no unió está siendo «moneda de circulación normal».

Creo que se debe, en gran parte a que nos movemos a niveles muy de superficie en el ritmo de la vida. La persona no profundiza en los valores de su riqueza personal, en una sociedad por otra parte que pone empeño en que permanezca en esta ignorancia. Y cuando vivimos a nivel de superficie los lazos de toda relación personal son frágiles, y con facilidad llegan las rupturas. Por otra parte la plenitud se contempla en ese nivel superficial solamente en la línea de lo concreto, de la realidad material. Y esto embota fácilmente la imaginación y otras facultades de la persona.

Es necesario bajar a niveles más profundos de nuestra persona donde podemos descubrir que en el proyecto de Dios «santificador y santificados, Jesucristo y los hombres», proceden todos del mismo. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos. Podemos descubrir, pues que el proyecto divino para la humanidad está ya arraigado en la condición humana. Y es desde aquí cuando puede nacer el hambre de plenitud, el despertar de la imaginación que abre a los caminos de una vida creativa.

Teilhard de Chardin decía: «el mundo sólo tiene interés hacia adelante», sí pero desde la profundidad de la persona que va despertando al hilo de sus sueños, y pone en juego su condición de imagen del que es, de alguna manera el primer gran soñador: Dios.

Ramón, hemos de soñar con esta realidad increíble. Un abrazo,

+ P. Abad