14 de octubre de 2012

LA CARTA DEL ABAD


Querido Miguel:

«¡El tiempo!…, como si hubiese perdido el rumbo y la memoria. Aquel tiempo que se detenía eternamente en un atardecer, con sus colores, su silencio… o que dejaba que el agua golpeara la roca durante siglos, sin apremio, hasta acabar su obra; aquel tiempo que desaparecía en una sinfonía de Bruckner o en los poros de un lienzo de Rafael… ¿No tienes tú esa sensación de que ese tiempo ya no existe, o que nos lo han cambiado con el ritmo de la vida, en un acoso inhumano, de tal manera que cada día es más difícil detenernos, reflexionar? Tal es la sucesión de acontecimientos, tal la lluvia de mensajes que se descarga sobre nosotros».

Así es, Miguel. Lamentablemente. Vivimos en una sociedad que nos abruma con infinidad de mensajes y de acontecimientos que nuestra psicología tiene dificultad para asumir. Cada día nos falta más esa prudencia que da la verdadera sabiduría, una sabiduría que nos abre caminos para vivir la vida de cada día, con ritmo humano, un ritmo en sintonía con el mundo de la creación y su belleza y bondad, que nos envuelve como un manto precioso.

Añades que «hoy, el hombre espiritual no interesa, es un peligro». Yo quizás no iría tan lejos, y afirmaría o quizás mejor, me preguntaría si interesa el «hombre humano». Difícilmente podemos llegar al «hombre espiritual» si prescindimos del «hombre humano».

Pero para llegar y hacer posible este «hombre humano» es necesario otro ritmo de vida, un ritmo que vaya acompasado con el ritmo de la palabra, pero «de una palabra viva y eficaz, una palabra que penetra hasta lo profundo, una palabra que llega hasta el punto donde se dividen alma y espíritu». Es decir una palabra que llegue al corazón. Una palabra con otro ritmo, con otra sabiduría, pero esta palabra sólo puede venir desde otro corazón, desde otra interioridad.

Pero para sacar esta palabra desde la interioridad necesitamos estar atentos a nuestra propia interioridad. Necesito atención. La atención es una concentración, una tensión interior hacia un punto que nos puede proyectar en una tensión amable hacia un horizonte gratificante. Una atención que nos ayude a recoger el tiempo para sumergirlo en la sinfonía, o en la contemplación del lienzo. Una atención que está al servicio del movimiento de todo mi ser, y que provoca una conducta unificada. Con una atención más despierta más se unifica mi persona. Me hace más lúcido y consciente de mí mismo. La atención es el silencio ininterrumpido del corazón, de lo profundo de mi ser que me permite «sacar» y decir la palabra de prudencia y sabiduría. O simplemente una mirada de amor, como fue «la mirada de Jesús sobre el joven rico» que buscaba algo más que la compañía y disfrute de lo material.

Es muy difícil vender lo que tenemos cuando hemos dejado que el corazón se llene de todo ello; el corazón se acostumbra a ello y tiene el vértigo del vacío, el vértigo del silencio. Y este problema ya no se contempla únicamente en el joven rico, sino que está interiorizado en cada uno de nosotros, y no es fácil buscar caminos de sobriedad. En definitiva, otros caminos. Pero esto supone ir al encuentro de Jesús. Es un encuentro con él en los otros, en los pobres. No hay otros senderos. Dejarnos mirar por él, sostener su mirada. La suya es una mirada de amor, que llega a tocarnos el corazón, y a llenarlo en la medida en que lo vamos vaciando de lo superfluo.

Miguel, cuida el tiempo, tu tiempo. Un abrazo,

+ P. Abad