21 de octubre de 2012

LA VOZ DE LOS PADRES


TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 29º del Tiempo Ordinario (Año B)

De los sermones de Orígenes, presbítero
Santiago y Juan buscaban el primer lugar, querían sentarse a la derecha y a la izquierda de Jesús en el Reino. En esta circunstancia, Jesús enseña a sus discípulos cómo pueden llegar a ser grandes a los ojos de Dios, a ser, incluso, los primeros.

Los jefes de las naciones, les dice, disponen como dueños. Los jefes de la Iglesia, al contrario, estén al servicio de la Iglesia. Los poderosos de la tierra pueden llegar a ejercer una autoridad injusta, los jefes de la Iglesia, por su parte, deberán conformarse a esta norma de conducta: Haceos discípulos míos, que soy manso y humilde de corazón, y vuestras almas encontrarán descanso.

Hay situaciones en las que, según la palabra del Apóstol, quienes pecan «deben ser amonestados delante de todos, para que también los demás teman». Hay momentos en que hay que usar de la autoridad que uno tiene para entregar ciertas personas a Satanás «para la perdición de su carne a fin de que su espíritu se salve el día del Señor Jesús». Pero esto debe darse raramente, y si a veces es necesario «regañar a los indisciplinados, también hay que alentar a los pusilánimes, hacerse cargo de los débiles, tener paciencia con todos, no volver a otro mal por mal». El pecador no debe ser tratado como un enemigo; el Apóstol nos dice: «No lo trates como enemigo, sino corrígelo como un hermano».

Me he extendido un poco hablando de esto para hacer comprender a quienes tienen autoridad dentro de la Iglesia que no deben imitar los jefes de las naciones, ni rivalizar con los poderosos o con los reyes, sino que en todas las cosas han de tomar a Cristo por modelo. Cristo se hacía asequible absolutamente a todos, hablaba con las mujeres, bendecía los pequeños. Y, aunque podamos encontrar un sentido más profundo en el gesto de Jesús de echar agua en un barreño y de ponerse a lavar los pies de los discípulos, escuchamos con todo la palabra que Jesús dijo en aquella ocasión: «Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque lo soy. Si yo, pues, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros». Les hace comprender que deben imitar su humildad admirable. Y es sin duda porque el Señor se ha hecho el servidor de todos para la salvación de los hombres que el apóstol nos dice: «Jesús ha tomado la condición de servidor y se ha humillado, haciéndose obediente hasta la muerte; y es por eso que Dios lo ha ensalzado». Si alguien, pues, quiere ser ensalzado, que obre de acuerdo al obrar del Señor, al obrar que ha merecido al Señor una gloria tan grande.

Es verdad que a veces el Hijo del hombre se dejó servir: «Fueron los ángeles y lo sirvieron», dice el Evangelio. También Marta lo sirvió. Pero él no había venido a hacerse servir: vivió entre los hombres para servir; fue tan lejos en este servicio que nos ha valido la salvación. Dio su vida en rescate de todos los que creyeran en él.