30 de octubre de 2011

LA CARTA DEL ABAD

Querido Ramón,

En tu carta me recuerdas uno de los textos más hermosos de la Biblia; para mí, un texto profundamente consolador, un texto como ningún otro, para despertar nuestro amor a un Dios que es amor, y que se manifiesta así: «El Señor, tu Dios está en medio de ti, como poderoso salvador. Él exulta de gozo por ti, te renueva por su amor; danza por ti con gritos de júbilo, como en los días de fiesta». (Sof 3, 17) Y apoyado en la belleza singular de este texto bíblico, añades: «Es una sensación de aire fresco, que no margina a nadie, por edad, raza, o religión, porque está en el alma que Dios nos concedió a todos».

Si creyéramos de corazón las palabras proféticas de Sofonías, no tendrían razón de ser las palabras también proféticas de Malaquías que escuchamos el domingo 31 del Tiempo Ordinario: «habéis hecho tropezar a muchos en la Ley. Pero yo os haré despreciables y viles ante el pueblo, por no haber guardado mis caminos, y porque tenéis acepción de personas. ¿No tenemos todos un solo Padre? ¿no nos creo a todos el mismo Señor?, entonces ¿por qué el hombre despoja a su prójimo?».

Y estas palabras las aplica la Escritura a los dirigentes religiosos del pueblo. Son palabras muy duras. Pero, desgraciadamente, el oído puede acostumbrarse a todo y hacerse insensible a lo más elevado y sagrado. Lamentablemente, aquí podemos encontrar raíces de muchas actitudes agnósticas y ateas.

¿Quien puede rechazar ese Dios de Sofonías? Un Dios que renueva su amor, de tal modo que dominado por el vértigo de tanto amor se reviste de nuestra debilidad humana, para hacer más elocuente y visible su danza y su fiesta en el corazón de la humanidad, y en el corazón de cada hombre. ¿Quién puede creer en el Dios que predican los dirigentes que enseñan la Ley religiosa? Un Dios que caprichosamente hace distinción de personas, un Dios que despoja de humanidad…

Pero en la Sagrada Escritura no hay contradicción. La contradicción la pone en la vida nuestro pecado, nuestro afán de poder, de dinero… o nuestro orgullo. La epístola de Santiago nos vuelve a recordar esta contradicción: «no entre la acepción de personas en la fe que tenéis en nuestro Señor Jesucristo glorificado» (Sant 2,1ss)

Necesitamos mucho el aire fresco de la no marginación, marginación que se da a todos los niveles, y en todos los terrenos, en esta sociedad que hemos estado llamando del bienestar, cuando era bienestar para una minoría, y que, llevados por la inercia material de ese bienestar, unos pocos se esfuerzan en crecer a costa de la miseria o de la humillación de muchos.

Nos preguntamos, desorientados, qué está pasando en esta sociedad enloquecida, nos preguntamos por caminos de salida, en busca de luz, y no se percibe más que oscuridad, confusión. Dios también se debe preguntar en el corazón de cada hombre y cada mujer de esta humanidad qué está sucediendo por la superficie de nuestra vida.

Debe estar intentando renovar su amor dentro de nosotros, para incorporarnos a su danza de fiesta, que pasa por aprender el estribillo de una canción: «el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido». Pero el oído del hombre se ha vuelto duro y difícilmente conecta con lo más genuino de su corazón. No obstante, Ramón, es bueno recordar hoy a la humanidad el Dios de Sofonías. Un abrazo,

+ P. Abad